PABLO RUIZ: “ME TENÍAN PRESO EN UN CUARTITO Y DEBÍA BAÑAR PERROS PARA PODER COMER”


Se recupera de los ataques de pánico que activó el inside de la pandemia. 30 años después asegura estar “asimilando y depurando”, por primera vez, la verdadera historia detrás del furor de los ´80. La “precaria” situación de la que salvó a su familia con tan sólo 10 años. La ausencia de su padre. La explotación y el bullying por el que eligió el exilio. La “prisión” que resultó su vida en México, entre “estafas y exigencias”. La rebeldía que lo condujo a las drogas. Su “salida del closet” obligada por la prensa. Las charlas con su madre fallecida en 2016. Y una confesión: “Voy a ser papá por subrogación”

Por Sebastián Soldano (Infobae)


A ojos de hoy, y en revisión rasante, dice haber vivido tres vidas: “La del éxito explosivo sin sentido de la realidad; la de la opresión, los engaños, la desilusión y los excesos; y la del Fénix, otra oportunidad de nacer a los 30 años”. Así las señala, con la seguridad de quien finalmente ha logrado “sanar y crecer”. Pablo Maximiliano Miguel Coronel Vidoz (47) acepta el desafío de mirarse de lejos y “esta vez con alegría” porque entendió “que cada dolor es una insignia en el camino de mi evolución” y logró “salir del closet del sistema” para aprender a vivir fiel a sí mismo. Esta es la historia del niño prodigio que pudo haber tenido todo y hoy jura haber logrado “mucho más”.



Irene Vidoz “tenía una voz privilegiada”. En tiempos en los que ser artista se asociaba a cierta vida indecorosa había sido elegida para cantar junto al trío Los Panchos. Y, claro, sus padres se lo prohibieron. “Esa era mamá. Nada la desanimaba. Y aunque no tuviese un escenario siempre llenó con música la casa”, recuerda. Será “porque somos producto de nuestros ancestros, de sus errores y atributos”, como dice, que encontró en ella una “aliada” para salir de San Martín hecho un estrella. Pablo ya había sido “casi un extra” en Señorita Maestra (ATC, 1982/85) y “talento seleccionado” en Festilindo (ATC, 1984/86) cuando debió repetir el tercer grado. “Fue la única vez que mamá me puso trabas. Tuve que esperar a aprobar todas las materias vara volver a un set. Y me dijo: ´Hacé lo que sientas, pero encargate vos´. Entonces, con 8 años, llamé a Ciro, el productor, para decirle que ya estaba listo”, cuenta. No había qué hacer contra el destino.


En casa fue “muy mirado”, recuerda. “Todos se quedaban absortos cuando me escuchaban cantar”. Su talento había dejado atrás la secuela de una otitis que sufrió a los 5 años y que perforó un tímpano, lo que redujo considerablemente, y para siempre, la audición de uno de sus oídos. “No había canción que no me supiese. Era una pulga digna de curiosidad”, describe. Tal vez, la distracción de 3 hermanos mayores (Claudio, 57, Silvina, 55, y Cristian, 51) que todavía lloraban a papá. Pablo era un bebé de un año y 8 meses cuando Felipe Miguel, “de casi 41″, murió por el avance de una infección generalizada. “Le habían sacado una muela y, al parecer, pescó un virus en la curtiembre en la que trabajaba. Lo que habría provocado la septicemia”, relata. No deja de subrayarlo como una “rareza inexplicable” al decir que tiene un recuerdo “claro y muy feo” de aquella noche. “Estábamos enfermos y los perros muy alborotados antes de que alguien llamara al teléfono de la vecina para avisar que papá había fallecido. Nunca pude sacar esa secuencia de mi cabeza: nuestras toces, los aullidos y el llanto. Y al crecer, muy asombrada durante una charla, mamá me confirmó que todo eso había sido tal cual como se lo relataba”.


Felipe lloraba cada vez que escuchaba a Sandro. “A lo mejor mamé esa emoción siendo bebé, porque me sale muy bien la imitación de el Gitano”, dice Pablo. Y no sólo ganó un certamen de tributos, sino que además grabó Porque yo te amo (de Roberto Sánchez y Oscar Anderle, 1969) para homenajear a su viejo en el disco Renacer. Se siente cerca de él y eso tiene un origen. “Fue a finales de los 90, cuando intentaba escapar de México, donde me habían estafado, para probar suerte en Miami”, relata adelantando el episodio que abriremos luego en esta conversación. “Yo estaba muy triste. Desesperado. Viviendo de prestado. Y entonces tuve una epifanía que en nada se parecía a las tantas veces que lo había soñado. Yo lo vi. Lo escuché. Papá se presentó para decirme: ´Acá estoy, no te preocupes. Yo voy a darte fuerzas. Vas a volver a lograr lo que alguna vez tuviste. Sólo debés confiar en tu creatividad´. Sentí su abrazo y fue ahí que empecé a componer”, describe.


Pablo ya era Ruiz, “el apellido fácil y castizo que los productores prefirieron al de Coronel, que sonaba a militar” en un contexto aún sensible a una época siniestra. Y Mi chica ideal (Pablo Ruiz, 1987) giraba la suerte de un hogar en el que se había logrado “acomodar la ausencia de papá” pero no la economía. Esta familia de rosarinos (todos, excepto Pablo) y “peronistas con pasión” no lograba el repunte. “La condición era realmente tan precaria que al morir papá, mi tío (su hermano) quiso llevarme a vivir con él para darme mejor futuro”, cuenta. “Mamá se calzó la familia al hombro. Y hasta abrir el almacén con su novio Carlos (después de algunos años), limpiaba casas para salir adelante”. El Disco de Platino tardó dos meses, pero trajo “no lo correspondiente sino lo suficiente como para dar un cambio radical a nuestras vidas”, cuenta. “Pasamos de no tener nada a nuestra casa propia y hasta compramos un coche. Pero lo que más me ocupaba era hacer feliz a mamá. Y comencé cumpliéndole uno de los sueños de toda su vida. Ella siempre había contado que solía mirar al cielo y decir ´Algún día voy a viajar en avión´. Su primer vuelo lo hizo conmigo. Fuimos juntos a Jujuy”.


Los 90 iniciaron con recuerdos de “una explotación nefasta” en tiempos de Festilindo, 3 discos editados, la aprobación del monstruo de Quintana Ro (en el Festival de Viña del Mar), un séptimo grado “rendido en modo libre”, varios itinerarios sudamericanos y “un sentido de la realidad completamente distorsionado por la fama y el dinero, algo aún más nocivo para un adolescente”, define. “Pero siempre estaban mi vieja y mis hermanos para decirme: ´Ey, ojo. Bajá un poquito que acá seguís siendo Pablito Coronel´”, cuenta. Y claro que, además, con los primeros haters para un galancito diseñado para enamorarlas. “Me había hecho tan famoso que las chicas se alteraban y los pibes de mi edad me odiaban. Me acuerdo de las primeras salidas con mi hermana a las matiné. Ni siquiera llegaba a entrar al boliche y ya me gritaban ¡puto!”, dice. Su sexualidad también fue de la partida. “La situación iba empeorando y las cargadas ya se habían convertido en bullying”, señala. Fue entonces que la imitación estereotipada de Miguel del Sel (65, Midachi) la clavó al ángulo de la angustia y, por sobre todo, de su incertidumbre. “La gente y hasta la prensa me llamaban gay. Se ponían incisivos con esa etiqueta a una edad en la que todavía ni yo sabía qué era, ni había dado mi primer beso ni, mucho menos, me planteaba el tema. Fue muy cruel. No olvidemos que se habían ensañado públicamente con un niño de 14 años”, señala. “Mamá sufría. Lloraba mucho cuando veía esa actuación. Decía que todo era por demás injusto y agresivo. Yo, tal vez para autodefenderme, prefería mirar para otro lado y seguir llenando estadios”. Migrar sería una buena opción.


México lo abrazó en cada plaza de toros que pisaba. “Es un país que cuando quiere, quiere. Y a mí me hacía sentir Gardel”, expresa. Fue entonces que EMI Capitol lo proyectó como El nuevo ídolo teen latinoamericano. Una especie de “reserva” para lo que podría resultar un grave issue en ese segmento del mercado. Luis Miguel (52) estaba cambiando su voz y eso preocupaba a los popes de la industria. “Se rumoreaba que buscaban en mí su reemplazo”, cuenta Pablo. Y así comenzó a escuchar promesas que lo llevaron directo hacia una trampa letal. “La rompía. Había logrado tanto alcance que en un momento dudé sobre la continuidad de mi carrera. Y no me equivoqué”, cuenta. Así supo de qué va la paradoja del éxito. “Las internas de las discográficas son fatales. Muchos se complotan para potenciar las subidas y bajadas de los artistas de acuerdo a los negociados. Y en ese momento en que surgían figuras como Ricky Martin (50), Cristian Castro (47), e incluso Luis Miguel regresaba con 20 años, estos monstruos del showbusiness aprovecharon la debilidad que implicaba mi transición de niño a hombre para guardarme por un rato”, relata. Su manager (“quien decía quererme como a un hijo”) también era parte de aquel “juego perverso”, como Pablo define. “La última propuesta de Capitol fue para grabar un disco de Tex Mex, el género con el que había triunfado Selena (Quintanilla Pérez, La reina de la música texana). Querían correrme del pop, me negué y me encajonaron definitivamente”, cuenta. Para entonces, y con 15 años, ya estaba instalado en el DF mexicano.


La rebeldía se le haría marca personal. “A la edad en la que uno intenta descubrir y definir la propia identidad, sólo tenía exigencias. Ellos pretendían cambiarme por completo”, relata. Y qué cantar sería el aspecto más liviano. “Elegían mi corte de pelo. Me obligaban a usar trajes. Y me decían: ´Tenés que ser masculino para que te sigan queriendo´. Fue espantoso”, relata Pablo. “Todo iba de mal en peor. Me hacían grabar y grabar. Ya había completado dos discos y no los editaban. “Me tenían viviendo en un cuartito de 2x2 en una casa de familia y me tiraban 100 dólares por semana: ´¡De ahí comé y hacé tu vida!´. Me sentía un paria y estaba destruido psicológicamente. Hasta que Michael, mi mejor amigo, que por entonces trabajaba en una empresa gringa me rescató y me llevó a vivir con él”, cuenta. “La manipulación era terrible: ´Ya sale, ya sale´, me decían sobre el disco. Y yo les creía. Pensaba: ´En algún momento van a hacer algo conmigo. Deben estar planeando una buena. Aún así no perdía el entusiasmo”, cuenta. “Mamá y mis hermanos fueron a buscarme varias veces. Me decían: ´Volvé con nosotros, nada de lo que te juran sucederá´. Pero yo seguía obstinado y eso también fue parte de una gran enseñanza”.


Pablo creyó encontrar escape, “a toda esa opresión”, en la noche y en las drogas. “Fue algo rápido y muy violento porque todo estaba ahí, al alcance de la mano: mujeres, sustancias, lo que te imagines”, dice. La entrada a la diversión fue el Éxtasis, pero luego, “con la cocaína encontraba esa verborragia de poder estar con amigos, sacar toda esa mierda que tenía adentro y solucionar el mundo en una noche”, comentó alguna vez. Hoy prefiere “no entrar en detalles para evitar la promoción de algo que no está bueno”, dice. Pero sí admitirá que estuvo “en situaciones peligrosas”. Es así que recuerda: “una vez me esperaban en el estreno de una obra de teatro, y como venía de un fin de semana entero sin dormir, nunca llegué. No pude despertarme. Y ese fue el punto más álgido, me asusté bastante”. No obstante, señala haber sentido cierta protección extra. “Sé que tuve una guía, un ángel, o como quieras llamarlo, que me decía: ´Hasta acá´”. El calvario que representó ese limbo profesional lo sumió en un “pozo de tristeza, tal vez una depresión encubierta”, define. “¡Me prohibían expresarme! Extrañaba los escenarios pero también a mi familia. Y cada vez que hablaba con mamá, que natural e injustamente sentía culpa de haberme puesto en ese camino artístico, yo no podía dejar de llorar. Creo que esas largas charlas que mantenía con ella y la luz que proyectaba sobre mí, me salvaron de las adicciones y de que me dejara morir”.


Haremos una escala en esta charla. Justamente aquí, a sus 18. “La edad en la que sentí que debía hacerme cargo”, define. “Hasta ahí, el gusto por los hombres había sido una leve sospecha. A lo mejor me sorprendía a mí mismo mirando con atención a los modelos con torso desnudo en las Interviú”, suelta con gracia. “Pero una vuelta de gira mexicana, Alejandra Guzmán (54) me invitó al boliche de su novio. Ella estaba con todo su equipo de bailarines de Los Ángeles. Entre ellos había un chico hermoso, rubio, de ojos celestes y pelo largo con el que nos coqueteamos toda la noche. Él estaba quedándose en el mismo hotel que yo. Y bueno, se dio”, cuenta. “Por esos días debía pasar por Argentina y me volví con el corazón roto porque él también regresaba a California. Entonces le escribí una carta contándole que ese encuentro había sido mi ´primera vez´, lo que significaba y todo lo que había sentido. Cuestión, que esa carta llegó a Los Ángeles, y no sé por qué error, volvieron a mandarla a casa... ¡Y la recibió mamá! Así se enteró. Cuando llegué la vi llorando. Entonces le conté todo: ´creo que soy gay, tuve esta experiencia y me gustó mucho´. Me abrazó fuerte y tuvimos la charla más hermosa”, recuerda. Pasarían dos años para que llegase el primer amor, “por demás complicado”, cuenta. “Ernesto, así se llamaba, pertenecía a una familia muy rica y muy mexicana. Nada era viable, porque de enterarse lo desheredaban. Y tuvimos que separarnos. Fue muy triste para los dos”.


Recapitulando, durante una de esas tardes de “ahogo” que “pesaban en el alma”, Pablo escapó hacia Miami. Vivió como pudo. Después de todo la supervivencia era una suerte bien ejercitada. “Pasé hambre y mucha tristeza. Allá les ofrecía ayuda a mis amigos con las tareas de las casas como limpiar y lavar platos. Les decía: ´Dame 20 dólares y te baño al perro´. Porque hasta bañé perros para poder comer. Y no se me caen los anillos por decirlo”, asegura. Para entonces ya había rechazado varias propuestas “deshonrosas”, como señala. Frente a tamaña necesidad, Pablo dice haber tenido la posibilidad de prostituirse. “Recibí propuestas millonarias y muchos regalos de gente que tenía mucha plata. ¡Una vez devolví dos autos!”, recuerda. “Era gente muy poderosa. Y la gente poderosa suele ser peligrosa, mucho más en México. Quien tiene dinero es muy del: ´esto es mío´. Y pasas a ser una propiedad. Entonces todo es una rueda en la que entrás y, después, ¿cómo salís?”, reflexiona. “Nada de eso iba conmigo. Mi vieja me educó para esquivar los caminos más fáciles. Y yo prefiero bañar perritos. Tal vez por eso no fui tan famoso como como Luis Miguel o como Ricky Martin”. En definitiva, “en Estados Unidos conocí a Rebeca Fajardo (hermana de Gloria Stefan), quien quiso manejar mi carrera. Y, de hecho, me llevó a cantar a una fiesta en la que estaban Gloria y Emilio (Stefan) como para generar relaciones”, cuenta Pablo. “Pero nada podíamos hacer mientras durase ese contrato diabólico con mis managers que me tenía atado de pies y manos por 10 años, cobrando guita que a mí no me llegaba”, cuenta. “Al regresar a México fue que puse un punto final. Les dije: ´No los quiero cerca. Denme mi carta de salida y todo se acabó acá´. Me respondieron que si quería mi libertad debería hacerles juicio. Y entonces volé a la Argentina”.


Dice haber vuelto a la vida después de los 30: “Y en mi modo más honesto”. Comenzó la gestión de su propio estilo y se abrió a otras alternativas para “reordenar” su vida profesional y, por consecuencia, económica. Participó de El circo de las estrellas (Susana Giménez, Telefe 2002), en Bailando por un sueño (ShowMatch, 2008), en Tu cara me suena (y hasta debutó en ficción como él mismo en Graduados (Telefe, 2012). Pero es en Sex (de José María Muscari en el Gorriti Art Center) que reconoce “el despertar de mi yo artista”, como define. “Subí a ese escenario sin haber ensayado nada y encontré la mejor de las experiencias. Sentí que me sacudía esa cuestión aniñada de tantos años y me paraba adulto, seguro, sexual, más desafiante con todos y conmigo mismo”, cuenta Pablo, quien se prepara que regresar al espectáculo desde el 5 de enero en el Teatro Roxy de Mar del Plata. “Y me muy hizo bien. Porque, en definitiva, Sex se trata de eso, de destruir prejuicios, de ir más allá del límite, de plantearnos un permanente ´¿por qué no?´. De sabernos libres”.


Es un “tipo espiritual”. Y dice haber aprendido de su mamá, quien falleció súbitamente en 2016, a sus 73 años. “Ella siempre decía que las almas siguen vivas en algún lugar”, cuenta. De hecho, Pablo asegura que mantienen charlas en sueños y “hace poco caminé varias cuadras oliendo su perfume mientras intentaba dar solución a una situación clave”. En definitiva, está convencido de que su “luz interior” lo protegió en el tránsito de la pandemia. “Durante todo ese tiempo de introspección obligada hice un inside muy fuerte en el que salieron a flote mis miedos ancestrales y mis oscuridades”, revela. “40 años después estaba depurando la angustia del bullying, de los golpes de la prensa, de todo lo que la vorágine de las giras no me habían permitido procesar. Y fue otro gran paso a nivel personal”, cuenta. “Hoy estoy finalizando el tratamiento con mi psiquiatra, sigo visitando a mi psicólogo, y hago terapias holísticas”. Además, estudia Desprogramación Biocuántica en pos de “deshacer bloqueos, traumas y limitaciones generadas por nuestra mente en ésta y en otras vidas”, explica. De aquel viaje hacia sí mismo un viejo deseo se hizo más claro. Tanto que entonces lo decretó: “Voy a ser papá”.


Como “la espiritualidad habla de esta gran red de conciencias y afinidades”, Irene vuelve a sobrevolar esta conversación. Porque según Pablo, “es mi alma gemela”. Y entonces la liga a la decisión de su paternidad, “que sin dudas motivó con su crianza”. Dice deberle gratitud, “y no sólo por el pilar que significó en mi carrera, sino también por haberse puesto firme en la decisión de tenerme. Me defendió con su vida”, anticipa. “Mamá estaba embarazada de mí cuando papá, desesperado porque no podría mantener a otro hijo más, le pidió que me abortada. Y ella se aferró a su panza y luchó por quedarse conmigo”, relata. “Mi vieja es, para mí, un ejemplo de perseverancia y amorosidad tan grande que no puedo fallarle. No lo hice cuando estuve muy cerca del piso y no voy a hacerlo jamás con ninguno de los sueños que aparezcan”, dice. “Ahora me toca a mí demostrar que puedo formar una familia e imprimir ese amor puro que nos enseñó”.


Se volcó de lleno a la investigación respecto de la gestación subrogada porque, dice, es el método elegido para tener a su bebé. Y en el camino se dio cuenta de que el tema ameritaba un marco legal que lo hiciera más “alcanzable para todos y todas”. Es así que junto a su amigo, Matías Rivero, secretario del Congreso de la Nación (FPV) y activista LGBTQI+, Pablo trabaja para impulsar la regulación legislativa de la Subrogación para que ya no esté “suelta a la discreción judicial”, con menos “vacíos legales”, más bebes con situación jurídica cierta y concreta, y “un acceso abierto también al alcance de sectores con menos recursos”. O sea, “un tratamiento costeado a través de la Salud Pública y la medicina prepaga”, según describe. Fue con Rivero que, además, compuso Un solo latir, tema musical de apoyo a la campaña de la fórmula presidencial Daniel Scioli- Carlos Zannini 2015 y la de Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires.

En tanto de sus ideales políticos, Pablo comenta: “Han ido cambiado mucho desde que tengo conocimiento espiritual. Si bien toda mi vida tuve bases de pensamiento peronistas, creo que todos los sistemas políticos caducaron. Estamos frente a una era en la que lo primordial será conocernos como humanos-luz y, desde ahí, poder vibrar en amor, ayudándonos entre todos”, dice. “No será de un día para otro, pero de acá a 100 años ya viviremos otra realidad. Estamos atravesando el caos del gran cambio”. Y precisamente Nueva era es el nombre del disco con presentación prevista en 2023 y que compuso junto a su hermano Christian. “Sus canciones hablan de este último proceso, de mi despertar personal. De sanar a mi niño interior. De llevar esperanza en tiempos de tan pocas oportunidades”, detalla. “Es una gran salida del closet del sistema para animarnos a hacer nuestra propia vida, nuestro propio negocio, nuestro propio todo”.

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