PANDEMIA, EMBALSADOS Y CUARENTENA, por Miguel Ángel Federik

"Es hora de recordar a Almafuerte y decir con él: 'Hago, vuelvo a decir, como los bueyes / mutualidad de yunta y compañero'"

En nuestro litoral y en temporadas de grandes lluvias viajan por nuestros ríos los “embalsados”, voz que proviene más de “balsa” que de “embalses”, más de cosa que marcha, qué de cosa que detiene los cursos naturales. 

Los embalsados llevan consigo ramajes caídos, árboles arrancados de cuajo y camalotales inmensos y sobre ellos van juntos las arañas, las garzas y los jaguares, los yacarés y los carpinchos, las lampalaguas, los guazunchos y los gallitos del agua. Y nadie se ataca mientras dura ese terrible viaje; nadie se come al otro ante esas desesperaciones, donde ni siquiera saben si los espera el mañana. 

Ahora estamos en pandemia universal, recluidos en nuestras casas y según el dicho popular “No hay mal que por bien no venga”. 

Enfrentados como individuos y como país a una amenaza global poderosa, invisible y desconocida, quizá el momento sea oportuno para repensarnos interiormente, alejándonos un poco del martilleo de las noticias que generarán en más de uno estados de pánico y hasta suicidios, como ya ha producido “cada fin del mundo” ficticio. 

Las caravanas de camiones militares italianos llevando cadáveres a los crematorios, o el depósito de cadáveres en Madrid en una pista de hielo nos entregan unas imágenes terribles, exactamente contrarias a la imbecilidad casi delictiva de una burguesía que se va de vacaciones a las playas de viento, arenas negras y aguas frías de Buenos Aires.

Organismos internacionales, nacionales, provinciales y municipales y organizaciones no gubernamentales están haciendo lo suyo en la medida de sus incumbencias y posibilidades. 

Del otro lado y debajo de esas instrucciones, estamos nosotros: la gente, el pueblo, los comunes, librados a nuestras propias soledades, conciencias, probables obras sociales y sistemas de salud, no preparados para escándalos de este tamaño. 

Ante ello, no es ético, ni racional, ni solidario irse de vacaciones, vaciar góndolas de supermercados -como he visto- o farmacias o dispensarios para provocar desabastecimientos de fideos, alcohol en gel, vacuna alguna u otros productos de higiene, en nombre del individualismo criminal del sálvese quien pueda, consigna cruel de un capitalismo salvaje, frágil y desmadrado. 

Tampoco es tiempo para utilizar las redes sociales denostando personas o funcionarios, como he leído. Es hora de quedarse en casa y obedecer las instrucciones. 

Gobernantes, médicos, paramédicos, científicos de la salud, fuerzas de seguridad y medios de comunicación hacen lo imposible para detener un flagelo invisible, poderoso y devastador. Es hora de obedecer. Y es hora de agradecer a quienes están en la primera línea de combate, a riesgo de sus propias vidas. 

Está cambiando la configuración moral del mundo, y en situaciones como estas, no hay mejor medicina que la solidaridad y la decencia racional de obedecer. 

Esta pandemia y sus cuarentenas dan cuenta de la fragilidad, no sólo de nuestras vidas sino también de este sistema globalizador que cruje por todos lados. 

Un virus -no un asteroide de diez kilómetros de diámetro- ya ha hecho caer todas las Bolsas del mundo, todos los vuelos internacionales, y todas las libertades vigentes para beneficios de pocos y males de muchos. 

Es cosa de estúpidos olvidar estúpidamente que todas nuestras libertades y derechos provienen de un trípode esencial: Libertad, Fraternidad, Solidaridad. Y llegó la hora donde todas y cada una de nuestras libertades -y sus excesos- deben someterse a las otras: Fraternidad y Solidaridad con todos, los de adentro del país, los que quieren volver a sus patrias y los de afuera que la están pasando peor o parecido. 

Ello requiere gestos y conductas de cada uno en su barrio, en su manzana, en su trabajo: obedecer para la vida y sirviendo para la vida, porque lo demás se va al carajo en una semana, o dentro de dos o tres meses, o cuando pase, y este pequeño planeta azul ya no vuelva a ser el mismo. Pocos saben que nuestro presidente detuvo en el puerto una exportación de respiradores, porque los necesitamos los argentinos. Pocos saben que el país quiere comprar insumos para testeos inmediatos y no se los venden porque otros pagan mejor y los necesitan. 

Todas nuestras libertades y derechos son fruto de la obediencia a valores superiores y largamente despreciados. Ahora es la hora de meternos nuestras ignorancias y nuestros odios infusos y confusos y hasta la mismísima libertad en el bolsillo, y obedecer por solidaridad y amor al prójimo, que es el undécimo mandamiento. 

Estamos en un punto grave porque corren y nos amenazan juntos el virus, los imbéciles y los winner a quienes también los protege el mismo gobierno que los multa o los detiene. Estamos amenazados por el virus, el otoño que llegó ayer y los pelotudos, a quienes les importa un carajo el prójimo y hasta el mismísimo Estado que los protege, pues de hecho son diez veces más los detenidos imprudentes que los contagiados sin merecerlo.

Por eso he recordado a mis embalsados y a la ética esencial de nuestras criaturas hermanas en la vida y por la vida. Cuando todo pase -si es que pasa y cuando pase- y el tigre sea el tigre y la paloma la paloma, sería bueno hablarlo nuevamente, ya tranquilos. 

Ahora es la hora de obedecer las instrucciones y recordar al olvidado Almafuerte y decir con él: “Hago, vuelvo a decir, como los bueyes/ mutualidad de yunta y compañero.” 

Yo se que estamos velando un mundo. Gloria y honor a quienes están en las primeras líneas de riesgo. 

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