En fin, no creemos que a ellos mucho les importen las razones de la soledad de un lugar tan sagrado para las pasiones futbolísticas villaguayenses como la cancha “Justo Ramón Ramírez” del Club Atlético Barrio Sud.

Poco les importa que muchísimos marcadores de punta hayan dejado en ese césped jirones de la piel de sus rodillas o muslos en legendarias barridas con el sólo objetivo de impulsar la pelota al lateral, quitándole el control de ella a los más feroces delanteros.

Poco les importa que tantos habilidosos volantes por izquierda dibujaran gambetas y caños en tremendos clásicos.
Poco les importa que en esos arcos se hayan conseguido conquistas catalogadas como verdaderas obras de arte que sonrojarían al mismísimo Lionel Messi.
Tampoco les interesa que impulsadas por la pasión, una numerosa cantidad de personas dejaron de lado los almuerzos familiares del domingo porque sus integrantes debían repartirse el trabajo del marcar la cancha, poner las redes, cobrar la entrada, hacer las tortas fritas o choripanes para vender en la cantina y luego limpiar el predio para dejarlo en condiciones para la práctica del martes.
Poco les importa el eco nunca olvidado del sonido de los botines recorriendo el pasillo que conduce al ingreso al terreno de juego.
Poco les importa que tantos jugadores hayan regado de sudor ese pasto que llevó a muchos equipos a obtener la gloria de un campeonato e inscribir su nombre en los libros de acta de la Liga Villaguayense de Fútbol.
A ellos sólo les importa comer, alimentarse y aprovechar la ausencia de seres humanos para disfrutar de la tranquilidad del predio.
Ellos son varios caballos que en estas épocas de pandemia hicieron de un templo del fútbol un lugar reunión, esparcimiento y solaz.
Pero ellos en el fondo saben que algún día la pelota volverá a rodar y que este espacio se llenará nuevamente de personas buscando olvidar sus tristezas diarias para sublimarlo todo en un apasionado grito de gol.