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FLORENTINA. Por Manuela Chiesa de Mammana




Para llegar la escuela había que pasar tres cuadras de barro o lo que es lo mismo, pantano y greda cuando llovía. Florentina venía ya desde el barro. Suburbio sur, casas humildes, agua en la canilla de la esquina, velas y carbón para el fogoncito.

1946. Primer grado en escuela pública. A Florentina le habían regalado un guardapolvo pero no habían alcanzado las zapatillas para ella. Morochita, pelo duro, bien mojado, delantal blanco, con moño atrás y descalza. Así marchaba para la escuela.

Alegre, un cuaderno y un lápiz, todo mordido, sus útiles. Cuando llegaba a dos cuadras del pavimento, en el centro, buscaba a una amiga de seis años, como ella, y juntas hacían el camino que faltaba.


¡Qué profunda felicidad mostraba la sonrisa de Florentina camino a la escuela!

Muchas veces el barro salía de entre los dedos de sus pies descalzos y ella contenta porque pronto vería a su maestra María Teresa. ¿Cómo se llama esa felicidad pura, en la vida de un niño?

Durante años, el camino siguió siendo igual, precario e intransitable

Cuántas Florentina más hicieron ese camino a la escuela, lo ignoramos de la misma forma que también ignoramos si los niños fueron tan felices en la escuela como lo era Florentina.

De lo que sí estamos seguros es que nada impide la avidez del conocimiento, ni siquiera los pies llenos de barro, en las frías mañanas de julio.

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