Se llamaba Indalecio Castro. Me quedó su nombre y su recuerdo de hace ya muchos años atrás. Así se llamaba: Indalecio Castro. Lindo nombre para un gaucho. Porque era eso. Reunía las condiciones que yo considero propias del gaucho: trabajador, honrado, sincero, de pocas palabras, respetuoso, amigo de hacer “gauchadas” desinteresadamente.
Había nacido, se había criado, vivía y trabajaba en el mismo lugar y era puestero en un campo muy grande, cargo que había heredado de su padre que desempeñaba esa tarea y, cuando se jubiló, se lo dejó a él.
Trabajaba duro durante la semana y, cosa rara que llamaba la atención, los domingos, día en que casi toda la gente del lugar se reunía en el “boliche” de la zona, él no aparecía por ahí. Los demás departían con sus conocidos ese día franco. Disputaban partidas de truco, tomaban sus copas, jugaban a las bochas en la cancha anexa y hasta hacían algunos tiros a la taba... Al atardecer, montaban sus caballos y volvían cada uno a sus lugares de origen, despidiéndose hasta el próximo domingo.
Cada vez se hizo más notoria y misteriosa la ausencia a esas reuniones de Indalecio, que era un hombre muy conocido y apreciado por todos, siempre dispuesto a dar una mano donde hiciera falta.
Esa gente no era muy dada a interesarse por la vida privada de los demás, respetaba las reservas de cada uno pero, con el tiempo, en voz baja se comenzó a comentar el retraimiento de Indalecio y cada vez hizo se hizo más evidente que su falta de salida de los domingos debía de estar relacionada con algún “asunto de polleras” y más probablemente una relación clandestina con alguna mujer casada. Caso contrario no se explicaba su misterio. Se empezó a desconfiar de él, cosa que, al parecer, mucho no le molestaba porque no cambió sus costumbres.
Él, los domingos a la tarde, no salía.
Yo conocía esa situación. Pero nunca se me ocurrió profundizar en ella. Entiendo que cada uno tiene derecho a disponer como ocupa su tiempo.
Pero, casualidad o no, me tocó resolver el misterio.
Me solicitaron la concurrencia al campo para certificar el despacho de una tropa con destino a exportación para un día lunes. Siempre trataba de estar al momento de la carga para verificar hasta último momento el estado sanitario del envío. Pero resultó que ese mismo lunes tenía que estar en Buenos Aires en una reunión del Servicio. Como el certificado tenía validez por 48 horas, les avisé que iría el día domingo.
Indalecio me confirmó que no tendría ningún problema en atenderme el domingo pero, eso sí: me pedía que le hiciera el favor de venir por la mañana.
Conociendo los rumores circulantes y sin entrar en mayores aclaraciones, le confirmé que así se haría, dejándole la tarde libre.
Ese día todo transcurrió con normalidad, terminamos el trabajo cerca del mediodía y cuando ya me aprontaba para volver, me dice:
Le agradezco mucho esa gauchada que me hizo al desocuparme por la mañana. Ahora, si no lo toma a mal lo invito a compartir mi asado y luego, más tarde a escuchar el partido conmigo...
¿Cómo? No sabía a qué se estaba refiriendo, de ahí mi asombro. Y entonces me aclara: Sí, el partido de fútbol de River, que yo lo escucho desde chico todos los domingos por la tarde por la radio. No lo cambio por ninguna otra salida.
Se aclaró el misterio. Ésa era su ocupación de los domingos por la tarde. ¡Pobre Indalecio! Tan mal que se pensó de él y tenía ese inofensivo pasatiempo los domingos a la tarde como lo era el seguir la campaña de River por la radio.
Ese día todo transcurrió con normalidad, terminamos el trabajo cerca del mediodía y cuando ya me aprontaba para volver, me dice:
Le agradezco mucho esa gauchada que me hizo al desocuparme por la mañana. Ahora, si no lo toma a mal lo invito a compartir mi asado y luego, más tarde a escuchar el partido conmigo...
¿Cómo? No sabía a qué se estaba refiriendo, de ahí mi asombro. Y entonces me aclara: Sí, el partido de fútbol de River, que yo lo escucho desde chico todos los domingos por la tarde por la radio. No lo cambio por ninguna otra salida.
Se aclaró el misterio. Ésa era su ocupación de los domingos por la tarde. ¡Pobre Indalecio! Tan mal que se pensó de él y tenía ese inofensivo pasatiempo los domingos a la tarde como lo era el seguir la campaña de River por la radio.