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Insignia de la lucha en el acceso a nuestra ciudad. (Foto: Jimena González, 13/06/2018). |
Los debates en torno a la ley de interrupción voluntaria del embarazo en nuestro país nos interpelaron individualmente, al mismo tiempo que fortalecieron los colectivos feministas. Tres villaguayenses vivenciaron estos procesos desde diferentes lugares geográficos (Villaguay, Capital Federal y fuera del país) y hoy reflejan sus experiencias en esta columna.
1. Ya no somos las mismas
La noche estaba grisácea, húmeda, fría. La llovizna empapaba las calles de Villaguay pero no empañaba el calor verde de las gurisas, que encendidas seguían el debate minuto a minuto. Ese largo 8 de agosto, el Congreso de la Nación debatió el proyecto de Aborto Legal Seguro y Gratuito. Y aunque la madrugada arrojó la negativa de 38 senadores que definieron la partida, millones de mujeres gritaron Ley en la calle y en sus cuerpos.
La batalla comenzó hace muchos años pero se prendió fuego en este invierno empoderado, teñido de verde, derrumbando el silencio ancestral que acalló a tantas mujeres. Porque aunque el debate recién se haya hecho público en este 2018, el aborto ha existido desde siempre. En las sombras oscuras de consultorios horrendos con guantes poco esterilizados y prejuicios bien marcados, abortos de percha en la mano y dolor en el alma, en ramos de perejil con aroma a muerte. También existió en los silencios bien guardados de las “mejores familias”, en las mujeres que se jugaron su carrera y reputación para acompañar a otras mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, en el abrazo sostenido de la manada.
La Ley que se gritó en las calles fue la que rompió el silencio: no hubo persona que escapara del debate sobre el aborto, no hubo mesa en la ciudad (ni en el país) donde no se discutiera sobre los derechos de las mujeres, ni hubo aula que se escapara del tema. Todes hablamos de aborto. En Villaguay, un Colectivo Feminista hizo intervenciones callejeras donde se abría el interrogante, con datos y consignas claras: “No te obligo a abortar, no me obligues a parir”. La marea verde también invadió nuestras plazas y habilitó la palabra, con mateada pública y charla de mujeres que compartieron sus experiencias en salud reproductiva, sus secretos, sus inquietudes. Tal como lo hacían las abuelas en la cocina, pero ahora en la calle.
Se desempolvaron historias, salieron del baúl los secretos más callados y algunos planteos: ¿Todas las mujeres estamos destinadas a ser madres y cumplir con el destino biológico? ¿Todas lo deseamos en verdad? ¿En qué parte de esta sociedad ubicamos el deseo femenino?
El camino al 8A estuvo marcado a fuego por una fuerte división social y los colores definían quienes éramos. Verde o Celeste, legal o clandestino, vida o muerte. Entonces las mujeres recordamos que nos tenemos unas a otras: revivimos la potencia del encuentro, la intensidad y fuerza de nuestros cuerpos juntos, lo invencibles que podemos ser unidas. Esos días fríos fuimos fuego encendido, entendimos en carne propia que no estamos solas, que la lucha por nuestros derechos no se define en el sillón vetusto de un congreso. A nuestros derechos los ganamos en las calles, rompiendo barreras, prejuicios, mostrándonos libres y hermanadas. Bailando la vida, celebrando esa libertad recuperada. Libertad por la que luchó cada mujer que se encontró con otra para sanar y crear.
Ya no somos las mismas. Estamos pariendo una nueva era de ojos despiertos y abrazos sororos, un nuevo tiempo de resistencia y de hermandad. Esa es nuestra Ley.
2. Meciéndome en la Marea.
Era inevitable chusmear el pronóstico cada tanto ¡y verificar que anunciaban lluvia solo para el miércoles! Como diría mi hermana, la lluvia trae buen augurio, estoy segura de que es así. La Pacha nos bañó de amor y lucha.
A medida que nos alejábamos de Entre Ríos con el colectivo y nos acercábamos a Capital Federal, crecía la ansiedad y el brillo en las miradas. Los relatos que nos acompañaron en el viaje entre mate y mate, no tenían desperdicio: historias catárticas que inmolaban la opresión, anécdotas atesoradas de batallas ganadas contra la sociedad patriarcal, se mezclaban con el glitter y los strass que iluminaban nuestras expresiones más ávidas.
La lluvia incesante y el frío no fueron condicionantes. Sabíamos qué se venía e íbamos anhelantes a sentir eso que se siente ahí, la mística.
No es fácil de expresar la hermandad, la complicidad y el amor desinteresado que se percibía a cada instante. La historia nos reunió en un abrazo de mujeres llenas de esperanza y determinación. En esa coyuntura de la historia, el Estado no estuvo a la altura de las circunstancias. Se impusieron las convicciones religiosas e individualistas, dándole la espalda a la realidad más cruel.
Sin embargo, desde las fibras más íntimas, fue como un bálsamo ver en otros ojos tu misma urgencia de gritar, de abrazarse y sentirse acompañada… Saber que a esta fuga de “la norma” la atravesamos en manada, que vamos juntas y que no nos vamos a callar. Que somos conscientes de que los compañeros, los niños y las niñas, nuestras madres y nuestras abuelas, las compañeras que ya no están, germinan como hermanos y hermanas de lucha en cada paso, en cada espacio que ocupamos y en cada uno de los derechos conquistados.
El 8 de agosto se vivió una de las manifestaciones más trascendentes de la lucha feminista Argentina, y fue hermoso estar ahí.
3. Hermanas por todos lados
El 8A a mí me encontró de viaje, lejos, en otra tierra y dentro de otro idioma. Ese día me desperté en un hostal, y desde mi perspectiva de mujer argentina, parecía que todo hacía referencia al evento: la recepcionista sujetaba su pelo con un pañuelo verde, mi desayuno fue servido en una taza y en un pote verde y en la radio sonaba un tema bien arriba que decía: “what you want, baby, I got it. What you need, you know I’ve got it. All I’m askin’ is for a little respect” (Lo que quieres, yo lo tengo. Lo que necesitas, tu sabes que yo lo tengo. Todo lo que pido es un poco de respeto) de la grandiosa y recientemente fallecida Aretha Franklin.
Además, yo llevaba en la mano una bolsa de tela verde que había pedido en un supermercado la noche anterior, pues había perdido mi pañuelo, así que con un par de cortes y un borratinta me hice mi insignia de lucha (el tercermundismo brotando por las venas). Mientras lo hacía, una chica de la mesa de al lado, me mira sonriendo y levanta su puño. Era otra argentina. Enseguida se me acerca y me comenta: “¿viste lo que salió en la New York Times?” mostrándome en su celular un aviso de color verde dirigido a nuestros senadores: “el mundo los está mirando”.
Bastó salir a las calles, con mi nueva amiga, para comprobar que era cierto.
Nosotras salimos sin rumbo, turisteando, pero una y otra vez, nos encontramos con la vibrante espera del debate. Primero fue cruzarnos uno, dos pañuelos verdes, luego fue enterarnos de una concentración de cientos de personas en la embajada de Argentina y por último, ya volviendo al hostal por una peatonal, nos encontramos con un gazebo violeta con banderas y premisas feministas con varias mujeres dentro. Había españolas, chilenas, italianas y argentinas. Una de ellas, la mayor, nos dijo: “deben saber que gente de todo el mundo se solidariza con ustedes, hermanas argentinas”
(*) Esta columna es elaborada por mujeres feministas de Villaguay y otros puntos geográficos. Se publica el primer miércoles de cada mes.
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Sororidad
Al nombre de esta sección lo vinculamos con la sororidad: una especie de pacto asumido por las mujeres para disminuir la brecha que existe entre su condición propia y la de los hombres. Es una nueva forma de relación entre mujeres, como hermanas iguales, que rompe con las relaciones que tienen como base la ética de competencia que el orden patriarcal ha establecido como modelo entre los seres humanos.
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