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BANQUETE RURAL EN VILLA CLARA. Por Norberto I. Schinitman

"No hay amor más sincero que el que sentimos hacia la comida". George Bernard Shaw

"Lo importante no es lo que se come, sino cómo se come". Epicteto

En Villa Clara, en 1947, la familia de mi tío Jaime y la mía, recibimos cordiales invitaciones del Sr. B., un importante productor rural, para pasar un domingo en su estancia y compartir un asado.
 
Según lo convenido, en una clara, fresca y luminosa mañana entrerriana, nos dirigimos tranquilamente a esa estancia. Viajamos en un carro plano, de cuatro ruedas, tirado por dos caballos mansos, que mi tío había pedido prestado.

En el pescante íbamos los conductores, Jaime, mi papá y yo, y recuerdo que a mí me dejaron conducir durante un (muy corto) rato.

En el asiento trasero, viajaban mi mamá, la esposa del tío, mi tía Maruca y su hijita, mi prima Liliana.


Fue un lindo paseo; al llegar, visitamos las instalaciones de la estancia, y los chicos correteamos y jugamos un buen rato con los hijos del estanciero.

Luego, a mediodía, nos ofrecieron un rico y abundante asado. La carne, cuidadosamente preparada y presentada por la esposa del anfitrión, venía acompañada con muchas ensaladas, guarniciones, platos adicionales y, finalmente, varios postres.

A mi tía Maruca, que tenía una reputación de excelente cocinera, y era también una conocida degustadora de sabrosos platos culinarios bien condimentados, el exquisito y variado menú le resultó muy apetitoso. Demás está decir que disfrutó de diversos platos y almorzó copiosamente.

Después de una larga y entretenida sobremesa, a la hora de la siesta, nos ofrecieron habitaciones para descansar.

Al poco rato, se produjo una seria situación. Después del abundante y variado festín, mi tía se sintió enferma, con dolores abdominales, tan fuertes y preocupantes, que algunos pensaron en una apendicitis y se hizo obvia la necesidad de llamar a un médico.

Generosamente, el dueño de la estancia ofreció su auto a mi tío Jaime para que fuera rápidamente a Villa Clara a buscar al médico; entonces, mi tío, sumamente preocupado por su joven esposa, le pidió a mi papá que lo acompañara. Por supuesto, él accedió inmediatamente.

Tal era angustia y premura de mi desesperado tío, que mientras mi papá, semi dormido aún, se peinaba en el baño, le golpeaba la puerta, diciéndole que se apresurara, y que no se detuviera a “hacerse la toilette”.

Por eso, mi papá, también muy preocupado por la salud de mi tía, se desconcertó e inadvertidamente, hizo un breve uso del bidet en lugar del inodoro, como correspondía.

Afortunadamente, después de un corto viaje a toda velocidad, al poco rato regresaron con el médico, quien le administró a la paciente unos medicamentos que pronto la hicieron sentir mejor.

Superada la situación, luego de un buen descanso, y recordando que "Sin amor y sin risas nada es agradable” (Horacio), no faltaron las afectuosas bromas y risas dirigidas a mis tíos por su ansiedad ante una simple indigestión y a mi papá por su apresurado e involuntario error sanitario.

Finalmente, al atardecer, muy agradecidos, nos despedimos de nuestros anfitriones, y regresamos alegre y tranquilamente a Villa Clara.

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Norberto I. Schinitman
nschinitman@gmail.com

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