CIENTO TREINTA AÑOS SON MUCHOS AÑOS. Por Manuel Langsam


En estos días se cumple un aniversario más de la fundación de Domínguez. Es el número ciento treinta. No puedo dejar pasar por alto este acontecimiento que me toca muy de cerca. Y cómo no va a ser así si ahí nací, ahí pase mi infancia y mi primera juventud. Ahí tengo mis raíces tan indisolublemente ligadas a ese pueblo en donde vivieron mis padres que ahí se afincaron y pasaron toda su vida.

Por razones de estudio primero y de trabajo después tuve que irme muy joven, pero quedaron grabados muy hondo los recuerdos de mis amigos de la escuela primaria, de mis maestros, Vera Sajaroff, María Neuman, Ana Levitzky, Luisa Bendersky, Sara Schwarzman, Haydee Gatini, Dolores García, y Jacobo Blachinsky y el director Máximo Castro, hombre de pocas palabras que imponía respeto con su sola presencia.

En inquietas horas de la siesta íbamos en los calurosos días de verano a bañarnos al arroyo del campo de Peisajovich y, si era invierno, al mismo lugar pero a intentar cazar perdices… y, aunque nunca cazamos alguna, los intentos los seguíamos todos los años…

En esa época se me abrió un mundo nuevo gracias a los libros que obtenía en la Biblioteca Sarmiento orientado por la inolvidable señora Olga Stein de Segal.

Luego vino la barra juvenil. Esa barra del café de Tarija, de la Agrupación Juvenil Sarmiento, con la que organizamos un grupo de teatro, un equipo de básquet y con la que nos reuníamos en el salón de la biblioteca a escuchar música, jugar al chinchón, truco o lotería. O simplemente a tomar un café o un té… Ahí surgieron los inocentes y efímeros primeros noviazgos.

Aun hoy, después de tanto tiempo, cada vez que puedo hago una visita al pueblo.

Aunque ha cambiado mucho lo que es lógico dado el avance del tiempo y la adaptación a la época actual, yo lo sigo viendo con los ojos de la nostalgia y cada calle, cada esquina, cada casa, me trae recuerdos y me parece que me voy a encontrar aún con el Fondo Comunal, el Hotel Central, la estación del ferrocarril, la importante oficina de correos, el teléfono provincial y el de la Cia. Entrerriana en la casa de Federica Segal, la antigua Escuela Nº 11 la gomería de Neuman donde íbamos a pedir aire cada vez que teníamos que inflar una pelota, la librería de Ulfhon donde compraba el Patoruzito, la de los clubes Independiente y Deportivo, la farmacia Yarcho, el Hospital Clara, la esquina de la tienda El Porteño o la del Banco Popular, los surtidores de agua potable instalados en las esquinas y tantas otras cosas que desaparecieron con el tiempo.

Hoy, dada la época tan anormal que nos toca vivir y con normas estrictas que deben ser respetadas, solo podemos participar en forma virtual y desear, a la distancia, un ¡muy feliz centésimo trigésimo aniversario, pueblo de Domínguez!

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