Fue campeón del mundo con Messi, puso de rodillas al Real Madrid y vuelve a jugar tras un problema cardíaco: “Quería que el retiro dependiera de mí”
Champagne, de pie, detrás de Messi el día del debut de La Pulga en la Selección, en cancha de Argentinos Juniors
“Estábamos en un entrenamiento en Colombia, donde se jugaba el Sudamericano. Leo hizo una jugada en mitad de campo, le tiró un sombrero a su marcador, creo que era el Chaco Torres. Cuando él barrió para bajarlo, Messi ya estaba en el área. Ahí todos dijimos: ‘¡Guau!’”.
Pocos tienen el privilegio de poder decir que la vieron venir. Que fueron testigos de un destello que ofició de epifanía, que les reveló el futuro en un lujo y una corrida frenética, sobre botines como ruedas. En aquella práctica de la Selección Sub 20 en el verano de 2005, Nereo Champagne vio a Lionel Messi. No a Lionel Andrés, su compañero eventual de equipo; al Lionel Messi inmenso, a la leyenda en ciernes.
El arquero no responde al prototipo habitual del futbolista. Fanático del fútbol al punto de trasladarse a los estadios del Ascenso profundo para convertirse en espectador y detectar gemas ocultas, aficionado al rock pesado con Almafuerte y Ricardo Iorio como banderas, supo incursionar en la radio y hasta en la gestión deportiva ayudando in situ o a la distancia al club de su ciudad, Sport de Salto, con el que hoy se está entrenando a la espera de la apertura del mercado de pases en junio. Debutó en San Lorenzo, un arco pesado y grande, consiguió continuidad en Ferro, donde es querido; se hizo un nombre en Olimpo, saltó de grande a España, donde supo poner de rodillas al Real Madrid.
Pero en su currículum brilla un hito: fue campeón Mundial Sub 20 en Holanda 2005 con Messi como estandarte; resultó el salto al estrellato de la Pulga. Más: jugó el primer partido del rosarino en la Selección, aquel amistoso contra Paraguay organizado al trote por la AFA para asegurarse sus servicios para la eternidad.
“Estoy feliz con mi carrera, de ser un chico que jugaba en Salto y veía el fútbol argentino por tele a haber cumplido ese sueño... Muchos hubieran dado la vida un partido en Primera y yo llevo 20 años y 400 partidos. A veces la pasás peor, a veces mejor, pero estoy contento. Como dice Iorio, acá me soñé desde chico. Cumplí con creces, fui a Europa con 32 años. Jugué en Primera, en Segunda, en clubes históricos. El fútbol no me debe nada, me dio un montón de cosas. Lleva mucho esfuerzo y me acompañaron mi familia, mis viejos, mi señora, mis hijos...”, describe el papá de Simón y Alfonso, que siguieron sus pasos y decidieron ser... Arqueros.
Pero cuando había decidido regresar a su tierra y había acordado su vinculación a Alvarado de Mar del Plata, en la Primera Nacional, se encontró con un obstáculo impensado. Un problema cardíaco lo obligó a poner en pausa su carrera y sembró incertidumbre en su continuidad con los guantes. “Llevaba entrenando dos o tres días con Alvarado cuando me saltaron arritmias en una ergometría. Yo se lo adjudiqué al cansancio, a la mudanza desde Europa. Pero me hicieron una resonancia y me dijeron que no podía firmar. Y se empezó a especular con plazos para volver a jugar, seis, ocho meses...”, profundiza en el primer shock.Champi, con el buzo de San Lorenzo, donde hizo las Inferiores y saltó a la élite
La noticia se hizo viral, pero el impacto fue más mediático que en el frente interno. Es que Champi se la tomó con su habitual espíritu: “Yo soy muy positivo, me lo tomé bien. Me dije: ‘Si puedo volver, lo voy a disfrutar. Y si no puedo, ya cumplí mis sueños’. No me agarró con 22 años que me cortó la carrera”. Las señales en el paso a paso, las percibió auspiciosas. “En Alvarado se portaron muy bien, sobre todo el entrenador (César Vigevani); hasta me ofrecieron ser parte del cuerpo técnico hasta que me recuperara. Fui a Agremiados, me traté con el doctor Roberto Peidró. Y me dijo que esto se iniciaba a partir de un virus, pero que iba a poder seguir jugando. Lo que sufrí fue una inflamación en el miocardio. Yo seguí entrenando a baja intensidad, y me di cuenta de que estaba bien, porque no volví a sentir el malestar”, sembró optimismo en su rehabilitación, que constó de la batería de estudios periódica y reposo deportivo. Mientras, se afincó en su Salto natal con su familia, rodeado de sus afectos.
En ese contexto, siempre supo que la adversidad no lo iba a detener. “Yo le dije a mi familia que iba a volver a jugar, que se iba a solucionar. Quería que retirarme dependiera de mí, no de un diagnóstico. Además, recibí el apoyo de muchísima gente, compañeros de acá, de afuera, amigos...”, detalla el colchón de respaldo que usó como trampolín. Porque hace tres semanas recibió el alta médica. Y hoy se está entrenando “10 puntos”. “Voy a seguir hasta que mi familia me siga acompañando. Me siento bien, con la ilusión de seguir jugando”, completa, con la pesadilla en modo pasado.
Oh visto (y jugué con) Lionel Messi
De su lazo con la Albiceleste seguramente les contará a sus hijos en las sobremesas. De aquel primer llamado cuando ya tocaba la élite azulgrana. “Era Pipo Gorosito el técnico de Primera, él me lo comunicó, no lo podía creer, quería terminar el entrenamiento e irme a contarles a mis viejos. Después todo fue bárbaro, el proceso de dos años que empezó en 2004. Ir los lunes, martes y miércoles a entrenarme con la Selección y conocer a jugadores que enfrentaba y ahora era tenerlos cerca como compañeros. Y coronarlo con lo que fueron el Sudamericano y el Mundial, haber tenido esa experiencia desde adentro, cómo se trabaja... Para mí, siendo tan fanático del fútbol y muy argentino, defender la camiseta del país fue increíble. No me lo voy a olvidar jamás”, evoca.
Basta repasar los nombres con los que compartió ensayos en Ezeiza como para entender la profundidad de su disfrute. “Estaban Zabaleta, Garay, Biglia, Gago; jugadores impresionantes. Aunque lógicamente te llamaban más la atención los Messi, Agüero, Pocho (Lavezzi), Pitu (Barrientos), por ser más chicos; daban dos y tres años de ventaja, y vos los veías e iban a otro ritmo; se adaptaban perfecto. Era impensado”, enumera la magia.
En ese contexto irrumpió Messi, el hoy capitán de la Selección campeona del mundo, en el umbral de aquel 29 de junio de 2004, de aquel 8-0 a Paraguay en el estadio de Argentinos. “Un día estábamos entrenando y nos vinieron a avisar: ‘Va a venir un chico que vive en España, pero que va a jugar para la Selección, que es lo que quiere’”, rememora.
“Lo increíble es que en ese partido no había más de 500 personas. Hacía frío, llovía... Y nadie habla del otro amistoso. El sábado siguiente fuimos a Colonia a jugar contra Uruguay. Estábamos 1-1, entró, hizo un golazo y ganamos 3-1″, apunta.
Fue en ese trance cuando vio el futuro. En aquel entrenamiento en el Sudamericano de Colombia que le abrió los ojos, y en cada detalle del día a día. “Sabías que iba a ser muy bueno, pero era inimaginable que iba a ser tantos años seguidos el mejor. Todos sabemos la jugada que va a hacer, lo podés ver en YouTube, la hace y le sale. Y está el tema mental, cómo sostenerse en ese nivel. Que no te salgan las cosas a nivel Selección y volver a intentarlo, volver a intentarlo; es el ejemplo más grande que dio. Y el jugar con esa pasión”, enfatiza, con una pátina de cariño en cada palabra.
Aquel plantel conducido por Pancho Ferraro y coordinado por Hugo Tocalli terminó conociendo la gloria con un Messi descomunal, que anotó seis goles, dos en la final ante Nigeria. El camino hacia el título comenzó con un tropiezo en el debut ante Estados Unidos, tal como ocurrió en Qatar. Incluso en el Sudamericano el andar fue irregular, más allá del pasaje obtenido para la Copa del Mundo. Colombia, con un Hugo Rodallega superstar, había mostrado credenciales más firmes. Claro, no tenía a La Pulga...Nereo, en el festejo del Mundial Sub 20 de Holanda 2005
“Era un grupo humano muy bueno, todos participaban, todos hablaban; era grupo muy abierto. Disfrutábamos mucho juntos. no había celulares, casi no había computadoras, jugábamos a la Play...”, hace memoria. “En el Sudamericano fuimos más irregulares, Brasil y Colombia se hicieron más fuertes. En el Mundial, en cambio, estuvimos muy sólidos, llegamos más maduros”, analiza.
La cábala de aquel hito tuvo más que ver con sus gustos musicales que con los de la mayoría del plantel. “El rock o el rock pesado, como me gusta a mí, no es tan común en el fútbol, pero mucha gente igual lo escucha. En ese Mundial, cuando llegábamos a un estadio, se cantaban canciones de hinchada. Después del partido que perdimos con Estados Unidos llegamos escuchando La Renga, sin cantar. Empezamos a ganar y desde ahí nos acompañó la Renga hasta el final”, describe.
“En Salto, en casa, tengo la medalla. Tengo cosas guardadas; camisetas, trofeos, pero no los tengo exhibidos”, cuenta. Aunque hay detalles que no se pueden exponer como un galardón, que se impregnan en la tradición oral, se transforman en un relato que adquiere otro significado cuando lo narra el protagonista. Como aquel entrenamiento en el que Messi se le reveló como el astro inigualable en el que se transformó 18 años después.
Si hasta el antecedente compartido le permitió intuir el desenlace del 18 de diciembre de 2022 en el estadio Lusail. “Yo estaba tranquilo post derrota ante Arabia Saudita. Si la única vez que Leo había sido campeón del mundo también habíamos perdido el debut contra Estados Unidos... En Holanda también jugamos como equilibrista sin red, porque no se podía perder más. El equipo en Qatar estuvo increíble, fue representativo de lo que es Argentina. Por momento sacando adelante partidos bravos, por momentos jugando muy bien, y levantando situaciones difíciles como contra Países Bajos. Todos queríamos que Argentina fuera campeón, por la Selección y por Messi, por el esfuerzo y por cómo siente la camiseta”, redondea su análisis con varias grageas de sentimiento.
El salto a Europa y un gigante vencido por sus guantes
Champagne se forjó en San Lorenzo, donde vivió todo, la gloria y la angustia por la cercanía del frío filo del descenso. “Viví todo un ciclo. De ser campeones pasamos a pelear abajo, resurgir y ser campeones de nuevo. Me tocó dar la vuelta olímpica con Ramón Díaz, vivir partidos de Copa Libertaores memorables como aquel 2-2 con River en el Monumental, y pelear el descenso en 2012 y sacar adelante al equipo. En ese momento peleó el descenso River, Independiente y no pudieron, eso hay que destacarlo. Nos acompañó la gente, fue clave. Tiene un valor muy grande. No es lo mismo pelear el descenso en un club grande que en uno chico. Haber sacado adelante esa situación tan difícil tuvo un valor muy importante. De esa salvación levantó y terminó ganando la Libertadores y logrando la Vuelta a Boedo. Me llena de orgullo haber sido parte de eso, viví ahí desde los 15 años”, infla el pecho.
En el medio estuvo una temporada en la B Nacional en Ferro, donde jugó 34 partidos y mostró un gran nivel (”me quedó la espinita de haber hecho algo más importante en el club, fue una linda experiencia, ya el fútbol me devolverá la posibilidad en algún momento”) y luego en Olimpo se transformó en referente y logró aparecer en el escaparate para que lo observaran del mercado europeo. Las puertas del Viejo Continente se le abrieron con 32 años.
“No sentí prejuicios por el tema de la edad porque el Leganés necesitaba arquero de experiencia, que peleara por el descenso, llegara y pudiera jugar. Aterricé el 2 de enero y el 8 jugaba contra el Betis, sin conocer los nombres de mis compañeros”, narra. El capitán era otro argentino, Martín Mantovani, con el que generó rápido un buen vínculo. “Ahí es donde entra tu familia, mi pase se tramitó el 30 de diciembre y se cerró el 31. El 2 estaba viajando a España. Mi mujer se tuvo que hacer cargo de la mudanza, de los chicos, los pasaportes... Todo a distancia”, agradece el hombro firme donde apoyarse.Un mano a mano ganado ante Benzema en la mítica serie de Copa del Rey en la que el Leganés, con Champagne como figura, eliminó al Real Madrid (AFP) (AFP/)
En su nuevo equipo vivió momentos de alto impacto emocional. Es que llegó a las semifinales de la Copa del Rey. Y dejó en el camino al poderoso Real Madrid, con una actuación estelar de Nereo. Del otro lado no estuvo Cristiano Ronaldo, pero sí, por ejemplo, Karim Benzema, Sergio Ramos o Luka Modric.
“Fueron partidos muy importantes. Eliminar al Villarreal, al Madrid de visitante en el Bernabéu, fue algo milagroso, van a pasar muchos años para que Leganés repita esa gesta. Para un recién ascendido, llegar a eso y a disputarle a Sevilla la semi hasta el último minuto... Pude jugar 20 partidos, muchos de ellos decisivos, como el partido de la salvación en San Mamés, con el Bilbao jugándose entrar a Europa League... Te quedan marcados para toda la vida”, pone en valor.
En cuanto a aquella gesta contra el Merengue, recuerda: “Yo tenía mucha incertidumbre antes del primer partido, de local, no sabés con qué te vas a encontrar, pero salió muy parejo, luchado, y lo perdemos 1-0 sobre la hora, en el minuto 90. Hablando con el ayudante de campo, le dije ‘de pelota parada allá se lo vamos a ganar’. Fuimos al Bernabéu, empezamos ganando, nos lo empataron e hicimos el segundo. Estábamos todos confiados. No habíamos ido de turistas, sino con fe y con nuestras armas. Jugar en esos estadios, esos desafíos, vale mucho. Y te dejan historias para contarles a tus nietos”.
Proezas que Nereo Champagne podrá continuar enhebrando, gracias a que consiguió lo que anhelaba: que el momento de su retiro se defina en una mesa familiar y no en un frío e impersonal consultorio médico.
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