Fueron amigos inseparables, se alejaron pero una tragedia inesperada abrió una puerta que nunca imaginaron


Iris y Seba fueron compinches de aventuras y confesiones en la adolescencia hasta que la vida separó sus caminos. Se casaron, tuvieron hijos y siempre respondieron que sí a la clásica pregunta ¿existe la amistad entre el hombre y la mujer? Cómo un doloroso golpe, sin que se lo propusieran, le dio un nuevo sentido a todo

Por Cynthia Serebrinsky (Infobae) 


¿Existe la amistad entre el hombre y la mujer? Pregunta trillada si la hay, al igual que sus miles de respuestas y objeciones. “Sí, obvio,” contesta dudoso Seba. “Sólo entre nosotros”, lo pisa rápido Iris, y se ríen a dúo por lo bajo.

Pero no siempre pensaron así, al menos no cuando se convirtieron en amigos inseparables aquel verano del ‘95 en el Balneario Cocodrilo de Pinamar, cuando ella tenía 18 y él 20 años.

Aunque este no fue el comienzo de la historia de Iris Rubaja y Sebastián Beigel: “La primera vez que la vi fue en su casa. Yo estaba saliendo con la mejor amiga de su hermana, y un día que estábamos ahí, de repente de un cuarto salió dando un portazo una nena hecha una furia, puteándose con su noviecito, y dije ‘epa, quién es esta chica, la quiero conocer’”, cuenta él recordando la primera escena que ella entró en su vida, en el departamento de Ayacucho y Las Heras, allá por 1994.

Pasaron los inviernos, las noches de pool, las confesiones hasta la madrugada y las pijamadas cómplices aunque inocentes, como aquella de cuando él todavía vivía en la casa familiar: “Nos encerrábamos en mi cuarto pero no pasaba nada, eh. Era una cosa de locos, yo le hacía masajes por todo el cuerpo y nada. Me acuerdo que una noche estábamos tan aburridos -no había celulares, nada de eso-, y llamamos a la radio para pedir que pasen Hotel California”, la misma canción que hacía dos años habían escuchado juntos en la playa de la Costa Atlántica, mirando el amanecer.

Llegando al 2003, Iris llamó a su amigo porque tenía algo importante que contarle: “Me citó en un bar cualquiera de la avenida Cabildo, y una vez ahí dijo: ‘Bueno, sos el primero, te quiero contar que me caso’. Me quedé tildado, duro, fue una información que no me esperaba. Ahí sentí ‘la pierdo, se me va…’”. Pero la realidad es que él estaba en otra, le divertía salir con amigos y no tener compromisos. “Estaba en la joda”, reconoce.


Un fin de semana antes de la boda de Iris, los amigos casualmente coincidieron en Mint, el mítico boliche de moda en aquella época, ubicado en la Costanera Norte. Ahí, un Seba que había tomado de más apartó a Iris de la puerta de vidrio que daba a un extenso patio junto al Río -que permitía que los primeros rayos de luz del amanecer se entremezclaran con las luces artificiales que rebotaban en la bola de espejos-, y mirándola fijo a los ojos le confesó: “No puedo creer que te casás y no conmigo”.

Perdido, llegó esa misma noche a su departamento de soltero y, con lágrimas en los ojos, se quedó hasta las 8 de la mañana escribiéndole una carta que, entre otras cosas, decía: “Mi amor, quién sabe dónde el viento nos llevará, de lo que sí estoy seguro es que sea donde sea, Dios sigue enamorado de nosotros. (...) Sos y serás por siempre uno de mis amores, en el más dulce de los significados. (...) Estás tatuada en mi corazón. (...) Tengo sólo sentimientos de amor, gratitud y orgullo por verte más hermosa que nunca, tan bien parada ante esta aventura de vivir. Gratitud por seguir eligiéndome como tu amigo especial, a pesar de que a veces con mis mambos sienta que no te corresponda como te lo merecés. (...) Guachita, sabé que te adoro, que para vos estoy incondicional y para siempre, estemos cerca o lejos, yo te elijo como mi única y gran ‘amiguita especial’. S.B”.

La vida se encarriló, cada uno se casó, formó su propia tribu -ella tuvo tres hijos; él dos-, y se alejaron. Ella muy dedicada a su familia y a su carrera como terapeuta y escritora; y él pendiente de su negocio inmobiliario, su mujer y sus hijos.

De vez en cuando se veían o se mandaban canciones: “No hablábamos por seis meses y de la nada me llegaba una canción de él, y me la pasaba toda la semana escuchándola. Yo no le daba mucha bola igual”.

Al tiempo, Seba se separó de la madre de sus hijos y retomó el contacto con Iris, aunque sobre todo telefónico porque ahora vivían lejos, pero siempre de algún modo estaba presente: “Cuando nació Teo -el hijo más grande de Iris- caí en la suite del sanatorio con un oso gigante. De vez en cuando íbamos a cenar los tres con Paul”, dice Seba hablando del marido de su amiga.

Iris y Paul habían formado un hogar de mucho amor y respeto junto a sus tres hijos. No sólo para la foto se los veía felices sino que cuando la cámara se apagaba, su hogar era pura calidez y alegría. Luego de 14 años juntos, seguían tan enamorados como el 8 de marzo de 2003, cuando se casaron.

Pero en 2018 una tragedia impiadosa estalló en la vida de Iris: Paul enfermó de cáncer y en cuatro meses su vida se apagó para siempre. La pérdida fue tan dura como inesperada; un choque de frente contra un acoplado. Pero ahí estaba la adolescente de Recoleta sacando sus agallas, una luchadora nata que supo transitar con la mayor de las resiliencias tan terrible momento. Junto a su duelo, Iris desplegó @soymujerarcoiris, un espacio en el cual desde su propia vivencia ayuda a miles de personas que pasan por situaciones similares a la suya.


Durante su camino de sanación los bares fueron su refugio para leer y escribir. La amistad entre Iris y Seba continuaba, aunque se encontraban en diferentes frecuencias: “Yo estaba de nuevo en la joda”, asume él. “Una vez nos juntamos y Seba me contaba de una mina; yo decía ‘este pibe no entiende una goma, ¿no se da cuenta que no sé ni de qué me habla?’” cuenta refiriéndose a su estado vulnerable, en el cual casi todo le resultaba superficial.

Tal vez este vínculo especial hacía rato que estaba claro para todo el mundo, menos para ellos: “Hace poco vimos en el video del casamiento de Iris que ella estaba bailando en rondita con todos los amigos del novio, y de repente corrió a todos y me vino a sacar a bailar, muy loco”, cuentan asombrados entre los dos.

Siempre hubo esa chispa: cuando uno llegaba a un lugar y sabía que estaba el otro, no saludaba a nadie e iba corriendo a su encuentro. De hecho, algo similar sucedió más acá de la historia, hace cuatro años, con una Iris ya viuda y un Seba ya separado, coincidieron en un Bat Mitzváh y ella fue a tirarse encima de su amigo para saludarlo. El tema es que él estaba con su pareja. “Ni me importó, llegué, pegué codazos para acercarme a donde estaba, ¡la mina miraba como diciendo quién es esta piba que lo abraza así a mi novio!”. Habían pasado los años, las cosas de la vida -unas lindas, otras tristes- y ese sentido de pertenencia entre ellos dos seguía intacto. “Ella era prioridad, siempre estaba antes”, sentencia Seba. El entorno seguía viendo lo que ellos no y, cual pitonisa, esa misma noche, la novia del aquel momento soñó que su novio se casaba con “la loca que lo sacó a bailar”.

Así fue que tres años más tarde de la muerte de Paul, en plena pandemia, Seba volvió a vivir a Capital. Azar -o destino- precisamente sobre la calle Báez, justo enfrente del domicilio de su amiga. “Un día me llama y me dice ‘somos vecinos’. ¿Queeé?”, fue su primera reacción. Se sentía hermoso volver a tener a su sostén cerca.

Enseguida, como en los viejos tiempos, quedaron para ir caminando a almorzar por Cañitas, su barrio actual. “La pasamos como siempre; esa magia del principio, como cuando me vio salir del cuarto. Hablábamos como verdaderos amigos, nos contábamos todo con intimidad, sin pelos en la lengua, los dos siempre siendo muy transparentes, ¿viste que no sos con cualquier persona así? Nosotros siempre tuvimos la magia del encuentro, la intimidad de contarnos lo que sea”, resalta Iris.

La pasaron increíble. “Chau, amigo”, abrazó en la vereda de Báez y cada uno a su casa. Pero esa no fue una vez más, algo distinto ocurrió.


-Cuando subí a mi casa tenía un mensaje de Seba que decía: “Me quedé con ganas de darte un beso”- recuerda Iris.

-Ella estaba muy linda- agrega Seba.

-Él siempre fue un potro- se sincera ella.

Iris jura, sin embargo, que no se le había cruzado nada más que la amistad hasta ese momento. Es más, había pensado en pedirle si tenía algún amigo para presentarle.

-Igual no te lo hubiera presentado… no soy tan como vos- se ríe Seba y recuerda aquel verano del ‘95, cuando Iris le hizo de celestina con una de sus mejores amigas con la que terminó de novio un tiempo.

Al día siguiente, Iris seguía descolocada con el mensaje de su amigo especial. “Si lo veo me lo tengo que chapar, ¿qué hago?”. Indecisa, lo comentó con unas amigas: “Tengo a mi amigo-vecino enfrente, si voy me lo chapo y si no…”, emocionadas las chicas cortaron la frase y la alentaron a ir. En respuesta, se animó y lo mensajeó: “¿Estás para una copa de vino?”. Cruzó de Báez a Báez y lo que sigue son besos y algo más.

“Nos besamos y yo no podía dejar de acariciarlo; era como que me den el caramelo más rico del mundo y no podía dejar de comerlo, no podía creerlo, ¡fue como descubrir América!”, sonríe Iris. Esa noche todo era romance y silencio, salvo las únicas palabras que se pudieron escuchar: “Sos la mina más linda que vi en mi vida, le dije, y de repente hice el click: ya no veía la cara de mi amiga sino la de la mujer que me con la que quería estar, coger, amar… todo”. Y a ella le pasó algo parecido: “Cuando me dio un beso dije, uy, mi amigo es un hombre, tiene pito”, se ríen a carcajadas.

Dicen que las cosas se dan cuando se tienen que dar y, aunque ellos se conocían como nadie y desde casi toda una vida, el timing fue perfecto: “No me imagino si nos hubiésemos casado y tenido hijos nosotros… ¡nos hubiésemos matado!”, dicen casi al unísono. Y ahí es donde la magia perdura, cada uno conservando sus historias paralelas pero reencontrándose para disfrutarse a pleno el uno del otro, como los mejores amigos que siempre fueron, ahora también en versión amantes. Como por ejemplo los lunes, su día sagrado, que luego de encontrarse en su refugio y charlar por horas, pasan al fuego.

“Tenemos demasiado claro que no vamos a ensamblar familias, y que si podemos mantener esto de vivir a media cuadra es lo ideal”, confiesa Seba. “Para mí el futuro es el lunes que viene, venir a dormir acá”, agrega ella desde el living de la casa de su novio, aclarando siempre lo importante que es para los dos vivir el presente, seguramente producto de tantos obstáculos que les plantó la vida a ambos. Hasta ir al supermercado chino juntos es una fiesta: “¡Nos avisamos que bajamos y aprovechamos para darnos besos entre las góndolas!”.

El año pasado Iris publicó “Puente, un viaje del dolor al amor”, y en la presentación del libro agradeció especialmente a Seba, por respetar su historia, por honrar a Paul y, sobre todo, por devolverle la sonrisa.

Entonces, este 20 de julio, como cada Día del Amigo desde hace 27 años, Iris y Seba se van a saludar con la diferencia de que esta vez el beso final será diferente.

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