OPINIÓN. La grieta ¿existe? (Por Federico Viollaz)


Desde hace mucho tiempo en Argentina oímos hablar de “la grieta”, refiriendo con ello la supuesta división irreconciliable que se da en el seno de nuestra sociedad.

Es cierto que la historia de nuestro país, desde su nacimiento, ha repetido casi sin solución de continuidad distintas divisiones, siempre con dos posiciones contrarias y claramente definidas (polarización); así, a solo título de ejemplo, podemos recordar las antinomias entre unitarios o federales, radicales o conservadores, peronistas o antiperonistas, azules o colorados, o de índole más sociológica entre civilización o barbarie, o màs cerca de nuestro tiempo entre kirchneristas o antikirchneristas.

Y también es cierto que si uno analiza cada posición, una siempre es contraria a la otra e irreconciliable; pero ello es porque siempre consideramos la idea o la posición en sí misma, con cierta frialdad, y pocas veces nos detenemos en analizar a las personas que las sostienen.

Si hiciéramos eso probablemente nos sorprendamos dándonos cuenta que en realidad los argentinos, las personas que convivimos en esta bendita tierra, tenemos muchas más coincidencias que diferencias.

Por ejemplo: es muy difícil que alguien no esté de acuerdo en querer un país mejor para todos, con paz, con justicia, con equidad, con igualdad de oportunidades, con educación, con trabajo, con vivienda digna, en fin, con lo que nuestro preámbulo constitucional justamente nos dice que es objetivo común.

Tampoco nadie puede estar en desacuerdo con que el deseo común de la sociedad, e íntimo de cada ciudadano, es estar gobernado por políticos y funcionarios probos y honestos, a pesar de cierta hipocresía que a veces hay en esto, pues exigimos a nuestros gobernantes esas virtudes pero no siempre lo hacemos con nosotros mismos.

Es decir, si vemos en profundidad, sin egoísmo, ni creyéndonos dueños de la verdad, veremos que la gran mayoría de la población quiere esto, y que la llamada “grieta” es sólo una herramienta que usan aquellos que les conviene mantener divisiones, sea para conseguir el acceso al poder o para mantenerse en él, a veces por loables razones y las más de las veces por motivos mucho màs mezquinos.

Los argentinos, las personas, los que estamos en el llano, los que trabajamos, estudiamos, aprendemos, enseñamos, los que somos padres, abuelos, hijos, nietos, debemos tener la suficiente inteligencia y tranquilidad de espíritu para saber discernir y distinguir.

Debemos aprender a deshacernos del fanatismo y del extremismo, que todo lo obnubila, hasta tal punto que somos capaces de asegurar cualidades de personas que muchas veces ni tan siquiera hemos visto de cerca, asegurando sobre ellas blancos y negros, y defendiendo o atacando a capa y espada. Eso es lo que quieren los que se benefician con la “grieta”.

La ideología política de quien escribe estas líneas no se identifica justamente con el justicialismo ni mucho menos con el kirchnerismo, pero personal (y francamente) soy de los que creo que la gran y enorme mayoría de los que sí se identifican con ellos, son personas que también comparten aquellos ideales comunes a todos, y que con convencimiento creen en la bondad de un determinado modelo para lograrlo. Y eso es bueno en una democracia que se precie de tal, en la cual siempre deben existir alternativas para el saludable recambio periódico.

Ese sector político (que –repito- no es el mío) tiene su mayor fuerza en esa gran mayoría de gente bienintencionada.

Sólo espero que no los obnubile un fanatismo que no les deje ver lo que es evidente a los ojos de todos: que algunos dirigentes, que supieron encarnar sus ideales, se han enriquecido grotescamente a costa de todos.

Cuando logren separar la “paja” del “trigo” seguramente volverán a ser lo que fueron, y tal vez puedan volver a ofrecer una alternativa en el libre juego democrático, aunque no sea por la que personalmente yo llegue a optar.

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