La lamentable escena ocurrió en el local “Calabaza Bar”, ubicado en la esquina de las calles San Lorenzo y Sarmiento. Según adelantó el diario La Capital, el hombre llegó al lugar cerca de las 11 de la mañana, se ubicó junto a su madre en una mesa cercana a la barra, le pagó el almuerzo a ella y la dejó allí, pero nunca más volvió. A medida que pasaron las horas, los empleados del bar se comenzaron a preocupar y advirtieron que algo raro sucedía.
El dueño del comercio gastronómico, Enrique, consiguió el celular del hijo y lo llamó para pedirle que retirara a la mujer del local. Sin embargo, desde el otro lado del teléfono llegó la respuesta inesperada: según reveló el mismo medio, el hombre le contestó que no deseaba hacerse cargo y le expresó: “Ya hice mucho por ella en la vida”. Incluso, ante la inquietud del propietario, le sugirió una alternativa indignante: que sacara a su madre a la vereda y la dejara allí.
Debido a que la postura del hijo fue irreversible, Enrique no tuvo más remedio que dar aviso a la Policía. Poco después, al lugar se acercaron algunos efectivos y personal del Sistema Integrado de Emergencias Sanitarias (SIES). También se presentaron agentes del Municipio, de Desarrollo Social y del PAMI. Las autoridades intervinieron para ocuparse del cuidado de la mujer, que va a ser derivada a un geriátrico próximamente.
La historia de Hilda (en ese entonces de 87 años) y Hugo (93) conmovió al país. En los primeros días de junio de 2019, ingresaron a Megabar, un pequeño local ubicado en la esquina de 27 de Febrero y Corrientes. Allí comieron y estuvieron varias horas sentados hasta que la dueña se acercó a la mesa y comenzó a indagarlos para saber qué estaba pasando.
Hilda le contó, entre varias cosas, que habían sido desalojados ese día por la mañana del departamento que alquilaban y que no salieron del bar porque estaban esperando a que llegara uno de sus hijos, el que vivía con ellos, llamado Hugo (62), quien los había acompañado hasta la puerta del local con la promesa de que pasaría a buscarlos apenas pudiera. Eso nunca pasó.
“Hilda no sabía ni dónde estaba parada y menos el marido, que había sufrido un ACV hace poco. No tenían teléfono, estaban muy débiles, sucios y tenían sólo las bolsas con ropa y perchas. Ella, por ejemplo, tenía pis encima. Era muy triste verlos”, comentó María Inés, propietaria del local gastronómico.
Con 500 pesos y varias bolsas de consorcio llenas de ropa, ya casi de noche, los ancianos fueron trasladados a una comisaría. La Policía corroboró el desalojo: en el departamento que ocupaban no había un solo mueble. Ese mismo día, cerca de las 20, apareció otro hijo, Raúl, que dijo no saber nada de la situación en que vivían sus padres y se los llevó a su casa. Con poco lugar en ese domicilio, finalmente encontraron un nuevo hogar a comienzos de julio en un geriátrico de la zona sur de la ciudad. Hugo falleció unos meses después, el 20 de octubre de ese año a consecuencia de una afección cardíaca. (Fuente: Infobae).