Hoy, al tiempo de empezar a pensar esta columna para El Pueblo, pasaron por mi cabeza dos temas de actualidad que creí, deberían de alguna forma estar en estas líneas. La necesidad de incluirlos, se justifica por la trascendencia, actualidad y la sorpresa que ambos contienen.
El primer foco considerado para tema de la columna fue el avance de la actual ola de contagios de Covid-19 que está preocupando a Europa y EEUU en estos momentos. La verdad es que hemos abordado desde casi todos los ángulos este asunto, especulando con el tamaño del desastre pandémico. Evitar el desmadre del desastre es lo que hoy realmente importa, pues sabemos que ya ocurrió una catástrofe. Sólo nos falta saber cómo limitar su tamaño y cuándo terminará.
En estos momentos los países desarrollados que administraron la cuarentena con una mirada aperturista y criticaron el confinamiento pesado, están cerrando por completo sus fronteras pues han comenzado a entender que esa máquina de mutar llamada coronavirus, volvió más pertrechado.
Es necesario comprender que el virus cambió su disfraz y anda saltando de un continente al otro, viajando cómodamente instalado en la garganta de sus víctimas a la velocidad de los aviones.
No sólo eso, está burlándose de ejército casi ciego de anticuerpos que parecen no verlo.
A diferencia del Covid, el otro tema que empuja mis ideas a brotar, es un asunto del que hoy, casi nada se ha escrito: “el Socialismo a la Chilena”, como fue llamada inicialmente la vía política inaugurada por un médico socialista de Valparaíso elegido por el pueblo trasandino para dirigir los destinos de Chile en 1970: el Dr. Salvador Allende.
Nuestro país era gobernado desde 1966 por la dictadura militar de Juan Carlos Onganía cuando en ese mismo año, yo con 19 años, llegaba al preuniversitario de Medicina en Rosario.
El fenómeno de un presidente socialista en Chile fue conmocionante en la Universidad y despertó una lluvia de adhesiones en nuestro país.
Allende se había propuesto a la presidencia de Chile en tres procesos electorales anteriores (1952, 1958 y 1964), pero sin lograr nunca el apoyo ciudadano mayoritario.
Poco se ha mencionado una de las características históricas de su llegada al poder: Allende fue el primer presidente socialista en el mundo en ser elegido por el voto de su pueblo.
Este fenómeno desató la furia de grupos ultraconservadores y procapitalistas de Chile y la región.
En esa época la reciente experiencia del Che Guevara en Bolivia, la guerra de Vietnam, Fidel Castro en Cuba y la guerra fría, tensaron la relación imperialismo-comunismo. Nadie entonces hablaba de socialdemocracia o el socialismo humanista.
A diferencia del socialismo rancio, la vía chilena no proponía la guerra revolucionaria, la purga militar, no la economía de la expropiación, aunque hubo estatizaciones en Chile. Pero nunca ocurrió la hipertrofia del estado eclipsando toda la estructura productiva del país.
La propuesta de Allende fue básicamente humanista, solo que el capitalismo no toleraría “un comunista” con mayorías en las instituciones de una república en su continente.
En septiembre de 1973, los militares comandados por Pinochet atacaron la Casa de Gobierno, donde se hallaba el presidente. Tenía consigo una metralleta AK47, obsequio de Fidel, pues sabía que vendrían por él. La usó.
Los chicos rubios y buenos del norte (Nixon y Kissinger) financiaron la oposición contra Allende, el Tanquetazo (sublevación militar de junio 73), así como el asesinato del Gral. René Schneider. Junto con Guevara, Allende fue de los pocos políticos que murió defendiendo sus ideas y valores. Quizá sea una coincidencia exótica pero... ambos fueron médicos, ambos fueron heridos de muerte en inferioridad numérica. Ambos portaban una AK47. Y ambos defendían ideas y valores dignos.
¡Salud Salvador! (Una manito al joven Boric para transitar este camino no vendría nada mal!)