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(Foto: José Luis Raota). |
A lo largo de la historia, Villaguay ha contado con la presencia y la labor de gran número de hombres y mujeres dedicados a los oficios que resultan indispensables para la vida en sociedad. Ártico Grundler es el tornero más antiguo de la ciudad, con una trayectoria de más de cincuenta años, lleno de anécdotas y de tragos dulces y amargos a lo largo de su vida. En diálogo con EL PUEBLO relata sus tiempos en el oficio, además del abrupto cese al que se vio obligado realizar muy a su pesar.
- ¿Dónde aprendió el oficio y desde cuándo empezó a ejercerlo?- Lo aprendí en la Escuela Industrial a partir del año 1944. En 1949, recién terminada la secundaria, comencé a trabajar en la Fábrica de Aviones en Córdoba. Allí tenía trabajo asegurado gracias a un decreto del presidente Perón en el que decía que todos los jóvenes salidos de escuelas de artes y oficios podían trabajar en la fábrica. Contaba con un buen sueldo y podía aprender todavía más sobre tornería y mecánica. Ocho años después decidí volverme a Villaguay y fundar mi taller, en el que trabajé en sociedad con mi hermano Heriberto hasta que él se volcó a la docencia.
- ¿Continúa realizando trabajos?- Lamentablemente me vi obligado a cerrar el taller el 3 de abril de este año. Fue debido a un asalto que sufrí en el que unos ladrones entraron a mi hogar y me robaron todo mi dinero. A raíz de eso mis hijos me dijeron que no lo vuelva a abrir. Fue una situación muy dura porque no era la manera con la que yo quería cesar. Y el taller me servía para distraerme y socializar, ya que recibía visitas y a la gente le gustaba venir a conversar.
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- ¿Hay algún trabajo que lo haga sentir especialmente orgulloso?- Fueron varios, pero en particular fue uno que hicimos para la Arrocera Gallo junto con mi hermano. Realizamos las bielas nuevas para la cooperativa y fue uno de los últimos trabajos que realizamos juntos. Además formé parte del equipo mecánico de competición de Carlos “Cacho” Mantegazza (de la recordada Peña 27), en el que luego corrió Ramón “Fito” Ferreyra. Ese era uno de los trabajos que más me gustaba hacer. Incluso conservo uno de los trofeos de esa época.
- ¿Cómo era el oficio en sus inicios? ¿Difiere mucho de la forma actual?- Difiere totalmente. Hoy en día si no se analiza un auto con una computadora no hay forma de arreglarlo. Yo particularmente me quedé en el tiempo, porque nunca me actualicé con las nuevas tecnologías y me volqué al trabajo clásico del torno.
- ¿Reparaba máquinas del diario EL PUEBLO?- Sí, en los tiempos del Chino Surra, con quien tenía muy buena relación, yo me encargaba de algunas piezas de mantenimiento de las máquinas. Incluso aún tengo en el taller un viejo rolo de tinta que todavía conservo.
- ¿Ha preparado algún discípulo que siga sus pasos?- Tuve la posibilidad de enseñarles a muchos aprendices que pasaron por mi taller. Algunos venían de la escuela industrial, o de la técnica. Sin embargo siempre fui muy cuidadoso con mi torno y no permitía que nadie lo manipulara por miedo a que lo dañaran. Es un torno que hasta hoy está impecable.
- ¿Cuenta con un miembro de su familia que se haya interesado por el oficio?- Mi hijo Norberto aprendió un poco de tornería, no mucho, pero lo suficiente para defenderse. Si bien se interesó, decidió estudiar ingeniería civil y se fue a vivir a Buenos Aires, donde reside en la actualidad.
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Artico nació el 19 de agosto de 1931 en Mar del Plata. Como su madre Ana Emilia Pfleiderer falleció once días después, la familia Mortsiefer acudió a la ciudad balnearia a recoger al pequeño Ártico. Hugo Mortsiefer y su esposa Berta, hermana de Ana, lo criaron con el mismo cariño que le dispensaban a su hijo de cinco meses, Heriberto.
Lo trajeron a Villaguay con pocos días de vida, y su tía lo amamantó junto con su hermano de crianza. La vida que llevó de niño fue como la de cualquier otro, compartiendo juegos y risas con sus hermanos Heriberto y Silvia.
Grundler cursó la primaria en la Escuela N°1 “Bartolomé Mitre” y la secundaria en la entonces Escuela Industrial. Su padre Hugo le ofreció la posibilidad de estudiar una carrera pero él decidió que comenzaría a trabajar. Por lo tanto, a partir de 1949 se trasladó a Córdoba, a trabajar en la Fábrica Argentina de Aviones. Allí participó de la fabricación del modelo “I.Ae. 33 Pulqui II”, el primer avión a reacción diseñado en Argentina en los años ´50, por el Instituto Aerotécnico.
Luego de vivir ocho años en Córdoba, donde conoció y se casó con su esposa Virginia “Chela” Genari, volvió a Villaguay para fundar su taller y dedicarse a la tornería hasta abril de este año. Tuvo dos hijos, Norberto Gerardo y Ana Emilia, los que le dieron cinco nietos Magdalena, Federico, Ignacio, Tomás y Santiago y próximamente un bisnieto.
- ¿Cómo era el oficio en sus inicios? ¿Difiere mucho de la forma actual?- Difiere totalmente. Hoy en día si no se analiza un auto con una computadora no hay forma de arreglarlo. Yo particularmente me quedé en el tiempo, porque nunca me actualicé con las nuevas tecnologías y me volqué al trabajo clásico del torno.
- ¿Reparaba máquinas del diario EL PUEBLO?- Sí, en los tiempos del Chino Surra, con quien tenía muy buena relación, yo me encargaba de algunas piezas de mantenimiento de las máquinas. Incluso aún tengo en el taller un viejo rolo de tinta que todavía conservo.
- ¿Ha preparado algún discípulo que siga sus pasos?- Tuve la posibilidad de enseñarles a muchos aprendices que pasaron por mi taller. Algunos venían de la escuela industrial, o de la técnica. Sin embargo siempre fui muy cuidadoso con mi torno y no permitía que nadie lo manipulara por miedo a que lo dañaran. Es un torno que hasta hoy está impecable.
- ¿Cuenta con un miembro de su familia que se haya interesado por el oficio?- Mi hijo Norberto aprendió un poco de tornería, no mucho, pero lo suficiente para defenderse. Si bien se interesó, decidió estudiar ingeniería civil y se fue a vivir a Buenos Aires, donde reside en la actualidad.
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La familia: un vínculo que va más allá de la sangre.
Artico nació el 19 de agosto de 1931 en Mar del Plata. Como su madre Ana Emilia Pfleiderer falleció once días después, la familia Mortsiefer acudió a la ciudad balnearia a recoger al pequeño Ártico. Hugo Mortsiefer y su esposa Berta, hermana de Ana, lo criaron con el mismo cariño que le dispensaban a su hijo de cinco meses, Heriberto.
Lo trajeron a Villaguay con pocos días de vida, y su tía lo amamantó junto con su hermano de crianza. La vida que llevó de niño fue como la de cualquier otro, compartiendo juegos y risas con sus hermanos Heriberto y Silvia.
Grundler cursó la primaria en la Escuela N°1 “Bartolomé Mitre” y la secundaria en la entonces Escuela Industrial. Su padre Hugo le ofreció la posibilidad de estudiar una carrera pero él decidió que comenzaría a trabajar. Por lo tanto, a partir de 1949 se trasladó a Córdoba, a trabajar en la Fábrica Argentina de Aviones. Allí participó de la fabricación del modelo “I.Ae. 33 Pulqui II”, el primer avión a reacción diseñado en Argentina en los años ´50, por el Instituto Aerotécnico.
Luego de vivir ocho años en Córdoba, donde conoció y se casó con su esposa Virginia “Chela” Genari, volvió a Villaguay para fundar su taller y dedicarse a la tornería hasta abril de este año. Tuvo dos hijos, Norberto Gerardo y Ana Emilia, los que le dieron cinco nietos Magdalena, Federico, Ignacio, Tomás y Santiago y próximamente un bisnieto.