Por Manuela Chiesa de Mammana (*)
Los recuerdos nunca se esfuman totalmente. En el lugar queda algo de la gracia premonitoria de otros días, cuando la memoria no acudía a habituales engaños para disimular el paso de los años.
Hubo un tiempo de amplios patios de baldosas anchas, de domingos cargados de silencios, de sueños teñidos de luz crepuscular, cada vez que caminando por veredas de ladrillos y pastos duros, creímos que así sería para siempre.