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Miguel Ángel Altamirano. EL AROMA DEL CUERO Y COSTURAS DE LA NOSTALGIA

"Un tapicero que hace un trabajo de calidad es el que deja la parte no visible en buenas condiciones". (Foto: José Luis Raota).

Una silla restaurada, un sillón arreglado que fue de nuestros abuelos. El tapicero está en los detalles que acompañan el día a día, recuperando los objetos que uno aprecia y no quiere dejar ir, que representan cierta nostalgia. Remienda el asiento de un auto cuando el uso, kilómetro tras kilómetro, viaje tras viaje, lo ha dejado en malas condiciones pero con historias para contar. Miguel Ángel Altamirano, tapicero desde hace más de sesenta años, cuenta su historia a EL PUEBLO. 
 

- ¿A qué edad comenzó a aprender el oficio?

- Mi primer trabajo fue a los 13 años con Campostrini como repartidor de kerosene.

A los quince empecé a dedicarme al oficio con mi padre. Aprendí observando principalmente. Él me enseñó todo lo que sé, y pude trabajar con él hasta que decidió retirarse. En 1970 comencé a trabajar con Abel Verbauwede, de quien fui socio hasta su fallecimiento.





- ¿Cuál fue su primer trabajo? ¿Cuál le representó un mayor desafío?

- Cuando se empieza, siempre se arranca por las sillas. Lo primero que nos hacen hacer es desarmar y tapizar las sillas que hay en el taller. Es para comenzar a practicar la prolijidad. Después se buscan trabajos más complejos, como el asiento de un auto. Yo me dediqué casi por completo a los autos. En todos mis años en este oficio, esa parte fue el 90% de mi actividad. Y el mayor desafío siempre fue ser prolijo, porque un tapicero que hace un trabajo de calidad es el que deja la parte no visible en buenas condiciones, porque en la superficie todos pueden dejar un asiento liso, pero debajo las terminaciones tienen que ser buenas y el trabajo duradero.

- ¿Hay algún trabajo del cual se sienta particularmente orgulloso?

- No puedo decirte uno en especial, pero no hay mayor satisfacción que trabajar en un auto antiguo. Si bien es un trabajo largo y a veces puede resultar engorroso, es muy entretenido para mí. Yo amo los autos antiguos y poder hacer la tapicería de uno es una de mis cosas favoritas.

- ¿Ha variado mucho la forma del oficio en la actualidad?

- Lo que ha cambiado es la variedad de artículos disponibles, ahora se consiguen las partes ya hechas para casi todo. Antes el trabajo era mucho más artesanal porque teníamos que fabricar absolutamente todo lo que necesitábamos. Hasta los botones para los sillones se fabricaban, y ahora todo se puede conseguir de manera más industrial.

- ¿Cómo es la maquinaria que se requiere para su actividad?

- Hay maquinaria de todo tipo. Pero yo trabajo con una máquina espectacular que representa la parte nostálgica de mi trabajo. Es una máquina de coser alemana de marca Singer, y la compró mi padre en la década del ´50. Perteneció originalmente a un sastre de la ciudad, de apellido Donadío . A su fallecimiento, su hijo que era bancario (conocido como El Gordo Donadío), remató todas las pertenencias del taller de su padre, entre ellas esta máquina.

La calidad de este artefacto es inigualable, es una de esas cosas que se fabricaban y no se rompían más. Ya tiene 121 años, porque como se puede ver, en la placa figura el día de fabricación, el 21 de febrero de 1899.

- ¿Ha tenido la posibilidad de formar nuevos tapiceros?

- Sí, muchos aprendices pasaron por mi taller. Incluso cuando trabajamos con Verbauwede éramos siete. Por supuesto que una vez que un tapicero aprende el oficio ya puede ir a trabajar solo, y es lo que pasó con todos a los que alguna vez enseñé.

- ¿Algún miembro de su familia se interesó por el oficio?

- A ninguno de mis hijos se les dio por aprender el oficio. Además nunca los obligué, porque considero que lo más importante es poder estudiar y trabajar de lo que a uno le guste y le genere ganancias. Mi hijo mayor, Miguel Ángel, es policía y trabaja en Concordia. Mi hija del medio, Daniela, es cocinera y comerciante. Y mi hijo menor, Pablo, es técnico en computación. Cada uno ya eligió su camino, y ninguno se volcó a la tapicería.

- ¿Quién va a seguir sus pasos cuando decida retirarse?

- La verdad es que no hay nadie para continuar con el taller. Por lo menos familiares. Además no he tomado nuevos aprendices así que tampoco tengo a alguien de afuera. Ya no tengo la paciencia y el tiempo que requiere enseñarle a alguien el oficio. Así que cuando me retire se termina todo.

La familia en el oficio.

Miguel Ángel Altamirano nació en 1944 en la ciudad de Santa Fe, hijo de padre villaguayense, vino a la ciudad a los ocho años de edad. Su papá, tapicero de oficio, le enseñó la actividad y trabajó en conjunto con él. Cuando decidió retirarse y mudarse a Buenos Aires, Miguel Ángel quedó en el taller trabajando junto con su hermano. Hacia el año 1970 armó una sociedad con Abel Verbauwede, quien compró el taller donde actualmente Altamirano se encuentra trabajando, sesenta años después de haber comenzado en el oficio de la tapicería.

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