"¿QUÉ HORA ES FINALMENTE?"

Por Mario Daniel Villagra. Fotografía: Alejandro Erbetta.
Cuarta entrega de la serie "'… amateur': veinte entregas, veinte textos, veinte fotografías". 




¿Sabes qué?, persona que ama. Me compré un reloj, pero no me dice las horas sino recuerdos.

Ayer, luego de comer, lo miré y me dijo la noche que jugábamos a ser dos extraños en el tren, y en vez del segundero marcó tu voz justo al leerme el título del libro que yo leí aquella noche.

Los libros.

El cine.
Las películas.

En vez del tic-tac, se escuchaban títulos, y tu voz como una música.

Lo más sorprendente fue cuando lo quise sacar de mi muñeca: las agujas, que digo agujas, los recuerdos comenzaron a girar descontroladamente; los números, que digo los números, las calles se mezclaban; los segundos, que digo los segundos, las líneas y los nombres se combinaban, y ya te imaginaras las personas y sus casas.

Así, por ejemplo, quedó una línea 912, una calle Julio de Namer, una Isla Santa Silvia, una estación Voutolbiac y una biblioteca César Bianconardi.

A la gracia de la ocasión, y al querer devolver el reloj, la mujer y su puesto de venta desapareció.

Entonces, ahora, imagina, no puedo mirar el reloj.

Hazlo por mí mientras yo me voy guiando por el sol, las sombras de los árboles y los edificios.

Hay un rayo que entra al cuarto, ventana que da al corazón, pega sobre la foto de Piazzolla, y sé que es hora de levantarme; comienzo el día silbando un tango, parece milonga que no existe.

Sombra sobre el nido de palomas, árbol de la avenida, hora de comer.

Ahora que estoy a oscuras, tengo miedo de prender la luz, mirar el reloj y que me diga algún recuerdo que ya no quiero.

¿Qué hora es finalmente?



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