El reality Perdidos en la Tribu, en primera persona: un mes en el África profunda y el amor con un joven Hamer


Nicole, que tenía 17 años cuando salió el programa, recordó en diálogo con Teleshow los momentos más duros que vivió en Etiopía con los Hamer, donde el frío y el hambre se hacían sentir. Pero aseguró que no se arrepiente de haber vivido semejante experiencia.



“¿Te animás a vivir una experiencia única? Desafiá tus límites”, escuchó Nicole Moreno la convocatoria de Telefe y sin saber demasiado de qué se trataba, la joven que en ese entonces tenía 17, se anotó para el casting. “Era aficionada de programas como Odisea o Expedición Robinson”, recordó a Teleshow. Claro que la experiencia de Perdidos en la Tribu, el ciclo del que participó con su familia en el 2012 para el cual tuvo que convivir un mes con una tribu en Etiopía superó cualquier expectativa.

Así, hizo el primer casting virtual, para el segundo tuvo que describir a su familia, ya que la condición era ir en grupo, y para el tercero (fueron ocho etapas) tuvo que enviar un video de todos los integrantes. Recién ahí se lo comunicó a sus hermanos Alan, Aldana y Lucas y a sus papás Lila y Guillermo. Entonces no tenia que convencer solamente a al producción, sino también a su entorno: “Mis hermanos y mi papá se prendieron al toque y con mi hermana y mi mama fue más difícil, mi hermana proyectaba unas vacaciones mas relajadas y yo le proponía un destino desconocido, mi mamá es mas conservadora, perfil bajo, maestra jardinera. Tuvimos que convencerlas con la parte masculina de mi familia”.


Ella cree que el hecho de que sean cuatrillizos, “dos hombres y dos mujeres muy distintos” y con padres separados desde sus doce incidió en la elección. Sin saber a dónde iban se dieron 8 vacunas y 30 horas después de salir de Buenos Aires, -avión y camioneta mediante- estaban en la tribu de los Hamer, donde tenían el desafío de adaptarse a sus costumbres y vivir como uno de ellos durante 30 días.


“No sabíamos como sería, teníamos la fantasía de que habría baños químicos”, recordó de manera un tanto ilusa. La familia llegó cerca del atardecer y antes de que anocheciera la producción se fue: “Nos dejaron solos con nuestras almas en una tribu que no entendíamos nada de lo que decían. Los primeros días fueron difíciles por la comunicación. Notaba las miradas, sobre todo de las mujeres reticentes, la primera noche fue dormir y te daban ganas de hacer pis y que Dios te ayude, porque ere salir en plena oscuridad, buscar un monte y hacer”.

“Ese primer día hubo momentos incómodos, los hombres nos hacían gestos sexuales, estábamos abrumados. A mí me impactó ver la espalda de las mujeres azotadas porque en un ritual en el que un adolescente se hace adulto a las familiares las azotan y ellas las portan las marcas con mucho orgullo porque es representación de fuerza, coraje y a poyo a su familiar”, recordó sobre uno de los rituales que finalmente largaron evitar. Como sus hermanos tenían 17 la familia debería haber participado.



—¿Sentiste miedo en ese momento?

—Sí, los primeros días. Estaba con mucha ansiedad. Cualquier cosa que veía especulaba con que nos harían participar de un ritual. Teníamos miedo de que nos latigueen y cuando mis hermanos tenían que hacer el salto del toro también teníamos miedo y pensábamos qué pasaría si lo hacían. También tenía miedo cuando de noche estaba sola y no me podía comunicar, pero es se fue disipando y el miedo pasó a ser amor, los Hamer se convirtieron en parte de la familia.


—¿Y respecto a lo físico?

—Las necesidades físicas son terribles, el hambre nos hizo sufrir. Al día dos estábamos viviendo a base de sorbo, que lo muelen y hacen como una tortilla, teníamos que quemarla para no sentirle el gusto, eso era una o dos veces al día como mucho y era nuestra alimentación. Mi hermana no la comía porque la descomponía y eso le generó desmayos. Fue terrible, teníamos entre 8 y 10 kilos menos, éramos puro hueso y no teníamos energía para hacer las actividades. Para sacar agua había que caminar una hora y hervirla porque estaba contaminada, esa agua se usaba para el ganado, o para lavarse, así que a sed era otro problema. No se bañaban o por lo menos con periodicidad. La producción nos terminó dando una botella de agua por día a la familia.



—Y frío...

—El clima era con mucha amplitud, desértico. Sufríamos calor y había que estar adentro de la choza porque el sol te quemaba, ellos se untan la piel con un polvo de ladrillo que actúa como protección, hacíamos lo mismo. Y a la noche el frío era terrible, no tuvimos abrigo, dormíamos abrazados, los hombres afuera de la choza y nosotros sobre cuero de vaca. En ese mes llovió una sola vez que fue milagroso porque esperaban eso para levantar cosecha, ellos estaban felices y nosotros teníamos frío cuando llegamos a la choza invadida de cabras que buscaban refugio, fue terrible. Eso fue después de un ritual que se hizo para pedir lluvia.


—¿Cómo fue ese ritual?

—Fue la primera semana. Le tuvimos que clavar una flecha a una vaca, pero no entendíamos el idioma así que no sabíamos si querían que la matemos o no. Al final era para que saliera sangre y la tomáramos. Al día dos tomamos sangre de vaca. Después llegaron las matanzas de vacas y cabras, yo era vegetariana y la pasé mu mal, fue una de las cosas que más me costó.

A pesar de las limitaciones físicas, que entiende que fue lo que a pesar de que el programa terminaba, no les hubiera permitido estar más tiempo, lo más importante para ella fue superar la barrera comunicacional. Así, con el correr de los días fueron aprendiendo su vocabulario, que consta en su mayoría de palabras sueltas sin conectores, a la vez que se fueron ganando la confianza de todos, sobre todo de las mujeres, que estaban más reticentes. “Forjamos un vínculo de otro planeta, hoy son mis hermanos al otro lado del mapa”, recordó con felicidad y mucha nostalgia.

En ese sentido Shada, un joven Hamer de la misma edad que ella tenía en ese entonces (17) fue de vital importancia, a tal punto que hoy mucha gente del público sigue recordando su “historia de amor”, algo que además llamaba la atención ya que ellos son polígamos. Pero, ¿hubo historia de amor? “Hay algo de reality ahí, se romantizó”, dijo pero admitió que su compañero no fue uno más: “Él fue la primera persona con la que tuve confianza, me acompañó y me ayudó a la adaptación, tuvo gestos muy tiernos. Ellos por ejemplo son muy machistas, matan a un animal y comen los hombres la carne y le dan los huesos a las mujeres para que chupen la médula y Shada me escondía pedazos de carne para que pueda comer, si estaba mal se acercaba y veía qué me pasaba”.

Si bien insiste con que ahí la producción “vio algo que usó en post del reality”, lo recuerda como “un vínculo distinto que con el resto de la tribu”: “Ellos no son cariñosos, no se besan ni abrazan, a lo sumo tienen el gesto de darse la mano. De repente cuando entendieron que nosotros usábamos esas expresiones de amor me encontraba con un Shada que me abrazaba. Son gestos de mucha ternura porque implicaban un esfuerzo por entender nuestra cultura”.


Sobre si pasó algo más que una amistad entre ellos, se sinceró: “La realidad es que estábamos en un estado en el que lo último que teníamos era libido. Éramos seres voraces por saciar nuestras necesidades básicas, muertos de hambre, de frío, de calor. Yo consideré un gran amigo, tal vez él sí tuvo otra perspectiva de lo que era nuestra relación, pero yo nunca contemplé quedarme en la tribu”.

Un año después Telefe lanzó un spin off, Perdidos en la ciudad, en el que parte de la tribu viajaba a Argentina a pasar un mes con la familia que los había visitado doce meses antes. Como era de esperarse, es rencuentro fue “movilizante”: “Ellos tienen prohibido llorar porque se ve como debilidad y cuando vinieron al aeropuerto se le caían las lágrimas. Establecimos un vínculo muy fuerte”.

“Arrepentimiento jamás”, dijo convencidísima al ser consultada por los momentos en los que tal vez no la pasó tan bien y explicó: “Lo disfrutamos un montón, fue difícil y desafiante pero fue una gran experiencia que hasta el día de hoy estamos masticando. Esto te condena a vivir con un dejo de nostalgia. Extrañás y está la incertidumbre sobre si los podremos volver a ver y qué pasaría, porque tienen una esperanza de vida super corta y tal vez si volvemos no es lo mismo o están en otro lado”.


Nicole se recibió de médica y trabaja en un hospital a la vez que está haciendo la especialización en psiquiatría. Vive sola y está en pareja. Al ser consultada sobre si volvería a la tribu Hamer, no dudó ni un segundo: “¡Sí! Es un sueño de vida visitarlos, parada desde otro lugar, no sé si en el marco de un reality, que fue para un fin, para vivir algo que me hubiera gustado y que me pagaron en vez de pagar yo, aunque fue anecdótico porque cuando fuimos ni sabíamos qué premio había”.

Además de los Moreno, que viajaron a Etiopía con los Hamer y ganaron el premio de 300 mil pesos, otras dos familias participaron del programa conducido por Mariano Peluffo: la familia Funes (madre, padre y dos hermanos) a Indonesia, con la tribu Mentawai y los Villoslada (madre, madre y dos hermanas) que estuvieron en Nambia con una tribu Himba.

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