"QUISO LA MALA SUERTE QUE CRISPÍN VELÁZQUEZ ENTRARA VIOLENTAMENTE AL ALMACÉN". Por Manuela Chiesa de Mammana


Cada vez que veo el imperdible de cabello en la coqueta vitrina del museo me cuesta sobreponerme al origen de esa pequeña y agraciada joya.

Llegó a la institución de las manos de Felicitas Aguilera, descendiente lejana de la familia Velázquez. Ella sólo conocía una parte de la historia, aquella que le contó su tía abuela cuando encontraron el prendedor debajo del gobelino raído de la vieja silla de roble en la sala de la estancia.

Ese coqueto alfiler de cabello perteneció a María Matilde Funes, hija del comerciante del mismo apellido, del Almacén de Ramos Generales de Raíces al Este.

Cuando María Matilde cumplió 18 años, su prometido, Andrés Ramos, le regaló el imperdible con la condición de que ella sujetara sus cabellos con él cada vez que necesitara verlo a solas.

Quiso la mala suerte que a los pocos días del cumpleaños, Crispín Velázquez entrara violentamente al almacén en busca de un arreador y se encaprichara con la belleza de la joven bonita y alegre.

Conociendo el proceder violento del caudillo, era lógico suponer que volviera una y otra vez para ver a la joven hasta que, fiel a sus tradiciones, se propusiera llevársela por la fuerza.

María Matilde comprendió que esto sucedería aún contra la voluntad de su padre y entonces puso el imperdible en un lugar bien visible de la oscura cabellera. Pero Andrés no llegó a tiempo y ella alcanzó a esconder la joya en el tapizado de la silla donde estaba sentada, en la desesperación de que la llevaran en andas.

El fin de María Matilde, a pesar de los esfuerzos de su padre por recuperarla, fue muy triste, sumando a esto que toda la familia Funes fue echada de la colonia donde vivía.

Cincuenta años más tarde, cuando las riquezas del despótico caudillo habían ido desapareciendo por ventas, remates o deudas, el recuerdo de María Matilde y de su frustrado romance quedó rondando en la zona.

Su historia se volvió real cuando Felicitas Aguilera le quitó el tapizado a la silla de la sala y encontró el emblemático prendedor de pequeñas marcasitas.

Manuela Chiesa de Mammana

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