EL CANILLITA. Por Raúl Jaluf


Cuando Juan Carlos Alsina escribió 'Tá que soy de Villaguay' una de las más bellas descripciones de un pueblo (la otra es 'Viejo Caá Caatí' de Edgar Romero Maciel y Alberico Mansilla), algunas cosas de las mencionadas ya habían desaparecido, sólo quedaban en la memoria y en la de sus contemporáneos. 

El viejo tren que entraba de culata ya no entraba y un colectivo hacía el viaje hasta el empalme de Villaguay Este.

La dictadura había hecho desaparecer el feriado de Carnaval, por lo cual ya no se veía ropaje de ciudad en la Calle Ancha y así podría seguir enumerando cosas que nos identificaban en aquel entonces.

Algunas volvieron como el 'octubre florecido de carrozas' con su tradicional desfile, o las mesas de la Plaza que por muchos años dejaron de ser el lugar de encuentro, y hoy ha vuelto a ser el lugar de reunión de amigos y familias.

No están El Supremo, ni Lobbosco, o Peralta para los mayores.

Pero hay algo que ha permanecido inalterable: "la siesta al que madruga da revancha, después mate y lectura de sociales" con las hojas del diario a punto de estrenar.

Hoy debido un poco a la pandemia, una peste de nuevo milenio que trae aparejado problemas de índole económica y social que nos demanda información siempre antes, o quizás también la necesidad de adecuarse a los tiempos que corren, arrasando con todos los tiempos conocidos, el casi centenario diario 'El Pueblo' tradicionalmente vespertino, comenzó este mes una nueva etapa como matutino.

Así que los villaguayenses debemos modificar nuestro refrán y costumbre, que ahora será 'desayuno y lectura de sociales'.

Este hecho merece recordar mi etapa de canillita, eran tiempos de continuos cortes de luz que hacía que el diario saliera mucho más tarde (la puntualidad con la que cada día El Pueblo pisó la calle hasta el mes pasado, tuvo sus intermitencias históricas).

Les decía que en mi época de canillita, mi reparto (era creo el número uno) comenzaba en la calle Vélez Sarsfield muy cerca de la emisora y se hacía largo por muchos factores. Los domicilios eran distanciados uno de otro, y a eso le sumamos que yo no era muy ducho para doblar diarios (a esa tarea la realiza hoy una máquina).

Tampoco contaba con medio de locomoción (léase bicicleta) por lo que, casi todos los días, la noche me encontraba caminando por la vieja ruta 18 como se lo mencionaba al boulevard Paysandú, en la despensa del recordado Roque De Bernardi y todavía me faltaba medio reparto.

Era otro Villaguay entonces. No puedo dejar de mencionar que al llegar a la zona de la recién inaugurada Escuela Sarmiento me esperaba la merienda que Francisco Díaz Bergara me tenía preparada y que yo tanto disfrutaba: un tazón blanco (o al menos así lo recuerdo) de un aromático café con leche con un trozo de pan casero que me devolvía el calor al alma.

Se las hago corta: los últimos suscriptores eran dos comerciantes de San Martín al norte (que en ese tiempo no era tan norte): Cáceres de la despensa 'Sol de Mayo' y Zambiazzo una cuadra más al norte. A ellos va mi recuerdo, ya que eran con seguridad los primeros lectores del diario (a la mañana del día siguiente). 



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