OPINION: Una maratón hacia la tierra prometida- Por Juan Manuel Fabricius



A mediados de los ’80, el genial humorista Tato Bores reflejaba en uno de sus clásicos monólogos algunas de las más remanidas frases que la clase política reitera en tiempos de crisis.

“Desde que era chiquitito vengo escuchando que ‘hay que sacrificarse en aras del futuro’, a los políticos diciendo ‘les pedimos un esfuerzo hoy, para que mañana seamos la Argentina potencia que soñaron nuestros mayores’, o ‘un pequeño sacrificio hoy, para que nuestros hijos hereden mañana una patria grande’, y que estamos fundidos y no tenemos un mango”, recitaba el cómico.

“El lema nacional siempre ha sido ‘jódanse hoy, para disfrutar mañana’, y uno pone el hombro, pero el futuro se pianta y jamás lo podemos alcanzar”, resumía con divertido pesar.

Aquel “mañana” que reiteraba Bores hace casi cuarenta años, hoy vuelve y se estira, sin tapujos. El propio Presidente Milei afirma, sin medias tintas, que la inflación podría bajar “en un año y medio o dos años”, y que el objetivo es que el país se parezca a Irlanda… en 45 años. Aunque aclara que “dos tercios de esas mejoras se verán en 15 años”.

La actualidad, en tanto, repite el relato de Tato: el reiterado “no hay plata” del León revive viejos discursos de otros tiempos y gobiernos que el lector recordará, como “hay que pasar el invierno”, “estamos mal pero vamos bien”, “es hora de ajustarse el cinturón” y tantos más.

En el fondo el mensaje es el mismo y tiene orígenes ancestrales, que van desde el viejo mito del paraíso perdido al que algún día volveremos, la promesa de una tierra nueva tras atravesar el largo desierto, o la utopía de un mundo mejor que requiere dolorosos sacrificios.

Gran parte de la ciudadanía parece aceptar esta sentencia como algo inevitable, lógico, razonable. Heredan tal vez el legado de aquellos abuelos inmigrantes que nos inculcaron la necesidad del sufrimiento, las penas y las privaciones, para alcanzar el objetivo de una vida digna.

¿Qué distancia separa esta visión de aquella recordada de Javier González Fraga, ex presidente del Banco Central durante el menemismo, y luego ex presidente del Banco Nación en tiempos de Macri, quien señaló: “Le hicieron creer a un empleado medio que podía comprar celulares, motos e irse de vacaciones”?

¿Cuánto habrá que sacrificar, hoy, para mañana merecer comprarse una motito, o pasar una semana en la costa? ¿Las privaciones son para todos, o sólo una parte de la sociedad está condenada a pagar el alto precio de poner las cuentas en orden?

Los votantes que escucharon a Milei decir que el ajuste lo pagaría la casta comienzan a desilusionarse al notar que las boletas de cobro tienen, hasta ahora, sus propios nombres. Lo están pagando cuando van al súper, cuando cargan nafta, cuando ven venir la escalada de tarifas de servicios.

Desde otras veredas alertan manejos espurios por parte de poderosos grupos empresarios en las medidas que se pretenden implementar, que apuntan directamente a su beneficio y a incrementar sus fortunas. Aun no se observa en qué medida este provecho pueda derivar en mejores condiciones para la economía de la gente común.

Es necesario que, hasta que lleguen los prometidos frutos del esfuerzo, el gobierno comience a dar señales efectivas de que el sacrificio vale la pena. Hay sectores que no tienen las fuerzas suficientes para atravesar desiertos, ni más agujeros para hacerle al cinturón.

El domingo pasado un periodista inquirió a Milei acerca de las críticas por el extenso tiempo de espera que propone para ver las mejoras. El Presidente respondió: “La maratón son 42 kilómetros, y se arranca con el primer paso”. Siguiendo su analogía, valdría repreguntar quiénes son los que deberán correr, por cuánto tiempo, y qué pasará con aquellos que ya no puedan continuar.

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