En el último año los políticos del mundo han mostrado que no son tan diferentes entre sí.
Todos fueron sorprendidos después de conocer el poder letal del enemigo con el que colisionaron.
Los expertos en seguridad nunca informaron a sus jefes que un pedazo de ARN podría inmovilizar, anular y aun matar a miles de personas sin disparar un tiro.
Este desastre tampoco fue abordable con las herramientas de la política: acuerdos, alianzas, corte de calles, campañas de prensa, discursos y demás.
Pareció lógico formar grupos de expertos en Epidemiología e Infectología para delinear estrategias defensivas y detener a un enemigo (que ni siquiera los expertos conocían).
Todos los políticos del mundo lo hicieron.
Comenzó entonces un debate más técnico, caracterizado por la racionalidad de la ciencia. Todos comprendimos que no se sabía casi nada del COVID-19 y los científicos lo confesaron usando un término adosado como una mala estampilla a la pandemia; uncertain (incierto).
La comunicación científica actual es exclusivamente en inglés. Hay reportes de que la palabra uncertain fue el vocablo mas frecuentemente hallado en la literatura científica médica sobre el COVID-19 en 2020.
Hay gente que aun no entiende que las estrategias que traban/destraban los enredos políticos, no sirven en la gestión de una epidemia asesina producida por un virus nuevo.
Cuando los expertos hablaron de las vacunas, ocurrió la politización de las vacunas según su país de origen, su nombre comercial, su cadena de frío, sus aprobaciones reglamentarias, etc.
Una vez que los políticos tomaron nota de la nomenclatura de la pandemia como testear, aislar, hisopar y capturaron la lógica de tres o cuatro indicadores epidemiológicos como casos/100 mil habitantes, letalidad, mortalidad, comorbilidad y alguno mas, se politizó la comunicación. Los científicos fueron corridos de los micrófonos de la pandemia. Entonces se politizó la comunicación tomando la política, la voz oficial del estado y de la ciencia.
Vimos y escuchamos de todo. Los especialistas desplazados pidieron asilo en el aparato de prensa privado trasladando su alto protagonismo a los medios.
Un estudio reciente nos demuestra que este fenómeno fue global, es decir, no se trata solo de un mal argentino, lo cual nos alivia, aunque bastante poco…
Los investigadores sociales encontraron que en la cobertura periodística de la pandemia, los políticos aparecen con mucha mayor frecuencia que los científicos.
Ponerse al frente de todo -cual comandante con su tropa- generó un alto costo político e incluso, hubo hisopados positivos en presidentes que se burlaban del virus, lo cual equivale a un sincericidio público con un tiro en el pie incluido. Promovieron un autocuidado que no practicaron nunca.
Lo ocurrido parece una vendetta ideada por un pedazo de ARN con inteligencia humana.
Nuestros dirigentes no han logrado reunir la grandeza necesaria para enfrentar este desastre social.
Los ciudadanos nos preguntamos ¿que debería ocurrir para que los responsables de la salud y la vida de sus ciudadanos dejen a un costado sus diferencias y se concentren en trabajar codo a codo, con el barbijo en la cara y la especulación en la percha?
Hemos tenido 40.000 muertos en la pandemia. Una ciudad entera.
Y la realidad sigue sin aparecer en el centro de la agenda política
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Daniel de Michele
eljibaro2002@gmail.com