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ITALIA: PANDEMIA DE VERANO. Por Emilio Nogueira

Playa: el espacio público ya distribuido y marcado para mantener la distancia social.

Ha pasado poco más de un mes desde mi último artículo, cambiaron varias cosas excepto la sensación de que el tiempo vuela, no sabemos qué hacemos con los días ni como sigue todo esto.

En Italia cambiamos la cuarentena estricta por una serie de medidas que parecen haber instaurado una nueva normalidad hasta nuevo aviso.

La prioridad urgente es ahora la reactivación de la economía a través del consumo interno y el turismo doméstico y extranjero.

Casi todos los negocios están abiertos bajo un protocolo que incluye desde señalética en el piso y paneles de acrílico en los mostradores hasta la obligación de entrar con mascarilla y guantes descartables.

Actividades específicas como las peluquerías proveen una capa de nylon y una bolsa para los efectos personales y los bares tienen la obligación de desinfectar los baños cada vez que pasa un cliente.

En fin, una serie de medidas de aplicación discrecional por la dificultad de control. 

Reglamento: una serie de infografías para intentar modificar los comportamientos

Mientras tanto el verano está por llegar y con él, miles de almas que buscan redimirse después de un período tan oscuro.

La Liguria, donde vivo, es un clásico destino de playa: desde Ventimiglia en la frontera con Francia, pasando por San Remo, Savona, Portofino y Santa Margherita hasta Le Cinque Terre en el extremo oriental, la región recibe cada verano miles de piamonteses, lombardos y europeos del norte en busca de sol, mar y buena comida.

El turismo representa la principal fuente de ingresos de la región así que apenas decretado el “fin de la emergencia” se montó un plan que abarca desde la apertura de todas las fronteras hasta una regulación para el espacio en las playas.

Como en todo el país, aquí las playas se dividen en públicas y privadas.

Las primeras son de acceso y permanencia libres y no cuentan con mayor infraestructura que una ducha de agua dulce.

Las segundas en cambio ofrecen servicios de sombrillas, reposeras y bar. 


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Las nuevas disposiciones para ambas tipologías obligan a mantener una distancia mínima interpersonal lo cual supone un trastorno aún mayor en un espacio ya reducido.

La nueva reglamentación es surrealista –como todo lo que hemos visto en el mundo los últimos 3 meses- e impone al menos 1 metro de distancia entre las personas, sea en el agua como en la playa y las instalaciones.

En algunos municipios –ya que cada uno regula como mejor le parece- hasta se está evaluando imponer franjas horarias de permanencia tal como se hace con el estacionamiento en la calle.

En el caso de las playas públicas, no queda claro quién va a controlar todo esto ni qué grado de colaboración habrá por parte de los mismos ciudadanos que pasamos 9 semanas consecutivas encerrados en nuestras casas para evitar multas de hasta €370.

En definitiva, esto que les cuento agota de solo pensarlo.

Pero el problema es mucho más profundo: lo que agota de la pandemia son los dilemas e interrogantes que presenta.

Lo único cierto es la necesidad de restablecer la actividad económica y, contrariamente a la ilusión de un potencial cambio de paradigma, todo tiende a profundizar el modelo: quienes más tienen podrán vivir mejor y los que menos, peor.

Si la tan mentada “distancia social” llegó para quedarse, la necesidad de rendimiento de la superficie supondrá pagar mucho más caro el mismo asiento de avión o el cubierto en un restaurante, que además trasladarán al privado los nuevos costos de sanitización e higiene.

Por otro lado, los únicos que se beneficiaron durante estos tres meses fueron los magnates de la tecnología, como por ejemplo Facebook, Amazon y Zoom quienes según la revista Forbes incrementaron su patrimonio de manera exponencial casi sin hacer nada nuevo.

La otra crisis global es de representación: algunos líderes mundiales han expuesto una desopilante gama de abordajes: Suecia admitió que su política provocó demasiados muertos; Reino Unido apuesta a un show mediático mientras va emparchando; el caso de EEUU es impresentable y el de Brasil es directamente siniestro.

Por su parte, el caso de éxito de Nueva Zelanda es resultado de su geografía, su densidad de población y el apego a las reglas que lo hacen único e irreplicable.

Mi conclusión es que el corto plazo presenta una necesidad de supervivencia al menos emocional, el mediano es una gran incógnita y pensar en el largo plazo se convierte en un pasatiempo mental.

De lo único que estoy seguro es que llegó la oportunidad de bosquejar una vida austera, maximizar los hábitos saludables y perfeccionar una alimentación sana para procurarse el equilibrio imprescindible para navegar en la incertidumbre y adaptarse a los tiempos que corren.

La buena noticia es que se puede lograr todo eso.

La mala es que no queda otra.

¡Hasta la próxima!

Emilio Nogueira
atrip@iselectortravel.com 

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