AHOGADOS EN LA NAVE ESPACIAL, SABÍAN QUE IBAN A MORIR: LA AGONÍA DE LOS TRES ASTRONAUTAS SOVIÉTICOS ANTES DEL HORROR
Por Alberto Amato (Infobae)
“Mañana nos reuniremos. Preparen el coñac”. La voz alegre del comandante Vladislav Volkov, a bordo de la Soyuz 11, resonó en los parlantes del centro espacial soviético que seguía los tramos finales de un vuelo que se suponía iba a terminar bien. Terminó en desastre.
Volkov y los dos astronautas que lo acompañaban en la misión, Gueorgui Dobrovolski y Viktor Patsáyev estaban muertos minutos después del brindis adelantado; el coñac se añejó en una botella que jamás fue abierta; los tres cosmonautas soviéticos se convirtieron en los primeros seres humanos en morir en el espacio; los tres supieron de su suerte fatal en ciento diez segundos de lúcida agonía; sus corazones se detuvieron ahogados por un escape de aire del interior de la nave; ni siquiera tuvieron la protección de los trajes espaciales porque no llevaban trajes espaciales; en tierra ni se enteraron de sus muertes y lo descubrieron sólo cuando la Soyuz tocó suelo soviético; ante la magnitud del desastre y la imposibilidad de ocultarlo, la Unión Soviética admitió sus yerros, no todos, algunos, otros salieron a la luz con los años, y modificó las reglas de los viajes extraterrestres para siempre. Tarde. Y mal.
Todo ocurrió el 29 de junio de 1971, hace ya cincuenta y un años. Como toda tragedia, dejó enseñanzas que, como suele ocurrir, no son tenidas demasiado en cuenta. Hay algo peor que el mal: es el orgullo. Y hay algo mucho peor que el error: es insistir en el error. La Soyuz y sus tripulantes estaban condenados al desastre y no a la épica que la URSS quiso darle a aquella misión planeada como hazaña espacial. Estados Unidos había conquistado la Luna dos años antes. La URSS, pionera de la carrera espacial en los años ‘50 y principios de los ‘60, corría ahora lejos del puntero de la competencia; necesitaba un gran éxito, no importaba lo que costara: esa era la receta soviética.
Cuando arreciaron los problemas mecánicos en la Soyuz y los pequeños dramas humanos entre sus tripulantes; cuando la lógica aconsejó acortar la misión, el líder del programa espacial soviético Vasili Mishin gritó en el centro de control: “¡No quiero cobardes en mis naves!”. Era una arenga muy apropiada para pelear entre las ruinas de Stalingrado contra los alemanes en 1943. Pero una estupidez grande como un pino para aplicar a una misión espacial de 1971, donde un tornillo flojo te transformaba en mártir.
La Soyuz 11 tenía como misión abordar la estación espacial soviética Salyut 1, habitarla, pasar allí la mayor experiencia de vida humana prolongada en el espacio y volver para contarlo. Todo salió, a tropezones, como estaba más o menos planeado. Menos lo de contarlo al final. Esta es la historia de aquel fracaso monumental.
Las relaciones entre los tres astronautas no eran buenas. Dobrovolski era un comandante novato, que cargaba una gran responsabilidad sobre los hombros. Volkov también era comandante y se sentía desplazado por Dobrovolski. Los dos pilotos discutían a menudo y lo hicieron durante todo el viaje espacial. La misión partió al espacio el 6 de junio y el 7 ya estaban acoplados a la Salyut y los tres astronautas habían dejado la Soyuz 11 y habían entrado en la estación espacial. De inmediato, las cosas empezaron a andar mal. Al encender el sistema de regeneración de aire sintieron un penetrante olor a humo, por lo que, desde tierra les aconsejaron pasar aquella primera noche en el espacio en la Soyuz, y no en la Salyut.
En abril de aquel año, la Soyuz 10 ya había fracasado en su intento de acoplarse a la Salyut 1 porque el sistema de acoplamiento se dañaba por el exceso de presión. La pieza rebelde fue modificada para la misión de la Soyuz 11 que tenía asignada otra tripulación. Debieron viajar los astronautas Aleksei Leonov, Valeri Kubásov y Piotr Kolodin. Pero, antes del viaje, un control médico radiográfico hecho a Kubásov detectó una mancha en uno de sus pulmones. Los médicos le prohibieron volar y, de acuerdo con las reglas soviéticas, en un caso así se descartaba a toda la tripulación y se designaba a otra. Así llegaron a su último viaje al espacio Volkov. Dobrovolski y Patsáyev.
Las relaciones entre los tres astronautas no eran buenas. Dobrovolski era un comandante novato, que cargaba una gran responsabilidad sobre los hombros. Volkov también era comandante y se sentía desplazado por Dobrovolski. Los dos pilotos discutían a menudo y lo hicieron durante todo el viaje espacial. La misión partió al espacio el 6 de junio y el 7 ya estaban acoplados a la Salyut y los tres astronautas habían dejado la Soyuz 11 y habían entrado en la estación espacial. De inmediato, las cosas empezaron a andar mal. Al encender el sistema de regeneración de aire sintieron un penetrante olor a humo, por lo que, desde tierra les aconsejaron pasar aquella primera noche en el espacio en la Soyuz, y no en la Salyut.
¿Cómo fue que, en 1971, con la carrera espacial lanzada a pleno, tres cosmonautas rusos no vestían trajes espaciales presurizados, y habían viajado al espacio exterior con trajes de entrenamiento, que era como lanzarse en piyama al fondo del mar? Los trajes espaciales de entonces eran voluminosos, ocupaban mucho espacio, y la Soyuz necesitaba que tres astronautas abordaran la misión: la única posibilidad de albergar a los tres, era reducir el volumen en el interior de la nave. Y la única posibilidad de reducir el volumen en la nave era dejar los voluminosos trajes espaciales en tierra. ¿Era una locura? Sí, lo era. Era tal vez mayor la necesidad de un éxito rutilante en la carrera por la conquista del mundo extraterrestre.
Contra ese desatino protestaron Leonid Smirnov, jefe de la Comisión Industrial Militar, Illiá Lavrov, diseñador del sistema de control ambiental que advirtió que, al menos, los astronautas debían estar provistos de máscaras de oxígeno, como las usadas en la aviación, que ante una emergencia, una pérdida de presión por ejemplo, les daría a los astronautas un margen de dos a tres minutos de maniobra. El tercero en protestar fue Nikolai Kamanin, jefe del Cuerpo de Cosmonautas soviéticos. Triunfó la arenga de Mishin sobre los cobardes en las naves y la opinión de Serguei Koroliov, otro de los líderes del programa soviético que recurrió a una lógica de potrero para justificar su decisión: ningún vuelo de las misiones anteriores, Vostok o Vosjod, había sufrido pérdida de presión alguna. ¿Por qué iba a ser ésta una excepción?
El 17 de junio, en el control terrestre de la misión, estudiaban la difícil relación profesional y humana entre Volkov y Dobrovolski. Lo que notaron, y los alarmó, es que Volkov era quien pasaba los informes al control y, si bien resaltaba que “la tripulación entera es quien decide, juntos, las cosas”, es él quien se adjudicaba el mérito de la misión. Mishin, el que no quería cobardes en sus naves, lo justificó; dijo que, después de todo, es el comandante quien debía tomar las decisiones. Pero el equipo de seguimiento y Kamanin, el jefe de todos los cosmonautas, que conocía bien a sus muchachos, sostuvo que Volkov actuaba de manera muy independiente y que no reconocía sus errores.
Era posible, pero había un récord a batir: el de permanencia en el espacio, que Volkov, Dobrovolski y Patsáyev cumplirían el 25. El 21 de junio, los líderes del programa soviético deciden que la Soyuz 11 regrese entre el 27 y el 30. El 26, ya con el récord de permanencia en el espacio en su poder, los tripulantes de la Soyuz acondicionan la Salyut para el lapso que le espera a la estación sin nuevos tripulantes, algunas pocas semanas, y preparan su regreso a casa. Entonces, lo que podía empeorar, empeoró.
Cuando los astronautas entraron en la Soyuz 11 para el viaje de regreso, Volkov notó que la escotilla de la nave no cerraba bien: se lo advertía un sensor. El centro de control les aconseja repetir la operación: es el colmo de la obviedad, ¿qué otra cosa podían hacer? Volkov lo intenta una, dos, diez veces más, hasta que cierra la escotilla con todas sus fuerzas, un portazo en el espacio: la luz del sensor se apaga y los tripulantes consideran que el cierre es ahora hermético.
Cuando los astronautas entraron en la Soyuz 11 para el viaje de regreso, Volkov notó que la escotilla de la nave no cerraba bien: se lo advertía un sensor. El centro de control les aconseja repetir la operación: es el colmo de la obviedad, ¿qué otra cosa podían hacer? Volkov lo intenta una, dos, diez veces más, hasta que cierra la escotilla con todas sus fuerzas, un portazo en el espacio: la luz del sensor se apaga y los tripulantes consideran que el cierre es ahora hermético.
Se abrió antes. El por qué, es un misterio. El sistema de equilibrio de presión consistía de dos válvulas independientes de un milímetro de espesor, que se activaban mediante un sistema pirotécnico que evitaba que ambas se abrieran a la vez. Pero se abrieron con sólo seis centésimas de segundos de diferencia.
En el momento de la separación entre el módulo orbital de la Soyuz y el módulo de descenso, la presión en el interior de la Soyuz era normal. Y la de los tres astronautas, también. Sobre el pulso promedio de 120 por minuto, Dobrovolski rondaba las 80, Patsáyev las 100 y Volkov las 120. Los tres notaron de inmediato que había una fuga de aire en la Soyuz por el sonido agudo que inundó la nave. En segundos, las pulsaciones de Dobrovolski treparon a 114 y las de Volkov a 180. Apagaron las radios para localizar la fuente del sonido agudo; es probable que la hayan localizado, que se hayan dado cuenta de que se trataba de una pérdida de aire y que hayan intentado cerrar la válvula, ubicada sobre el asiento de Patsáyev y en aquella cabina estrecha donde ni siquiera cabían los trajes espaciales.
La Soyuz, como un animal obediente, siguió su regreso a tierra como si nada hubiese pasado. La fuga de aire que mató a los astronautas sólo le provocó un lento movimiento de rotación. En el control terrestre de la misión no supieron nada porque no tenían comunicación con la nave: la separación de los dos módulos de la Soyuz, el orbital y el descenso, se había producido fuera del alcance de las estaciones de seguimiento soviéticas. Pero dos minutos después, la Soyuz sí entró en el radio de acción de esas estaciones y estuvo conectada, y en silencio, durante tres minutos, antes que la reentrada a la atmósfera volviera a hacer imposibles las comunicaciones.
Cuando la Soyuz, con su tripulación muerta, volvió a estar en contacto con el control de la misión y cuando desde allí intentaron comunicarse con los astronautas sin recibir respuesta, pensaron que había habido una avería en el sistema de comunicación, nunca en la tragedia.
La Soyuz 11 aterrizó como estaba previsto, a las seis y dieciséis de la mañana del 30 de junio. Recién empezaba el verano, había amanecido una hora antes cuando los equipos de rescate abrieron la cápsula y hallaron a los tripulantes muertos. Se dieron entonces algunas escenas patéticas que reflejaron las fotos de la misión: los médicos del equipo de rescate intentaron dar respiración boca a boca a los astronautas que llevaban muertos más de media hora. Las autopsias y los datos recogidos por el sistema de grabación de vuelo Mir, determinaron las causas de la tragedia. Los astronautas habían muerto por la despresurización de la cápsula: los cuerpos tenían un altísimo contenido de nitrógeno en sangre, presentaban hemorragias cerebrales y sangre en los pulmones.
El programa Soyuz se abandonó. La estación Salyut, a la que se adjudicaba larga vida, fue devuelta a tierra y amerizada en el Pacífico; el programa espacial soviético fue demorado dos años; las reglas se modificaron para obligar a todos los astronautas del futuro a vestir trajes espaciales; fueron modificadas las cabinas de las futuras naves para que mantuvieran la presión en caso de alguna fuga; se redujeron las tripulaciones de las naves espaciales a dos astronautas y Kamanin, aquel que se había opuesto a que sus muchachos viajaran al espacio tan desprotegidos, fue destituido como jefe del Cuerpo de Astronautas por no haber adiestrado a sus hombres para hacer frente a una emergencia como la de la Soyuz. Era una ironía brutal, que también era una receta soviética.
Volkov, Dobrovolski y Patsáyev fueron enterrados en los muros del Kremlin. Como héroes.