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La ideología sin Patria

Casa Rosada (CARLOS GARCIA RAWLINS/) Las naciones son atravesadas por ideologías de moda a las que suelen adaptar a sus necesidades. Cuando las culturas son fuertes las modas son pasajeras, no alteran sus costumbres ancestrales. Claro que cuando las naciones no están consolidadas esos fenómenos las pueden arrastrar y terminar convirtiendo en colonia, revirtiendo aquel proceso liberador en el cual dicen encontrar su raíz y su identidad. Los próceres de ayer fueron traicionados por el entreguismo de hoy y la libertad ganada con heroísmo fue vulnerada por la dependencia de la codicia. Hay momentos en que las propuestas arriesgan la misma esencia de los pueblos, como fue el nazismo alemán o el estalinismo ruso, por poner sólo dos ejemplos. En nuestro caso particular, el último golpe de Estado vino a imponer una dependencia cultural que nos redujo al endeudamiento y la miseria. Con la caída del muro de Berlín un capitalismo sin límites intentó instalarse bajo el disfraz de modernidad y a nosotros nos encontró con un gobierno que se decía peronista siendo en realidad la misma continuación de la dictadura. En rigor, desde el punto de vista económico llegó mucho más lejos que la misma dictadura. En el diario La Nación del domingo 7 del corriente Alconada Mon desarrolla el tema del juego y se refiere a los supuestos inversores extranjeros preocupados por convertir sus ganancias en dólares. La privatización del juego es en sí misma una desmesura de la destrucción del Estado. Nadie ignora que detrás de cada permiso de juego hay un retorno para la política. Esta y no otra es la razón de semejante caos donde se multiplican las opciones privadas ligadas a los gobiernos de turno. Privatizar el juego y multiplicar su oferta es demencial y carece de toda explicación. Siendo presidente, el General Perón nos aconsejó votar en contra de su expansión, ni siquiera se planteaba su privatización. El juego se apoya mayoritariamente en la necesidad y en la enfermedad, como distracción es viable pero no en la actual dimensión. La idea de la inversión extranjera es parte esencial de un pensamiento colonial que convierte ambos términos en una sola palabra, en un país que figura entre los que más capitales fugan en el mundo. Somos una sociedad capitalista, necesitamos inversiones, claro que no para que se lleven lo poco que tenemos o para que se apropien por poco de aquello que nos costó años poder desarrollar. Ningún país del mundo actúa de semejante manera, nadie se suicida privatizando aquello que el Estado debería en principio limitar y -desde luego- manejar como propio. Cuando Mauricio Macri me preguntó qué pedía para ingresar al PRO, le respondí -tengo testigos- que si les devolvía el juego a las instituciones de bien público para levantar a los caídos de las calles me afiliaba ese mismo día. Siempre estuve en contra del juego, conozco su estructura de retornos donde abrevan todos los relacionados con el mismo. Se privatiza sólo para asegurar las coimas, se multiplica en la codicia de ampliarlas, se extranjeriza en la demencia de no asumir el daño que se le genera a la misma sociedad. ¿Cuántos millones se llevó el juego entre retorno y retiro de ganancias? A veces hay preguntas incómodas que no tienen respuesta, la respuesta forma parte de esa enorme masa de ingresos de las empresas privatizadas que parieron una nueva clase social improductiva que hoy impone su visión del mundo y de la vida. El golpe fue su fundador, Menem lo desplegó al máximo y los Kirchner lo disfrazaron de aporte para temas sociales, como si ellos no fueran parte esencial de este triste desarrollo de la pobreza y la injusticia. Néstor multiplicó el juego, lo consideraba una de sus principales fuentes de ingresos. Se supo asociar a los restos de la izquierda marxista y guerrillera para así ofrecerles la reivindicación de su fracaso a cambio de la impunidad para su proyecto. Desde la privatización de YPF donde fueron gestores esenciales -con el triste personaje de Oscar Parrilli como miembro informante- desde esa traición a la patria, se adueñaron de una fortuna que servirá para construir su poder político. Lo triste es que los otros no son mejores, que ambas opciones políticas mantienen la vigencia de las mismas prebendas y retornos, que las privatizadas siguen siendo la mayor fuente de ingresos y fuga de capitales de nuestra sociedad. Eso genera una oligarquía parasitaria e improductiva que sólo incrementa la deuda y la pobreza. Si la primera oligarquía fue ganadera y la segunda industrial, ambas defendían una visión de patria con distinta mirada de clase social. Una última casta de apropiadores del Estado e intermediarios de dependencia extranjera se debate actualmente entre la moralina y el economicismo, consulta los oráculos de asesores y encuestadores sin asumir jamás que el actual modelo de sociedad es absolutamente inviable. Resulta tan triste como patético que algunos jóvenes piensen o depositen su esperanza en alguna de las fuerzas políticas vigentes ignorando que ambas dependen de los grandes intereses y participan de las migajas que los mismos generan. Con esta concentración económica, para el argentino medio votar dejó de ser un gesto de libertad para convertirse en una expresión vacía donde sabe de sobra que a nadie se lo rescatara de la pobreza. Hay una dictadura del dinero, de los bancos y las grandes empresas, de los políticos y los sindicalistas que no necesita imponerse por la fuerza y que con una perversión mucho más sofisticada imponen la dictadura de la miseria, la humillación de la necesidad. Esa miseria en nuestra realidad tiene dos fuerzas políticas y entre ambas se dividen los votos. Eso se llama decadencia colonial y hasta el presente no aparecieron opciones políticas decididas a superar esta tragedia para devolvernos el sueño de un mañana mejor. El General Perón vino a pacificar, único camino para coincidir en un proyecto democrático y productivo. Los Kirchner vinieron a reivindicar los resentimientos de las izquierdas fracasadas. Debemos volver al cauce de la unidad nacional y la independencia económica y reconstruir desde ella la paz social. Apoyar dictaduras como Nicaragua es tan dañino como innecesario, no sólo deforma nuestra política exterior sino que también la traiciona. La política, esa voluntad de trascender devolviendo al pueblo su destino perdido lleva tiempo en su ausencia sustituida por economistas y encuestadores. Recuperarla es nuestro desafío, y sobran voluntades decididas a comprometerse. Es solo un tema de organización de hombres y objetivos. No puede faltar mucho, ya vendrán tiempos mejores, por ahora el presente carece de esperanza. SEGUIR LEYENDO: Dónde voto: consultá el padrón electoral para el domingo 14 de noviembre Alberto Fernández define un plan de gobierno para sumar a la oposición y contener la ofensiva post electoral de Cristina
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