Por Mario Daniel Villagra. Fotografía: Alejandro Erbetta.
Última entrega de la serie "'amateur': veinte entregas, veinte textos, veinte fotografías".
No sé, persona que ama, ganas de escribirte; sensación de que es posible comunicarnos, secretar una escucha, que me escuches cuando las leas, disipar la niebla y atravesar la llovizna.
Llegan juntas, ganas y palabras, como el canto del cuervo en pleno vuelo, portan un único secreto: la procedencia.
Vienen en tren de ser, de cargas, de pasajeros. Vienen y van, las ropas frías añorando el sol o asoleadas deseosas de sombra. Sin estaciones, ni ventanas, ni quien las arrope. Ganas que bien miradas son desnudas palabras, huérfanas, de nadie, nadie sale a recibirlas, como persona que se sienta sola, en silencio, en la vereda de la nada y del todo.
Llegan a la noche, entran a soñar. Allí sí vivirán nuevamente las ignoradas, nostalgiosas palabras de oír al menos el agua de la lluvia cayendo, o callando… ¿pero de qué aguas cargadas de recuerdos hablarían?, ¿de fuentes olvidadas, de la mar solitaria, de río agreste, del arroyo del pueblo?
Ganas de palabras oceánicas al fin, se solidifican de a ratos y luego vuelven a correr, híbridas, procurando un cause común, charla como cuenco, como cabeceo de paloma.
Ganas sedientas de palabras, náufragas en el desierto entre nosotros. “Tanta tierra y sin poder meternos”, imaginarían en tanto que hielo si estuvieran en Siberia mis palabras, pero ni modos, aquí están. Apropiadas por mis ganas las palabras.
Pluspalabras colaborando a que suenen como clave, como gong. Cosquilleantes palabras que se exprimen se imprimen se eximen del paladar seco mientras experimentan en su cuerpo, y en el tuyo, mi sudor.
Palabras en camisón con ganas de dormir en Paz, persona que ama, dudan si están muertas o con los ojos entreabiertos, y nosotros para mirarlas, leerlas y no olvidarnos nunca.