Esta crónica es una adaptación de una vieja anécdota que me
contaron en mi época de bancario, de los tiempos en que el Banco Popular
Agrícola de Domínguez tenia pocos años de constituido y las colonias estaban
pobladas por los inmigrantes colonizados por la Jewish.
Esa gente, los colonos, no tenían ninguna practica en
operaciones bancarias y no eran muy afectos a concurrir al banco y, menos aún,
a pedir créditos.
Pero resulto que vino un año muy malo para el campo, una
prolongada sequía y las escasas cosechas recogidas apenas alcanzaron para el
sustento familiar.
Así que muchos de ellos no tuvieron otra alternativa que
recurrir al crédito bancario para hacerse de los insumos de la siguiente
siembra. Lo que les creó una gran responsabilidad para el pago de las cuotas ya
que por sus férreos conceptos morales, el pago de deudas era un concepto casi
sagrado.
Uno de ellos, un hombre ya entrado en años, obtuvo un
crédito y cuando llegó la fecha de pago se hizo del dinero necesario en la
cerealera a la que había entregado su cosecha y el día preciso salió muy
temprano en sulky a cumplir con el pago de la primera cuota de su préstamo. Fue
en el mes de junio, un día de tremendo frio por lo que llegó casi congelado a
su destino. A las siete de la mañana ya estaba en la puerta del banco,
caminando nervioso para aliviarse un poco del frio y sin saber porque el banco
no abría. Cansado de observar la puerta cerrada, se sentó a esperar en el
umbral de la casa pegada al banco, arrollándose en una esquina y envolviéndose
en el poncho que había traído.
En un momento salió de la casa la dueña y ve al hombre.
Advierte su edad, que está temblando de frio, por lo que se acercó a
preguntarle si se sentía bien y si necesitaba algo. Ahí se enteró que estaba
esperando que se abriera el banco para entrar a pagar.
Pero señor, le dice, el banco abre a las ocho, tiene casi
una hora de espera todavía…Le dio mucha lástima por lo que lo invitó a entrar a
su casa, lo sentó al lado del fuego y le sirvió un vaso de leche caliente que
él bebió con avidez.
A las ocho agradeció, entró al banco, cumplió con el pago y
volvió a su campo.
A los seis meses, cuando llegó la fecha de la siguiente
cuota, ya era verano, conocía el horario de apertura, asi que llegó un poco
antes de las ocho, entró, pagó y luego se retiró unos pasos para dar lugar a
los demás clientes, quedándose a un costado.
Cuando el cajero terminó de atender, advirtió que nuestro
hombre todavía estaba parado a un costado, algo nervioso y mirándolo fijamente.
Entonces le pregunta: señor, Ud. ya fue atendido ¿no?, o necesita algo más…
Entonces nuestro personaje, venciendo su timidez se le
acerca y responde: vea señor gerente (para él todos eran gerentes), no quisiera
molestar, pero yo soy un hombre muy ocupado y quiero volver a mi trabajo en el
campo, asi que por favor, me da el vaso de leche ya y me voy