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Imagen ilustrativa |
Entre Ríos, tierra donde los bueyes se destacaban por la docilidad para salvar los obstáculos, eran capaces de cruzar un río hocicando apenas el aire. Cada carreta con sus parejas de bueyes por delante, esperaba que el capataz, que encabezaba la tropa de "a caballo” diera la orden: chirridos, gritos, bufidos, silbos, ladridos. En la retaguardia marchaban los boyeros con los bueyes de relevo. Lo más bravo eran los vados, por la pesada mercancía que llevaban: azúcar, aceite, hierro, vidrio, telas.
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Las carretas y las arrias fueron los únicos medios de transporte que les legó la colonia a los argentinos. En las sendas fangosas, entre pencas y tunas, las carretas avanzaban conducidas por su jinete, calzón de flecos, camisa y poncho en invierno. Conducía montado en su pértigo, picana corta de tacuara en una mano, y macana en la otra, para azuzar al manchado y al oscuro.
Grandes vehículos toscos, pipa de madera del Paraguay, estaqueada por cuñas altas de naranjo, con un cordel donde colgaba el cencerro anunciador.
Portadoras de armamento comestibles, enseres, pero también de sueños para aquellas niñas casaderas que esperaban ansiosas telas, adornos y alhajas.
¡Cuánto misterio! Ellas pasearon su señorío entre el monte de talas y espinillos, refugiándose entre quebrachos y algarrobos, tal vez durmiendo bajo las palmas altas. Pero qué alegría verlas llegar con bamboleo y su carga. Aquellos pueblitos veían en el arribo de las carretas un motivo de jolgorio. Los carreteros, casi juglares criollos, hacían de la epopeya gaucha un motivo para lucirse.
Poco a poco fueron desapareciendo en la primera década del siglo XX, como lo cuenta el padre Suárez en su libro "Así lo cuentan allá".
Grandes vehículos toscos, pipa de madera del Paraguay, estaqueada por cuñas altas de naranjo, con un cordel donde colgaba el cencerro anunciador.
Portadoras de armamento comestibles, enseres, pero también de sueños para aquellas niñas casaderas que esperaban ansiosas telas, adornos y alhajas.
¡Cuánto misterio! Ellas pasearon su señorío entre el monte de talas y espinillos, refugiándose entre quebrachos y algarrobos, tal vez durmiendo bajo las palmas altas. Pero qué alegría verlas llegar con bamboleo y su carga. Aquellos pueblitos veían en el arribo de las carretas un motivo de jolgorio. Los carreteros, casi juglares criollos, hacían de la epopeya gaucha un motivo para lucirse.
Poco a poco fueron desapareciendo en la primera década del siglo XX, como lo cuenta el padre Suárez en su libro "Así lo cuentan allá".