Marcos Tosi, 'El Manco Hilacha': “NO CREO HABER SIDO UN GRAN JINETE PERO LA GENTE SE ASOMBRABA POR VERME MONTAR CON UNA SOLA MANO”



Solamente tenía 20 años cuando a raíz de un accidente de trabajo en el campo, Marcos Amadeo Egidio Tosi perdió su mano derecha. A partir de ahí, con el convencimiento propio de que pese a todo debería salir adelante en la vida, refundó su personalidad con coraje y perseverancia. Con el tiempo fue convirtiéndose en una celebridad de los espectáculos de doma y jineteada. Adoptando el apodo que le puso un presentador, se hizo famoso como “El Mancho Hilacha” y montó más de 1000 caballos en distintos festivales desarrollados Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay y Bolivia.


- ¿Dónde nació? ¿Qué recuerdo tiene de sus padres?

- Nací el 1° de septiembre de 1946 en la costa del arroyo El Moye, un gajo del Feliciano, al sur del departamento La Paz. De mis padres tengo los recuerdos más lindos del mundo, mirándome en el espejo de ellos y de la crianza que nos dieron. Mi viejo era un hombre duro y le agradezco que haya sido así porque me enseñó a vivir. Éramos ocho hermanos. Papá puso una carnicería en Colonia Avigdor, pasamos allí unos años, después dijo que teníamos que estudiar y nos llevó a Santa Elena. Pero luego le fue mal y se mudó a Sauce de Luna con la carnicería pero yo junto a mis hermanos nos quedamos allá. Con 11 años juntaba huesos y vidrios en los basurales de Santa Elena para luego comprar naranjas que vendía en la puerta de la fábrica. Y a la noche vendía cigarrillos, caramelos y pastillas en la puerta del cine. Volvía a mi casa a las 12 de la noche con la plata para comprar harina, azúcar, yerba y todo lo que hacía falta para que mi madre cocine al otro día para darle de comer a mis hermanos.


- ¿Cuáles fueron sus primeros trabajos?

- Hasta los 18 años no sabía lo que era un tren ni un colectivo, porque siempre andaba a caballo y tropeando de aquí para allá. Pero junté coraje y me fui a María Teresa (Santa Fe) a trabajar en la cosecha de maíz. Luego me fui a Christophersen, donde me contrató una empresa que hacía terraplenes para tanques y tranqueras. Nos mandaban a laburar con una pala de buey, un arado de mano, una chata grande y dos caballos percherones. Después estuve en Diego de Alvear, también en la provincia de Santa Fe, sobre la ruta 7, donde estuve algunos meses en una estancia grande. Un tiempo después, ya con 19 años, decidí irme al pueblo y encontré trabajo en una carnicería (que era algo que yo sabía hacer muy bien). Y a los 20 perdí la mano derecha, en un tiro de lazo, tratando de enlazar a un animal para carnear porque en ese tiempo no había matadero sino que se carneaba a campo.


- ¿Cómo lo asumió a ese accidente en su cabeza?


- Desde muy chico, tanto mi abuela como mi madre me enseñaron a rezar el Santo Rosario todos los días, al acostarme y al levantarme, así que me encomendé a Dios y enfrenté la vida de la mejor manera que pude. Lógicamente que durante los cuatro días posteriores al accidente estuve muy mal pero después me sané bien y nunca renegué por eso. El apodo de “El Manco Hilacha” me lo dijo por primera vez un animador de Venado Tuerto y me quedó para toda la vida. Me llamó así porque parecía que tenía una hilacha, ya que me ponía una bolsa de arpillera en el brazo para jinetear y con eso castigaba al caballo.




- Ahí comenzó la leyenda. ¿Dónde aprendió a jinetear?

- No puedo estar desconforme con lo que he logrado en mi vida. A través de la jineteada pude conocer cinco países (Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile y Bolivia) y monté 1076 caballos especiales. Al criarme en el campo, desde los 3 años ya andaba a caballo. La primera que descubrió mis cualidades fue la tía Berta, porque un día en una yerra, yo habré tenido 5 años, me subió a un ternero y lo jineteé, cosa que los otros chicos no lograron hacer y se cayeron. Entonces la tía dijo: “Marquitos sí que va a ser jinete” (risas). En otra oportunidad, yo venía a caballo al galope pero parado en el anca y don Arcushin, de Colonia Avigdor comentó: “Marquitos va a ser un artista de los caballos” (risas). Luego de que me cortaron la mano mi papá me fue a buscar a Venado Tuerto y comencé a trabajar en una ladrillería con unos amigos. En los ratos libres yo siempre jineteaba algún caballo del pisadero y eso les encantaba a los muchachos. Un día se hizo un festival y mis amigos me inscribieron. Anduve muy bien, obtuve el 2° puesto entre una cantidad de jinetes de toda la zona. Un tiempo después vino una creciente muy grande y me barrió todos los adobes que tenía en la costa. Entonces vendí todo, le dejé a mi vieja las ovejas que tenía, pagué las cuentas y decidí dedicarme exclusivamente a las jineteadas. Me fui a recorrer el mundo con las espuelas y la “gurupa” al hombro.


- ¿Qué hizo para ser tan conocido?


- No creo haber sido un gran jinete pero la gente se asombraba por verme montar con una sola mano. Mi fama fue creciendo y me invitaron de otros países como Uruguay y Brasil. Jesús María, por reglamento, no me podría haber dejado montar nunca, pero al llegar tantos comentarios sobre mí me contrataron como número especial. Estuve en Jesús María 18 años y fui el acto central del festival durante 6 años seguidos. Pero el nombre del “Manco Hilacha” me lo gané también gracias a mis compañeras, que fueron 10 mujeres (7 argentinas y 3 brasileñas) las que jinetearon conmigo en ancas sobre el lomo de los potros. El primer país que visité fue Paraguay, porque había estado presente en un festival en Itatí (Corrientes) y luego me llevaron los hermanos Cardozo a diversos lugares del norte, como General San Martín, El Colorado (Formosa), La Porteñita y terminamos en General Belgrano (Paraguay). Años después también me contrataron para ir a jinetear en Chile y Bolivia.




- ¿Por qué piensa que se ganó un lugar en la historia de la jineteada?

- Siempre me consideré un obrero de esta causa sagrada y patriótica que es la conservación de la heredad común de los pueblos. Creo que me gané un lugar como representante pero no porque lo quería hacer o me lo propuse como un objetivo, sino por instinto propio. La vida me fue llevando quizás por la necesidad de hacer algo, respetando a mi idiosincrasia, que es la del hombre de campo, representando a aquel que cumple con las tareas rurales.


- ¿De qué manera desarrolla su trabajo actual como vacunador para FUCOFA?

- La historia es así: mi concuñado Daniel Eckerdt (casado con una hermana de mi primera esposa) me preguntó si podía acompañarlo cuando su padre se enfermó. Anduve con él durante un año y para la temporada siguiente el padre falleció. Entonces me dijo que siguiera yo, por lo cual continué con esa tarea y ya hace 31 años que vacuno. Trabajo con 4 estancias grandes de Gualeguaychú y estoy cerca de las 30.000 cabezas. Los propietarios están muy conformes conmigo porque soy práctico y organizado, siempre termino la tarea en un mes y medio. Hice cursos para vacunar en la Estancia Las Lilas y aprendí a sellar para que no se pierda el líquido. También tengo más de 200 productores desde el arroyo Córdoba hasta el arroyo La China y además 3 islas. Mi señora “Chacha” Valenzuela (quien me acompañó en las jineteadas durante los últimos 10 años), cumple una importante labor ayudándome como instrumentista, ya que ella es la que carga todas las jeringas.

Más leídas de la semana

Más leídas del mes

Más leídas del año

Más leídas históricas