Cuando Frank conoció a Carlitos: el conmovedor musical sobre el encuentro imaginario de dos leyendas

Alan Madanes y Oscar Jalad, como Frank Sinatra y Carlos Gardel (Gustavo Gavotti) (Gustavo Gavotti/)

“No puedo cantar lo que no siento”, le dice un maduro Carlos Gardel a un jovencito Francis Albert Sinatra en la soledad de un camarín de Nueva York. Es una confesión, casi un pedido de auxilio, pero también es un consejo para animar a ese muchacho un poco cargoso pero inevitablemente seductor. Y es el motor de Cuando Frank conoció a Carlitos, la obra escrita por Raúl López Rossi y Gustavo Manuel González que se estrenó en el Teatro Presidente Alvear basada en el encuentro imaginario y fascinante entre las dos leyendas de la música popular.

La historia se sitúa en la Nueva York de 1934, en la intimidad de los estudios de la NBC. Gardel termina su audición y se refugia en soledad, escapando de un amorío que quiere dejar del todo atrás. En eso, alguien golpea su puerta y en lugar de una joven admiradora aparece un adolescente de andar errático y sueños de artista, que lo admira y no puede creer tenerlo tan a mano. Aprovecha cada minuto para absorber modismos, entonaciones y consejos, como ese que lo alienta a participar en el concurso de talentos. Un año después, Gardel se hacía inmortal en Medellín y Sinatra ganaba el Major Bowes Amateur Hour. Nunca nadie probó dicho encuentro y nadie está dispuesto a hacerlo. Pero una ficción de lujo viene a nuestro auxilio a través de una obra que es excusa para espiar a dos genios que cada día cantan mejor, aunque aquí lo hacen de una manera diferente.

Oscar Jalad (Gardel) y Alan Madanes (Sinatra) dan vida a los mitos y los caminos que transitaron dicen mucho de sus personajes. Porque si Jalad lleva más de 20 años haciendo de Gardel -en rigor, de varios de los gardeles posibles-, Madanes se estrena como un Sinatra antes de la fama, del que poco se conoce y donde todo es imaginable. Y en esas fortalezas -el pisar sobre seguro, la aventura a lo desconocido, el encuentro de esos mundos- reside uno de los encantos de la obra.Oscar Jalad antes de ser Carlitos (Gustavo Gavotti/)

Pese a esta experiencia previa, Jalad construyó a su Gardel un poco a ciegas. Porque a ese morocho que dominaba el mundo, a quien había visto en sus películas y cuyas interpretaciones había desmenuzado, hubo que moldearlo en la intimidad de un camarín, escapando de un amorío y lidiando con la irreverencia de un joven al que le entiende poco y nada. “Lo construimos a partir de los testimonios que rescatamos. Lo que contaron sus amigos y la gente que lo conoció. de lo divertido que era en las reuniones, de lo buen amigo que era”, le dijo Jalad a Teleshow un rato antes de salir a escena.

Ese Carlitos por momentos se monta en la estrella y en otros baja al llano y se deja seducir por un adolescente que lo admira y lo escanea buscando cualquier detalle que lo ayude a moldear su personalidad artística. “Fue una suerte hacer ese Sinatra que la gente conoce menos, porque me dio la libertad de construir sobre los bordes del personaje”, cuenta Madanes, mientras palpita el estreno. “Me gusta investigar cada personaje, leí mucho y me empapé de su historia, sobre todo de sus comienzos y de esa pasión inicial por la música”, agrega.La sorpresa de Gardel y la irreverencia de Sinatra (Gustavo Gavotti/)

La máxima tanguera se cumple una vez más y Gardel estaba esperando a Oscar Jalad. Si bien la música estaba en su casa, y en el árbol genealógico figura una abuela cantora, hace veinte años empezó a incursionar en el tango. “Me volví fan de Gardel tras conocerlo, tras estudiarlo, tras vivir día a día con él prácticamente, observar cómo cantaba, sus yeites. Es alguien a quien admiro y me hubiese encantado conocer”, admite el protagonista.

Jalad construye un Gardel alejado de la copia y basado en su capacidad actoral e interpretativa. Desde el momento en el que baja de un Mobile de 1930 en plena calle Corrientes, anticipa una frescura que trasladará a las tablas. Y reconoce con cierta satisfacción la analogía física. “Yo no me veo para nada parecido a Gardel, pero es cierto que en el teatro se crea una ilusión. Y no hago nada de caracterización, más que acentuar un delineado de ojos o tocar un poco las cejas. Al recrear la energía de su postura, sus movimientos y sus raíces al cantar, le logré encontrar algo que crea esa ilusión”, se analiza. Un rato después, sus ademanes, sus posturas, su evocación lunfa, la mirada altiva y engominada y el fraseo inconfundible suscriben cada una de sus palabras.Alan Madanes, listo para convertirse en Frank (Gustavo Gavotti/)

Para Madanes, hacer a un artista lejano en el tiempo no significó un problema. Era una voz familiar, en el gusto en común con sus abuelos y con su padre, que solía interpretarlo en su espectáculo de covers. Y si bien sus inicios artísticos están vinculados al rock, el tango no le es ajeno. “Siempre me gustó porque es muy porteño y tengo un amor muy grande por Buenos Aires y su cultura”, admite, y pasa a describir su criatura, ese Sinatra único e irrepetible que nadie conoció: “Es muy divertido ponerse en la piel de un personaje que no habla como el mío. Busqué un inglés de época, con raíces italianas y giros en español. Tenía muchos lugares donde apoyarme y en cada pasada le encontraba algo nuevo”.

En lo físico, el Sinatra de sus veintes, menos icónico y alejado del poster, está logrado con esos rulos desparejos que tanto molestan a Gardel, el andar desgarbado deudor de una familia de inmigrantes haciendo pie en el inicio del mundo cosmopolita y en unos ojos azules que tuvo que pedir prestados. “Si algo me entusiasma es meterme a pleno en el personaje. Es difícil, pero me fui acostumbrando, y en esa mística de mirarnos diferente, sumado al vestuario y a la imaginación, se construye la época”.Antonella Misenti como Nancy Barbato, entre Frank y Carlitos (Gustavo Gavotti/)

En la hora y veinte que dura la función, la narración sucede a diferentes escalas. Por un lado está la fantasía del tiempo real, en la que los mitos se acercan y construyen una amistad. Pero en simultáneo, Sinatra acelera hacia una madurez artística, en la que deja sus temores y se anima a unos duetos con Carlitos, siempre en un segundo plano y con el desafío de hacerlo en inglés. Y acá está el gran atractivo de la obra, porque Madanes logra trascender el eclipse gardeliano y equiparar las leyendas. Pero, sobre todo, porque conmueve escuchar canciones como “Yira, yira”, “A media luz” o “El día que me quieras”, mitad en castellano y mitad en inglés. Y en cierta manera incomoda, y de eso se trata un hecho artístico.

Cuando Frank conoció a Carlitos es mucho más que estas personalidades absorbentes. Es un cuerpo de baile, que entra y sale de cuadro reforzando las dramáticas y ensanchando una puesta en escena en dos planos: el camarín de la NBC y la azotea, el mundo privado y el público. La filosofía de entrecasa y la ilusión sin límites de la canción. Sobre el final, la irrupción de Nancy todavía Barbato y luego Sinatra (Antonella Misenti) oxigena la tensión entre los protagonistas y sirve de puente para la etapa más foxtrotera del Zorzal.El cuerpo de baile acentúa el relato narrativo de Gardel (Gustavo Gavotti/)

El clima baja y la despedida tiene la emoción de quienes se hicieron grandes amigos y el dolor de los que saben que ya no se van a ver más. Sinatra se retira a los saltos, abrazado a su novia y aferrándose a ese consejo, como si supiera que le va a cambiar la vida. En cambio, Gardel y su mirada melancólica parecen presagiar ese final que agigantó el mito. Hay un dejo de nostalgia, la propia del tango y la que siente él. Su origen inmigrante, el Abasto lejano en el tiempo, la vida itinerante que lo aleja de la casa y los afectos. Y una que comparte con el público, acaso la peor de todas: la amargura y la profunda tristeza por lo que pudo haber sido.

Las fotos del estreno

[FOTOS: Gustavo Gavotti]


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