Demichelis se fue de River el día del off...
(Fotobaires)
El famoso off fue el principio del fin de Demichelis. Ese día, esa semana en realidad porque las charlas fueron más de una, se empezó a ir de River. Había logrado lo más difícil: ganar después de Gallardo. Se asomó detrás de una estatua y en los primeros seis meses logró que las viudas no lloraran. Su equipo daba gusto de ver. Era el mejor de todos. El aplauso valía doble después de un 2022 con un juego terrenal pese a tener a un dios en el banco. Respetó ese discurso grandilocuente que decía que el abonado más caro del país exigía una forma de ganar. Salió campeón arrasando y obligó al Boca de Almirón a no pasar la mitad de cancha en el primer superclásico en el Monumental. Hasta que perdió y se le escurrió el vestuario de las manos. Quedó eliminado de la Copa después de algunos partidos en los que fue hacia adelante enceguecido por el escudo: en primera ronda padeció porque se expuso en Brasil. Después, en octavos, hizo figura al arquero de Internacional en Buenos Aires y casi no compitió en Porto Alegre pese a la derrota por penales. En ese momento en que se pedía calma se lo devoró la ansiedad. Consciente de que su futuro dependía de la siguiente Libertadores, pretendió armar el equipo del 2024 antes de levantar al del 2023. Imaginó un mediocampo sin Enzo Pérez para presionar más arriba sin contemplar que no tenía un reemplazante para ese líder. Empezó a tocar teclas incorrectas. Equivocadamente buscó complicidad en quienes rápidamente lo delataron. Meterse de ese modo con un ídolo de la bandera fue ponerse una bomba debajo de su saco entallado... Dejó de ser percibido como el chico de la casa que había dejado su zona de confort para volver a River y se transformó en un personaje antipopular para demasiados hinchas. Allí, a su formación catedrática europea pareció faltarle el instinto callejero argentino.
En términos de redes sociales, que no son las dueñas de la verdad aunque lamentablemente inciden cada vez más en decisiones relevantes, se lo empezó a cancelar a Demichelis. Pareció un exceso. El entrenador debió saber hasta dónde sacar la lengua, mantener los valores, aunque quedó en evidencia que estuvo mal asesorado. Tan obsesionado con buscar apoyo en la comunicación, se la subestimó. Una constante en un país donde últimamente todos creen saber de un tema del que tienen una vaga idea. Olvidan que un tuit puede desmoronar una transferencia millonaria. ¿Qué es un off, justamente? Una conversación privada, sin grabadores ni cámaras, donde el periodista tiene información para entender por ejemplo qué piensa un técnico, un jugador, o un dirigente, con el compromiso hasta personal de no revelar. Se puede hablar del juego, de un futbolista que interesa en el mercado, de una situación puntual en el plantel. Aun cuando hoy muchos sommeliers de vestuarios simulan sorprenderse, siempre existieron esos encuentros con los protagonistas, aun hablando de nombres propios fuertes. El mismísimo Bielsa los tenía en sus tiempos de Selección hasta que se sintió traicionado... Pero no existen secretos en charlas con 15 personas. Es clave saber cuál es el marco de confianza, el rol del interlocutor, sus pasiones prioritarias y el poder de autonomía para guardar para el dato. En este caso, el grave error se expuso en cadena nacional. Y llegó en algunos casos de un modo obsecuente al oído de los jugadores involucrados. Ese cabaret trajo otra vez el nombre Gallardo. El Muñeco había generado un manual de conducta, un estilo de manejarse que dejó puertas adentro cualquier conflicto. Porque existieron: no existe grupo sin alguna interna en más de 8 años de convivencia. Así, al River que se había dejado ver inmaculado no le gustó estar emparentado con algunos episodios del Mundo Boca, ése que Borghi definió como un club donde se hace el amor con la ventana abierta. Pero fundamentalmente el quiebre fue la confianza: un River que había hecho bandera el creer, dejó de creer en su entrenador.
El peor problema, aunque no lo vaya a reconocer, es que Demichelis quebró su propia convicción. Tal vez por haber quedado en offside a la vista de todos, empezó a negociar para recuperar el liderazgo. A querer cambiar la mala cara de la mesa de los grandes, que tampoco se la hicieron fácil. Del mismo modo que en las conferencias se expuso y lo expusieron muchas veces con puñales. No pudo volver a ese River que de arranque dio gusto ver, el de los 5 volantes que tocaban a toda velocidad. El que se impuso en los clásicos. El que tuvo a un mejor Barco más centralizado, el que subió a Primera a Echeverri, el que voló con el mejor De La Cruz. Pareció no alcanzar con ganarle el trofeo de Campeones a Central con el Diablito de titular ni después la Supercopa Argentina a Estudiantes, el mata mata del saludo frío con Enzo Pérez. Esa noche todo el mundo vio los hilos del conflicto. Esa noche, también, él puso a Aliendro y ganó el partido. Tampoco apaciguó la resistencia ganarle a Boca de visitante, el partido del festejo en la Bombonera. El entrenador empezó a hacer muchos cambios de nombres y de esquemas. Como si no hubiera un ranking de jugadores, o conexiones por características, en este 2024 el que jugaba bien un rato era titular al partido siguiente. Si en la Selección, empujado por ganar, Scaloni pudo tener 15 titulares; River, frenado por perder, Demichelis al final tuvo 15 suplentes. Podía hacerle 5 goles a Vélez para despertarlo, pero al rato quedar eliminado con Boca. O peor: quedar afuera de la Copa Argentina con Temperley. Y así, perder con Riestra y con el peor Godoy Cruz de los últimos años. No alcanzó la pretemporada ni los refuerzos. Allí un punto determinante, que también hace responsables a los dirigentes y a la Secretaría Técnica de Francescoli. Tal vez por no poder levantar la voz como su antecesor, que se había ganado ser el dueño del club, amontonó jugadores. Pero no cualquiera: se llenó de pósters que no fueron soluciones, se buscaron apuestas de discutido prestigio y se pagaron millones por salir tarde al mercado. Agradaban más al oído de los hinchas que al juego del equipo. Lanzini, por citar un nombre que llegó de la Premier League con falta de ritmo, lo llevó a cambiar la forma de atacar y jamás fue solución. Es injusto que salga uno solo en la foto de la derrota.
Tan debilitado quedó que las últimas horas fueron una carnicería que se descomprimió recién después del anuncio final. Ahí se publicaron sus buenos números generales: los 86 partidos jugados, 3 títulos y el 66,27 por ciento de los puntos. Al mismo tiempo que se lo despidió gratamente en redes sociales o se posteó que siempre tiene el corazón de River, una forma de amortiguar o modificar la reacción de la gente en el extraño último partido en el Monumental. Se verá ahora el discurso público de los jugadores, apagados hace rato. En los últimos días se filtró que después de perder con los mendocinos, el entrenador expuso su pensamiento y cuando pasó la palabra todos se quedaron en silencio. Puertas adentro cuentan que fue parte de un discurso que lo desdibujó al DT, porque juran que Armani habló como capitán y asumió errores. En todo caso fue tarde, como algunas reacciones afectivas al enterarse del desenlace. El timming en realidad apuntó a la decisión con Gallardo otra vez cerca a dos semanas de jugar con Talleres por la Copa. El ciclo Demichelis, un entrenador al que buscaron con sentido su momento, que mostraba preparación y un perfil adecuado, estaba con respirador artificial hace tiempo, de mínima desde el receso. Ahora parecieron acompañarlo hasta la puerta del cementerio, antes de que entraran todos juntos. Aunque tal vez ni lo reconozcan en off...
https://www.infobae.com/opinion/2024/07/28/demichelis-se-fue-de-river-el-dia-del-off/
El famoso off fue el principio del fin de Demichelis. Ese día, esa semana en realidad porque las charlas fueron más de una, se empezó a ir de River. Había logrado lo más difícil: ganar después de Gallardo. Se asomó detrás de una estatua y en los primeros seis meses logró que las viudas no lloraran. Su equipo daba gusto de ver. Era el mejor de todos. El aplauso valía doble después de un 2022 con un juego terrenal pese a tener a un dios en el banco. Respetó ese discurso grandilocuente que decía que el abonado más caro del país exigía una forma de ganar. Salió campeón arrasando y obligó al Boca de Almirón a no pasar la mitad de cancha en el primer superclásico en el Monumental. Hasta que perdió y se le escurrió el vestuario de las manos. Quedó eliminado de la Copa después de algunos partidos en los que fue hacia adelante enceguecido por el escudo: en primera ronda padeció porque se expuso en Brasil. Después, en octavos, hizo figura al arquero de Internacional en Buenos Aires y casi no compitió en Porto Alegre pese a la derrota por penales. En ese momento en que se pedía calma se lo devoró la ansiedad. Consciente de que su futuro dependía de la siguiente Libertadores, pretendió armar el equipo del 2024 antes de levantar al del 2023. Imaginó un mediocampo sin Enzo Pérez para presionar más arriba sin contemplar que no tenía un reemplazante para ese líder. Empezó a tocar teclas incorrectas. Equivocadamente buscó complicidad en quienes rápidamente lo delataron. Meterse de ese modo con un ídolo de la bandera fue ponerse una bomba debajo de su saco entallado... Dejó de ser percibido como el chico de la casa que había dejado su zona de confort para volver a River y se transformó en un personaje antipopular para demasiados hinchas. Allí, a su formación catedrática europea pareció faltarle el instinto callejero argentino.
En términos de redes sociales, que no son las dueñas de la verdad aunque lamentablemente inciden cada vez más en decisiones relevantes, se lo empezó a cancelar a Demichelis. Pareció un exceso. El entrenador debió saber hasta dónde sacar la lengua, mantener los valores, aunque quedó en evidencia que estuvo mal asesorado. Tan obsesionado con buscar apoyo en la comunicación, se la subestimó. Una constante en un país donde últimamente todos creen saber de un tema del que tienen una vaga idea. Olvidan que un tuit puede desmoronar una transferencia millonaria. ¿Qué es un off, justamente? Una conversación privada, sin grabadores ni cámaras, donde el periodista tiene información para entender por ejemplo qué piensa un técnico, un jugador, o un dirigente, con el compromiso hasta personal de no revelar. Se puede hablar del juego, de un futbolista que interesa en el mercado, de una situación puntual en el plantel. Aun cuando hoy muchos sommeliers de vestuarios simulan sorprenderse, siempre existieron esos encuentros con los protagonistas, aun hablando de nombres propios fuertes. El mismísimo Bielsa los tenía en sus tiempos de Selección hasta que se sintió traicionado... Pero no existen secretos en charlas con 15 personas. Es clave saber cuál es el marco de confianza, el rol del interlocutor, sus pasiones prioritarias y el poder de autonomía para guardar para el dato. En este caso, el grave error se expuso en cadena nacional. Y llegó en algunos casos de un modo obsecuente al oído de los jugadores involucrados. Ese cabaret trajo otra vez el nombre Gallardo. El Muñeco había generado un manual de conducta, un estilo de manejarse que dejó puertas adentro cualquier conflicto. Porque existieron: no existe grupo sin alguna interna en más de 8 años de convivencia. Así, al River que se había dejado ver inmaculado no le gustó estar emparentado con algunos episodios del Mundo Boca, ése que Borghi definió como un club donde se hace el amor con la ventana abierta. Pero fundamentalmente el quiebre fue la confianza: un River que había hecho bandera el creer, dejó de creer en su entrenador.
El peor problema, aunque no lo vaya a reconocer, es que Demichelis quebró su propia convicción. Tal vez por haber quedado en offside a la vista de todos, empezó a negociar para recuperar el liderazgo. A querer cambiar la mala cara de la mesa de los grandes, que tampoco se la hicieron fácil. Del mismo modo que en las conferencias se expuso y lo expusieron muchas veces con puñales. No pudo volver a ese River que de arranque dio gusto ver, el de los 5 volantes que tocaban a toda velocidad. El que se impuso en los clásicos. El que tuvo a un mejor Barco más centralizado, el que subió a Primera a Echeverri, el que voló con el mejor De La Cruz. Pareció no alcanzar con ganarle el trofeo de Campeones a Central con el Diablito de titular ni después la Supercopa Argentina a Estudiantes, el mata mata del saludo frío con Enzo Pérez. Esa noche todo el mundo vio los hilos del conflicto. Esa noche, también, él puso a Aliendro y ganó el partido. Tampoco apaciguó la resistencia ganarle a Boca de visitante, el partido del festejo en la Bombonera. El entrenador empezó a hacer muchos cambios de nombres y de esquemas. Como si no hubiera un ranking de jugadores, o conexiones por características, en este 2024 el que jugaba bien un rato era titular al partido siguiente. Si en la Selección, empujado por ganar, Scaloni pudo tener 15 titulares; River, frenado por perder, Demichelis al final tuvo 15 suplentes. Podía hacerle 5 goles a Vélez para despertarlo, pero al rato quedar eliminado con Boca. O peor: quedar afuera de la Copa Argentina con Temperley. Y así, perder con Riestra y con el peor Godoy Cruz de los últimos años. No alcanzó la pretemporada ni los refuerzos. Allí un punto determinante, que también hace responsables a los dirigentes y a la Secretaría Técnica de Francescoli. Tal vez por no poder levantar la voz como su antecesor, que se había ganado ser el dueño del club, amontonó jugadores. Pero no cualquiera: se llenó de pósters que no fueron soluciones, se buscaron apuestas de discutido prestigio y se pagaron millones por salir tarde al mercado. Agradaban más al oído de los hinchas que al juego del equipo. Lanzini, por citar un nombre que llegó de la Premier League con falta de ritmo, lo llevó a cambiar la forma de atacar y jamás fue solución. Es injusto que salga uno solo en la foto de la derrota.
Tan debilitado quedó que las últimas horas fueron una carnicería que se descomprimió recién después del anuncio final. Ahí se publicaron sus buenos números generales: los 86 partidos jugados, 3 títulos y el 66,27 por ciento de los puntos. Al mismo tiempo que se lo despidió gratamente en redes sociales o se posteó que siempre tiene el corazón de River, una forma de amortiguar o modificar la reacción de la gente en el extraño último partido en el Monumental. Se verá ahora el discurso público de los jugadores, apagados hace rato. En los últimos días se filtró que después de perder con los mendocinos, el entrenador expuso su pensamiento y cuando pasó la palabra todos se quedaron en silencio. Puertas adentro cuentan que fue parte de un discurso que lo desdibujó al DT, porque juran que Armani habló como capitán y asumió errores. En todo caso fue tarde, como algunas reacciones afectivas al enterarse del desenlace. El timming en realidad apuntó a la decisión con Gallardo otra vez cerca a dos semanas de jugar con Talleres por la Copa. El ciclo Demichelis, un entrenador al que buscaron con sentido su momento, que mostraba preparación y un perfil adecuado, estaba con respirador artificial hace tiempo, de mínima desde el receso. Ahora parecieron acompañarlo hasta la puerta del cementerio, antes de que entraran todos juntos. Aunque tal vez ni lo reconozcan en off...
https://www.infobae.com/opinion/2024/07/28/demichelis-se-fue-de-river-el-dia-del-off/