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REGALO DEL CIELO. Por Norberto Schinitman

"Roma es como un libro de fábulas: en cada página te encuentras con un prodigio" (H. C. Andersen).

"Esperar es como soñar despierto" (Aristóteles).


Una antigua frase célebre dice que "todos los caminos conducen a Roma". Y, con relación a esa frase, afortunadamente, hace algún tiempo, pudimos, junto a mi esposa, emprender uno de esos caminos.
 
Durante un viaje de estudios, aprovechando unos días libres, nos resultó posible visitar y recorrer la Ciudad Eterna, fundada hace unos 2700 años, máxima expresión del patrimonio histórico, artístico y cultural del mundo occidental.

Sus magníficos monumentos, como la Vía Appia Antigua, la Fuente de Trevi, la Plaza Navona, el Panteón, el Coliseo y el Moisés de Miguel Angel, entre otros, y sus conmovedoras historias, tradiciones y leyendas, nos resultaron muy interesantes, además de enriquecernos culturalmente.




Dentro de la fabulosa urbe, también visitamos con gran interés el legendario Estado de la Ciudad del Vaticano, con sus magníficos edificios, museos y obras de arte.

Resulta asombroso saber que ese pequeño país soberano, con su maravilloso conjunto de monumentos históricos y tesoros artísticos, tiene una superficie menor que los Bosques de Palermo de la Ciudad de Buenos Aires o el Parque Central de Nueva York.

Inicialmente, recorrimos respetuosa y atentamente la monumental Basílica de San Pedro y los puntos más relevantes de los maravillosos Museos Vaticanos, repletos de arte y cultura.

Además, recibimos una importante noticia. La misma avisaba que al día siguiente, un miércoles de Pascua, a media mañana, el Papa daría una Audiencia General.

Por eso, temprano, fuimos a la imponente Plaza de San Pedro, la vasta explanada rodeada de columnas, situada frente a la histórica Basílica del mismo nombre, con un antiguo obelisco egipcio en su centro, donde se reúnen grandes multitudes y sobrevuelan densas bandadas de palomas.

Mientras ingresábamos a la plaza, recordamos que, según una vieja tradición, si una paloma deja caer sus residuos sobre alguno de los peregrinos visitantes, este mensaje señala al afortunado (?) receptor que felizmente volverá alguna vez a Roma.

Durante la audiencia, una bulliciosa multitud de feigreses y turistas cubría casi la totalidad de la histórica plaza, custodiada por soldados de la Guardia Suiza, con sus extraños y coloridos uniformes antiguos que, según se dice, fueron diseñados por Miguel Ángel.

Durante la Audiencia, mientras el Papa, con sus blancas vestiduras, se dirigía a la multitud que lo aplaudía y vitoreaba, y recitaba oraciones y mensajes en varios idiomas, me ocurrió algo inesperado.

Una paloma, en vuelo rasante, me obsequió con una generosa porción de sus residuos.

Mientras mi esposa trataba de quitarme la desagradable mancha en el hombro oí, detrás de nosotros, unas voces femeninas.

En un extraño español, algo ronco, tal vez centroamericano, dos señoritas cuchicheaban: "a ese hombre lo c... una paloma".

Inmediatamente, en un rápido e impensado acto reflejo, me di vuelta y sonriendo les respondí con un viejo dicho: "menos mal que las vacas no vuelan".

A pesar de la situación de silencio e introspección reinante, esto provocó sus audibles carcajadas, que fueron percibidas por muchos turistas cercanos.

Mientras tanto, la audiencia prosiguió normalmente y finalizó con fuertes aplausos al Papa.

Al día siguiente nos despedimos de Roma, y retomé mis actividades profesionales.

Pero ahora, después de relatar estos hechos verídicos, es posible que algún lector se pregunte ¿que le habrá ocurrido posteriormente al protagonista y (supuestamente) afortunado receptor del mensaje de la paloma?

Mientras redacto la respuesta, vienen a mi memoria dos viejos refranes, uno que dice "el que espera, desespera", y otro que habla de "esperar sentado, (largo tiempo, con paciencia)". Pero, en realidad, ¿que nos ocurrió a nosotros? Mi esposa y yo aún seguimos esperando (sentados, pero sin desesperar) la grata posibilidad de volver a Roma.

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