- ¿Cuándo empezó tu problema con la vista?
- Fue así: cuando cursaba el último año de la secundaria noté que mi vista con el ojo izquierdo no era buena. Me dí cuenta cuando estaba maquillándome, porque intenté delinearme ese ojo y no lo veía. Es un problema que se disparó cuando cursaba el primer año de la facultad. Hasta entonces nunca había tenido dificultades con la vista; en primaria y secundaria veía bien pero con la carga horaria y los textos de letra pequeña de la universidad pude notar el problema que tenía. En ese tiempo empezaron los dolores por la vista cada vez que me sentaba a estudiar. Tenía 17 años cuando fui al oftalmólogo, me diagnosticaron astigmatismo y me recetaron mis primeros lentes aéreos. Pero el diagnóstico estaba equivocado, y como el dolor no cesó y mi visión no mejoró, fui al doctor Gabriel Lucca. Él me hizo unos estudios y descubrió que la enfermedad era queratocono, una patología degenerativa de la córnea. Aunque para llegar a ese diagnóstico ya había pasado un año entero con lentes y el problema avanzó todavía más.
- Ni bien me dijeron que era queratocono, mi mamá se angustió mucho porque ya conocemos el sufrimiento que es. Mi papá tiene ese problema, es hereditario, y siempre lo padeció. Él no necesitó trasplante, pero al corregirlo con lentes rígidos, ahora tiene las córneas muy sensibles. En mi caso, cuando los estudios dictaminaron que era necesario el trasplante, a mí me pareció la mejor opción. Mi preparación en la Facultad de Medicina es lo que me brindó la información que me permitió permanecer tranquila. Yo sabía que el riesgo era bajo, porque es un procedimiento relativamente simple en la que el rechazo es casi nulo.
- ¿De qué forma se veía afectada tu vida antes del trasplante?
- Además del dolor, lo que me afectaba mucho eran los horarios. Tenía que aprovechar la luz natural para poder estudiar, porque la luz artificial me lastimaba. Entonces me veía obligada a levantarme cuando amanecía y estudiar hasta las cinco de la tarde sin parar. Cuando se hacía de noche recurría a los videos y las clases grabadas en las que podía cerrar los ojos y escuchar. Los nervios por la falta de visión, me hacían bruxar los dientes en exceso y eso acarreaba dolores de mandíbula, de cabeza y falta de sueño. Todo eso se volcaba en mi rendimiento estudiantil, por lo que me generaba mucha ansiedad.
- ¿Cómo fue todo el procedimiento por el que tuviste que pasar?
- Me derivaron al Instituto Santa Lucía en Paraná, al cual me lo recomendaron porque cuenta con profesionales que son eminencias en el tema. Luego de los estudios me colocaron primera en la lista de espera, porque mi problema era muy avanzado para alguien de mi edad. Antes del trasplante me realizaron, en el ojo derecho, un crosslinking corneal para frenar el avance de la enfermedad en el otro ojo. Un mes después recibo una llamada de un hospital de Corrientes y me preguntaron si estaba en lista de espera y en condiciones para realizarme un trasplante. Es decir, no encontrarme resfriada o tener alergias. Después de esa llamada, me avisan desde el Santa Lucía que ya había una córnea disponible, y que la cirugía se iba a realizar al día siguiente. Fue todo muy repentino, pero yo estaba muy contenta. La cirugía, que generalmente dura una hora, a mí me la realizaron en mucho más tiempo, porque todas las capas de la córnea eran inservibles, y tuvieron que retirar incluso las que se dejan para anclar la córnea nueva. El daño era mucho mayor que lo que se esperaban. De todos modos, la cirugía fue un éxito.
- ¿Es muy largo el tiempo de recuperación?
- El post operatorio es muy doloroso. Las primeras noches no podía dormir, y los controles fueron cada dos días por una semana, luego semanales y ahora son mensuales. El sueño también era muy interrumpido porque cada dos horas tenía que ponerme gotas. Actualmente cuento con un tupper lleno de gotas que debo usar todos los días. Sobre todo unas gotas especiales que se mandan a hacer especialmente en un laboratorio de Buenos Aires. Son unas gotas inmunodepresoras que no circulan en el mercado, y sólo hay dos laboratorios en el país que las fabrican. Pero no puedo dejar de usarlas porque son para evitar el rechazo del órgano. Así que tengo que asegurarme de que no se me terminen, porque en esta situación de cuarentena es más difícil conseguir que las envíen.

- ¿Sabés algo del donante?
- Sólo el nombre. Me dijeron que se llamaba Brenda, y que tenía 24 años. Por la llamada desde el hospital de Corrientes, supuse que la chica era de ahí. La verdad es que me gustaría conocer un poco más de ella y cómo era. Quizás más adelante tenga la posibilidad, porque quisiera poder hablar con sus familiares y agradecerles por la donación.

- ¿Qué opinas de la Ley Justina?
Creo que es una ley muy importante porque puede mejorar la calidad de vida de mucha gente. Yo tuve la suerte de ser un caso relativamente sencillo, pero muchas personas no tienen posibilidad de llegar al trasplante por no contar con donadores. Y es una realidad que no se puede negar, después de morir todavía poder hacer un bien. Como el que hizo Brenda conmigo, que sea donde sea que esté, siempre le voy a estar agradecida.