LA MONCLOA, LOS PACTOS Y LOS VOTOS - Por Juan Manuel Fabricius
El Palacio de la Moncloa es un edificio situado en el noroeste de Madrid, que desde fines de los ’70 es la residencia oficial del presidente de España. Se trata de una reconstrucción, realizada a mediados del siglo pasado, en base al diseño del palacete original, que había sido destruido casi por completo durante la guerra civil. Debe el nombre a sus antiguos propietarios, los condes de Monclova, dueños de una finca agraria adquirida luego por el marqués Gaspar de Haro y Guzmán, quien mandó construir aquella primera mansión.
En ese lugar se firmaron los Pactos de la Moncloa, acuerdos concertados durante la transición española entre la dictadura de Franco y el retorno a la democracia, e incluyeron la rúbrica del gobierno y de representantes de los principales partidos políticos, asociaciones empresariales y sindicales, marcado el punto de partida de la historia reciente de España.
La convocatoria del presidente Javier Milei a conformar un “Pacto de Mayo”, dirigida “tanto a gobernadores como a expresidentes y líderes de distintos partidos políticos”, con la intención de “deponer diferencias y encontrarse”, podría evocar aquellos pactos que marcaron para los españoles el inicio de un camino que los llevó a ser potencia.
Sin embargo, los puntos que el mandatario anticipó hacen que este pacto luzca más parecido a las bases sentadas por el llamado Consenso de Washington, a las que el gobierno de Carlos Menem adhirió casi sin objeciones durante los ’90, con las consecuencias ya conocidas a principios del 2000.
Es que si bien en los primeros años una parte de la población –especialmente la clase media- se vio beneficiada por bajas tasas de inflación, créditos accesibles y precios relativamente económicos, el plan tuvo consecuencias muy negativas como el cierre masivo de empresas, altas tasas de desempleo, aumento significativo de la deuda externa y finalmente, un incremento de la pobreza que detonó la economía del país.
No es casualidad: Milei elogia la política económica del gobierno menemista, cuya base incluía dejar en manos del mercado el destino de la economía, minimizar la intervención del Estado, liberalizar el comercio exterior, desarrollar un amplio programa de privatizaciones, y atraer la inversión del capital extranjero. No hay nada nuevo bajo el sol.
Lo que resulta llamativo –por no decir, contradictorio- son las condiciones que el propio Presidente pone de manifiesto para la firma del supuesto “acuerdo” cuando anuncia que, previo al encuentro cumbre, convocará a los gobernadores a la Casa Rosada con la intención de “sancionar la Ley de Bases y alivios fiscales para las provincias”. No hay ejemplo más evidente del “te doy si me das”, del tome y daca que el mismo Milei no se cansa de denunciar como característica propia de una casta que dice combatir.
Nuestro país tiene una larga historia de pactos. Son incluso anteriores a la Constitución Nacional y forman parte de su preámbulo, que señala su conformación “en cumplimiento de pactos preexistentes”. Todos tienen una característica común: las partes que acuerdan deben ceder algo, y deben obtener un beneficio. Son producto del diálogo, no de la imposición.
Así como se plantea, el “Pacto de Mayo” a firmarse en Córdoba se parece más a un simple acto de rúbrica de una negociación ya pergeñada en Buenos Aires, donde –en el plan de Milei- los gobernadores recibirán el salvataje financiero que requieren para sus ahogadas cuentas, a cambio de los votos suficientes para sancionar la ley que el Presidente necesita, y con los que hoy no cuenta.
"Como dicen las sagradas escrituras en los libros de Macabeos, la victoria en la guerra no depende de la cantidad de soldados, sino de las fuerzas que vienen del cielo", repitió Milei el viernes en su discurso, como lo había hecho en diciembre. Sin embargo, resulta que a veces la victoria sí depende de la cantidad, al menos de legisladores que levanten la mano.
Juan Manuel Fabricius
Licenciado en Periodismo