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HISTORIA DE UN INMIGRANTE. Por Manuel Langsam


Dejó su aldea polaca a finales del año 1929 en busca de un nuevo horizonte en un país muy lejano. Atrás quedaban una esposa y una pequeña hija, un pasado de de sufrimientos y pobreza y el recuerdo de tres años ingratos sirviendo en el ejército polaco como servicio militar obligatorio. 


Con la firme decisión de trabajar para conseguir medios y poder comprar los pasajes de llamada a quienes quedaban en Europa, viajó en tren hasta el puerto de Marsella en donde se embarcó en la tercera clase del buque que tardó un largo mes en cruzar el Atlántico y dejar una nueva tanda de esperanzados inmigrantes en el puerto de Buenos Aires.

No llegó en el mejor momento del país. En los grandes centros poblados había muchos desocupados, fruto de la gran crisis mundial del año 29, el gobierno de Yrigoyen se encontraba en serias dificultades (que poco después terminarían en su derrocamiento) y los inmigrantes europeos eran mirados con desconfianza debido a que muchos de ellos venían con las nuevas ideas comunistas o anarquistas. También las agrupaciones nacionalistas como la Liga Patriótica Argentina atacaban frecuente e impunemente las zonas pobladas por “gallegos, tanos y rusos”, como la Avda. de Mayo, La Boca o el Once.

Por lo tanto, después de la obligada estadía de unos pocos días en el Hotel de Inmigrantes, junto con otros compañeros de travesía, aceptó el ofrecimiento de trabajar en el tendido de vías férreas que se estaba llevando a cabo en el territorio de Chaco y que buscaba abrirse camino desde Resistencia hasta Presidencia Roque Sáenz Peña a fin de poder sacar la producción de los obrajes y de las nuevas colonias algodoneras que se estaban desarrollando en el interior del territorio.

Fue muy duro. Había que abrirse camino en la selva virgen a pico, hacha y pala ya que, como es lógico no se contaba con las maquinarias actuales. Súmesele a esto el encontrarse en un ambiente totalmente extraño, sin conocer el idioma, pasar de una temperatura de diez bajo cero a una de cuarenta grados, nuevas costumbres, otro régimen de comidas, ser acosados por mosquitos, tábanos y vinchucas y, además, transitar por zonas aun dominadas por tribus indígenas, algunas hostiles, que no aceptaban la invasión de los nuevos pobladores en la tierra que consideraban propia. Llegada la vía hasta Sáenz Peña, se terminó esa etapa de trabajo y cansado de un ambiente tan adverso decidió viajar mas al sur, hasta que llego a Villa Clara (Entre Ríos), en donde consiguió ocupación en la usina local para el tendido de cables que estaban llevando la iluminación a las calles del pueblo. Ahí también empezó su aprendizaje en el funcionamiento de los generadores de electricidad. Y cuando don Abraham Charchir propietario de la usina de Domínguez le ofreció un trabajo estable, se vino a vivir al pueblo que ya no dejaría por el resto de su vida. Cumplía turnos de doce horas, alternándose con el otro empleado (que era Moisés Segal), ya que cuando no estaban en la usina, se ocupaban del mantenimiento de las líneas callejeras, reposición de focos, control de medidores o arreglos domiciliarios. 



Sabiéndose ya afincado en un lugar y con los ahorros reunidos en el duro trabajo realizado hasta entonces, compró los pasajes para traer a su familia de Polonia, logrando reunirse con ellos luego de cuatro años de esforzada labor.

Aquí nacieron dos hijos mas y cuando todo parecía encaminarse a un pasar sin mayores sobresaltos, se enfermó gravemente de una neumonía que lo tuvo al borde de la muerte a consecuencia de haber salido después de una tormenta y con un fuerte descenso de temperatura a arreglar los cables que se habían cortado. Estuvo internado por casi dos meses en el hospital de Concepción del Uruguay y al salir se encontró desocupado, ya que su trabajo en la usina se había cubierto con otro empleado. Entonces se dedicó a hacer esporádicos trabajos de reparaciones eléctricas en domicilios particulares, pero eso no alcanzaba para mantener a su familia y buscando nuevas oportunidades , viajó a Villaguay para relacionarse con alguna agencia de lotería para hacer la venta ambulante de billetes. Así tomó contacto con la agencia de Marracchini y Castello quienes con la mejor buena voluntad, le facilitaron billetes para su venta callejera y rendir cuentas a fin de mes. En esa actividad se desempeñó durante 15 años andando las calles de Domínguez sin tener un solo día de descanso. Pero, al despoblarse en la década del 50 las colonias vecinas al pueblo, perdió a sus principales clientes, en su mayoría gente del campo.

Al disminuir marcadamente su fuente de ingresos, buscó nuevamente otra ocupación e instaló un pequeño local de venta de frutas y verduras. De ahí en mas a ese negocio le dedicó todo su esfuerzo, ocupando todas las horas del día (y algunas de la noche). Poco a poco lo fue llevando adelante ampliándolo, incorporando nuevos rubros, hasta lograr tener un comercio de ramos generales que llegó a ser uno de los negocios mas grandes y con mas movimiento en la zona, tanto con las ventas al contado como con el otorgamiento de créditos con libretas a pagar a fin de mes a quienes dependían de un sueldo mensual.

Y ahí siguió, siempre detrás del mostrador y pensando en como incorporar nuevos rubros y agregar mas variedad de mercaderías para satisfacer a sus clientes. Y ahí también cayó abatido por un infarto fulminante, falleciendo a los pocos días cuando le faltaba escaso tiempo para cumplir 80 años.

Se cerró el negocio, pero era tal el respeto y la consideración a que se había hecho acreedor, que todas aquellas personas poseedoras de libretas de compras, empleados, peones de estancia, servicio doméstico, que quedaron con saldo deudor, concurrieron a pagar sus deudas a la familia.

Ese inmigrante fue quien guió y guía todas las actitudes de mi vida. La herencia que nos dejó fue su ejemplo de honradez y dedicación. Es que ese inmigrante tan luchador, semianalfabeto y que supo llevar adelante una familia pese a todas las adversidades, fue mi viejo.

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