Seguinos en Facebook Seguinos en Instagram Seguinos en Threads Seguinos en TikTok Seguinos en Bluesky Escribinos por whatsapp Escribinos por Telegram

EL PETISO ROSILLO. Por Eleodoro Padlog



Mi padre era un hombre de a caballo y le gustaba tener animales de calidad, tanto para silla como para la tracción. Me contaba que una estancia de Escurra, en Las Moscas, realizó un remate de yeguarizos y compró un lote en el cual entraban caballos, yeguas y potrilos. Allí se destacó un petiso rosillo, hermoso animal, con todas las características de los caballos de carrera, pero en pequeño. Fue amansado de monta, lógicamente para los chicos. Resultó de muy buen andar y de una gran mansedumbre.

Somos ocho hermanos, todos del primero al último aprendimos a andar a caballo en el petiso, cuando perdíamos el equilibrio y nos caíamos él cuidadosamente manejaba sus patas para no pisarnos y se quedaba esperando. 

A pesar de su mansedumbre le gustaba la libertad, no le gustaba el encierro y procuraba no caer en manos de sus dueños, y estaba en el potrero era imposible traerlo al corral.

Cuando se juntaba la tropilla que se usaba para distintas labores, él se negaba a entrar y salí solo campo afuera, atajarlo desde otro caballo era imposible atraparlo por su gran velocidad. La única forma de atraparlo era hacerlo correr con los perros hasta que se rendía por cansancio.

Cada vez que necesitábamos capturarlo, teníamos que repetir la operación. Una vez capturado lo teníamos en el patio de la casa o los lugares donde había mejor comida sin ningún inconveniente.

No sólo sirvió para que los ocho hermanos aprendiéramos a conducirnos en una monta, fue pasando de mano en mano, a medida que íbamos creciendo. Este querido animal, que lo tengo grabado en mi recuerdo como se recuerda a alguien de la familia, tenía otras virtudes que según las circunstancias cambiaba de temperamento y su mansedumbre se transformaba en una bolsa de nervios.

En aquella época que yo recuerdo, habrá sido por el año 1935, el personal que trabajaba en la chacra se lo pedía a mi papá para llevarlo a las cuadreras que se improvisaban los domingos en la zona y empezaban los desafíos. Pero el límite era 150 metros. Montado el petiso se transformaba en una bolsa de nervios, él sólo quería correr, sus orejitas apuntaban hacia la bandera de largada y si el jinete no estaba bien preparado, corría el riesgo de caer por la cola.

No aceptaba ir a la par de otro jinete a caballo, él tenía que ir adelante o cuando en forma sorpresiva en una recorrida en el campo salía una liebre (como la caza se hacía con perros galgo) él trataba de perseguirla y se ponía muy fogoso. Así crecimos toda la familia y el petiso, ya montado en años, disfrutaba en el campo de su jubilación, salvo cuando venían a visitarme algunas sobrinitas entonces acudíamos a él para que les de un paseo. La vejez, cada vez más manifiesta lo llevó a su muerte a los 36 años.

Esta historia del petiso quizás para el lector no tenga importancia, pero a mi edad considero que debo hacer una mirada al pasado. Tenemos recuerdos de las distintas etapas de la vida, nacemos, tenemos una infancia en la cual es recibir cariño, apoyo y límites, entre las tantas circunstancias que se presentan, así llegamos a la adolescencia, la juventud, la madurez, la lucha por la vida, la familia, los afectos.

De todo lo pasado me ocurre algo que por momentos me siento obligado a escribirlo. Hace algunos días se me cruzó por la mente la figura del petiso y me vino a la memoria la primera experiencia, la inseguridad ante el movimiento del animal, luego la pérdida del miedo, el tomar en las manos las riendas, ya montar solo, aprovechar la mansedumbre hasta ser protagonista de travesuras y carreras.

Me di cuenta de que el petiso fue parte del reemplazo del juguete que carecíamos, así como el perrito, el gatito, el corderito, el ternerito, etc.

Así, en el momento de recordaciones se despertó en mi corazón el juguete amado de mi niñez, libre de pudor confieso que en momentos de escribir el relato tenía que suspender para secarme las lágrimas.

Publicidad