Seguinos en Facebook Seguinos en Instagram Seguinos en Threads Seguinos en TikTok Seguinos en Bluesky Escribinos por whatsapp Escribinos por Telegram

LINARES CARDOZO, A CIEN AÑOS DE SU NACIMIENTO. Por Miguel Ángel Federik


Este 29 de octubre se cumple el centenario del nacimiento de Rubén Martínez Solís, reconocido por su seudónimo de Linares Cardozo, que era el nombre de un peón de su La Paz natal. Vivió en Paraná donde hizo su profesorado en Letras y Ciencias de la Educación, en aquella época luminosa donde eran jóvenes él y sus amigos: Juan L. Ortíz, Marcelino Román Amaro Villanueva, Alfonso Sola González. Luego vivió en Colón muchos años y finalmente en Concepción del Uruguay en una intensa amistad con Artemio Alisio. Y en esos viajes de costa a costa pasaba por Villaguay y me hacía el honor de un alto, pues me tenía un cariño prenatal, ya que un tío abuelo mío le dejó una valiosa colección de partituras para guitarra, escasas entonces. 
 
Linares leía y escribía música, cosa poco común en lo que diríamos los cultores del canto popular. Nuestras conversaciones duraron años y como su madre -Delicia Bernabela Solís- era correntina, docente y guaraní yo le preguntaba por los saberes que le transmitía, y sobre eso me contó que gracias a ella pudo “oír” que la gallineta dice en su onomatopeya sonora: opa caá, opa caá, cuya traducción libre sería: se acabó la yerba, se acabó la yerba. 


En su libro “El Caballo Pintado y la paloma” (1982) adjudica a un viejo guaraní la leyenda de la paloma torcaz y supe de él también que ese silbo ya proverbial de su Peoncito de estancia, lo escuchó en Villaguay, y que era la variación salvaje y natural de un lieder alemán, cosa probable por la presencia aquí de inmigrantes de aquellos lares, y que hasta ese chañaral florecido que le iba perfumando el alma era el de nuestras costas, cuando estaba.

En nuestras largas tenidas a solas, hablábamos de Merleau Ponty, la fenomenología de la percepción y la conciencia encarnada. O de J.B. Camille Corot, paisajista notable y visible en los trazos de sus tintas, que poco se celebran. En su casa de Colón leíamos en francés con su compañera Inés, a Baudelaire y otros tantos. Y rememoro a propósito esos diálogos - lejanos al canon del folklorista usual- pues Rubén Martínez Solís fue y es mucho más que eso, ya que sus canciones y sus enseñanzas, son -más allá de la verdad de su belleza- la parte en silencio de una propedéutica ignorada.

Su libro “Júbilo de Esperanza” editado por la UCU en 1989 se subtitula “Apuntes básicos para una didáctica de la música y el canto regional” y debiera ser texto de la educación común, al menos de la entrerriana, pero sólo forma parte del olvido: otra forma de nuestras decadencias y desgracias.

En nuestras charlas de mundo y de lenguas llegamos a entender juntos que lo popular y lo culto por su elegancia y altura son lo mismo…y que sólo lo vulgar es lo opuesto a ambos.

Recuerdo al amigo que una vez despertó a mis hijos niños entonándoles su Canción de cuna costera, al compositor cuyos últimos textos musicales los escribió desde un modesto clavecín, pues no podía hacerlo con la guitarra, y al poeta de Desprendimiento, su último poema conmovedor y conmovido.

En nuestra plaza 20 de Noviembre hay un aguaribay plantado en 1995, meses antes de su muerte ocurrida el 16-02-96- que ahora yace acostado con una rama nueva hacia lo alto, en alegoría vegetal hacia la luz y hacia la vida, como aquel viejo olmo, con quién Antonio Machado esperase otro milagro de la primavera.

Eligió en La Paz el lugar de su tumba, años antes de llegar a ella, bajo un timbó que un rayo quemara -ahora hay otro- y con los pies hacia el Paraná de su infancia de pájaros y ocarinas perdidas.

La última vez que lo visité ahí, me arrodillé para sacar unas matas de flechillas que le impedían la vista al río y de pronto apareció un potrillo blanco en las alambradas. Volví tranquilo pensando: rayo y tordillo, esta es la prueba que Lázaro Blanco lo visita en su tierra de palomas.

Evoco al Linares Cardozo menos conocido. Y por testigo. El otro, ya sabemos, es el creador por letra y música, de más de cien canciones andantes y sonantes y entre ellas Soy entrerriano, el himno popular con que lo celebra y canta una provincia, a la cual y con la cual tanto quiso.

Publicidad