Seguinos en Facebook Seguinos en Instagram Seguinos en Threads Seguinos en TikTok Seguinos en Bluesky Escribinos por whatsapp Escribinos por Telegram

CRÓNICA FERROVIARIA. Por Norberto Schinitman (*)


Hoy quisiera rememorar una destacable acción altruista ocurrida en mi querido y siempre recordado pueblo natal de Villa Domínguez, Entre Ríos.

Aunque no presencié los hechos, la situación me fue relatada por personas mayores, serias y responsables que, de distintos modos, tuvieron participación en las acciones humanitarias que a continuación relataré.

Hacia 1950, en Domínguez los requerimientos sanitarios eran atendidos por el pequeño pero eficiente Hospital Clara (que llevaba nombre de la esposa del filántropo Barón Mauricio de Hirsch) fundado en 1929. que fue el primer Hospital Israelita de Sudamérica. 


.
Ese hospital (donde yo vine al mundo), estaba bien equipado para esa época y atendía las necesidades básicas sanitarias del pueblo y colonias cercanas. Actualmente, ese nosocomio lleva el nombre del Dr. Noé Yarcho, primer médico que ejerció en la zona hacia el año 1900 y que colaboró en la planificación del hospital.

En ciertos casos, muy graves, algunos muy urgentes, superadas las posibilidades técnicas del Hospital, se hacía necesario derivar a los pacientes hacia hospitales más grandes y completos, a los lo que hoy suele denominarse como de alta complejidad.

Por lo general, los pacientes se derivaban al viejo Hospital Israelita de Buenos Aires (creo que esa institución actualmente está cerrada).

El paciente se transportaba por tren, relativamente cómodo, acostado en un camarote. Siempre iba acompañado por algún familiar o amigo, que lo ayudaba durante las aproximadamente 12 horas de viaje, y le suministraba la medicación correspondiente. Al llegar el tren a la Estación Federico Lacroze (Chacarita) de Buenos Aires, una ambulancia recibía al enfermo y lo conducía inmediatamente al Hospital.

En cierto caso, un paciente se agravó seriamente y el médico determinó que debía ser trasladado con gran urgencia a un nosocomio de Buenos Aires.

Los familiares consultaron en la estación de ferrocarril, y se les informó que hasta el día siguiente no había tren a Buenos Aires. También se enteraron de que esa noche pasaba un tren rápido a Buenos Aires, con vagones dormitorio, pero no tenía parada oficial en Domínguez.

Ante la insistencia del médico, urgiendo el traslado del paciente, que estaba moribundo, el Jefe de la Estación llamó a sus superiores de la Oficina de Control de Movimiento Ferroviario (sita en la ciudad de Concordia), pidiendo que, dadas las circunstancias, se autorizara una breve parada del tren rápido en Domínguez para embarcar al enfermo.

La respuesta, siguiendo los viejos y rígidos reglamentos ferroviarios, fue negativa. Ante la insistencia del médico y familiares del paciente, se hicieron nuevas llamadas a Control, siempre con una inamovible y rotunda respuesta negativa.

El Jefe de la Estación era el Sr. Leonardo Pascaner, de mediana edad, siempre vestido con uniforme y gorra azul, color que indicaba su cargo jerárquico (el puesto de Jefe era importante, bien remunerado e incluía el uso de una vivienda anexa a la estación).

Yo lo recuerdo como un hombre serio, que atendía cortésmente al público. Al arribar un tren, supervisaba el descenso y ascenso de pasajeros. Seguidamente hacía sonar tres veces la campana, autorizando al guarda del tren a despachar el convoy, lo que éste hacía con un toque de silbato y agitando un banderín verde, que indicaba al maquinista avanzar.

Pero, en el caso de que se trata en este relato, ante la desesperante situación del enfermo, ¿que habrá pasado por la mente de este Jefe noble y sensible?

El buen Jefe, solidario y altruista, encontró una posible pero temible solución: detener el tren nocturno contrariando las órdenes de la superioridad y los reglamentos vigentes. Seguramente, tuvo en cuenta, pero su buen corazón lo hizo desoír las posibles graves consecuencias personales: podría ser despedido y dejado sin hogar para su familia, sancionado, degradado e inclusive llevado a un juicio por obstruir el paso del tren.

A pesar de la posibilidad de sufrir temibles consecuencias, ¿que hizo este héroe popular?

Para no comprometer al auxiliar cambista, que manejaba las señales, el mismo Jefe realizó toda la tarea. Esa noche, poco antes del horario de paso del tren rápido, cubierto con una gruesa capa impermeable, bajo la lluvia y la tempestad, el Jefe caminó hasta las afueras del pueblo, al punto donde estaba el mástil de señales.

Allí, cambió las señales a rojo, lo que indicaba detención. Seguidamente, colocó cohetes ferroviarios sobre la vía, que estallaban con gran estruendo al paso de la locomotora y ordenaban parada inmediata. Luego, linterna roja en mano, guió al convoy e hizo que se detuviera en la estación.

Inmediatamente, familiares y amigos del paciente alzaron la camilla, e introdujeron al paciente por una ventanilla en un camarote. Seguidamente, el bondadoso y humanitario Jefe dio luz verde y el tren prosiguió su rauda marcha.

Pocos días después, un telegrama hizo saber que el paciente había reaccionado satisfactoriamente con el tratamiento y que en pocos días más de preveía darlo de alta, para que se reintegre a sus habituales actividades.

Nos queda por develar una incógnita: ¿qué le ocurrió al solidario y valiente Jefe de Estación que, para salvar una vida, violó rígidos e inamovibles reglamentos ferroviarios? ¿Perdió su empleo y la vivienda para su familia ¿Fue degrado, sancionado o penalizado?

Todo lo contrario, por ser valiente y humanitario, fue felicitado por el pueblo y por sus superiores ferroviarios, y, según se decía, le concedieron una modesta promoción.

Como apostilla histórica, agrego que tiempo después, el Sr. Pascaner se desempeñó como Intendente de Villa Domínguez.





(*) Esta crónica me fue enviada por el amigo Prof. Norberto Schinitman, originario de Domínguez pero desde hace ya muchos años residente en Córdoba en donde desarrolla su actividad profesional. Como relata un episodio que creí ser digno de publicación, lo hago llegar al diario para su publicación. Gracias. Manuel Langsam.

Publicidad