“La casa de los pájaros”, que la Universidad Nacional del Litoral publicará próximamente, trama biografía, memoria, escritura y experiencia, armando una especie de constelación Ortiz a través de testimonios, lecturas, fotografías, y documentos.
Compuesto como una especie de álbum de familia, el libro incluye entero el poema "La casa de los pájaros", se completa con una detallada cronología y material documental inédito que incluye fotos desconocidas, documentos personales de Juan L. Ortiz y la primera reconstrucción parcial de su árbol genealógico.
El artículo anticipa algunos fragmentos de la obra. A continuación, algunos párrafos de la reseña:
Villaguay
“De madrugada, casi de noche aún, el niño Ortiz camina por las calles del pueblo que empieza a despertar. Se ve a lo lejos el frente de la escuela Mitre iluminada por las lámparas a kerosene. En ese establecimiento hará los primeros grados, será reconocido por los compañeros por su elocuencia y su facilidad para el dibujo, también por su resistencia física para correr. Estas instancias lo ayudan a sobreponerse a cierta timidez, la sensación de no encajar del todo, de las prontas heridas de algunos ‘amiguitos inocentes’.
Cuando el tren Gualeguay–Central partió de Puerto Ruiz aquella madrugada, llevando al matrimonio Ortiz y a sus hijos a Villaguay, ciudad situada unos 200 kilómetros al noreste, otra historia empezaba. José Antonio, el padre, había conseguido un puesto de administrador en una estancia del general Racedo en Mojones Norte, en plena selva de Montiel. Seguramente su función allí sería cuidar la hacienda y, sobre todo, atender al bandidaje habitual en esa zona de monte y animales, librada un poco a la ley del más fuerte. Juan L., que al llegar a ese campo tenía apenas tres años, repite muchas veces lo decisivo de ese tiempo en contacto directo con la naturaleza semisalvaje, territorio de leyendas y prodigios, imbricado a sus primeros ‘asombros cósmicos’, la apertura a un misterio que a la vez lo atemoriza y fascina.
Allí vivirá su primera niñez, irá a caballo a la escuela, y una vez que la familia se instale en la ciudad, iniciará el camino de una sociabilidad singularísima, que aprovecha quizás con la sed del solitario. Presenciará las charlas de su padre con Emiliano Carullas, Daniel Elías y el Dr. Larcho, de la colonia judía; hurgando la Biblioteca Municipal hará sus primeras lecturas; escuchará de primera mano el testimonio de los sobrevivientes de Caseros, de la Guerra del Paraguay, y hasta de unos vecinos parientes de Urquiza cuyas esclavas negras le contaban "cosas terribles del general".
Villaguay es la infancia, las marcas indelebles de la civilidad primera y, sobre todo, ese primer asomo ante lo abierto, extraviarse en el monte inaudito y profundo, en la intemperie ir a buscar la vaca.
"Yo era el candidato para todas las tareas: me mandaban a pastorear las vacas. Mis padres tenían una lechería entonces, a la que iban los intelectuales del pueblo a tomar la leche. Debía ir a buscarlas a la tardecita, pero de repente me tomaba la noche. Eso es bravo. ¿Usted se ha encontrado en la selva de noche? Le aseguro que es bravo, impresionante. Las estrellas apenas ahí, es un resplandor nomás. No se sienten palpitar, como dice la gente. Las estrellas colaboran o se complican en una atmósfera de misterio. Es curioso, yo tenía un poco lo que puede llamarse miedo, pero me interesaba tanto sentir ciertos ruiditos, la presencia de ciertas plantas, que me demoraba allí lo más posible. Yo sabía que tenía que llegar antes de cenar, cuando venían los poetas del pueblo a tomar su vaso de leche, a la nochecita. Pero ocurría esto.
No se ha estudiado lo suficiente hasta qué punto el ambiente que Ortiz vivió desde niño hasta casi adolescente en Villaguay influenció su percepción del mundo. La zona era todavía, a principios del siglo XX, parte del escenario de la llegada y superposición de los judíos del centro de Europa: jasídicos, talmúdicos, heterodoxos, ricos en saberes y tradiciones, y también en dineros en sus patrias. Estas eran las colonias del Barón Hirsch; belgas, judíos, italianos y españoles se mezclaban con los criollos de esta pequeña ciudad.
También, junto con eso, el espíritu tolstoiano de personajes como el Dr. Larcho, la utopía social de la una vida pacífica y comunitaria, una hermandad de iguales, todo esto conviviendo con los últimos y viejos soldados de López Jordán, que antes habían sido los soldados de Urquiza, en pleno Centenario y la Generación del ’80”.
Federik, el “lector omnívoro”
La obra incluye una cita de Miguel Ángel Federik, a quien presenta como “poeta y ensayista de Villaguay, lector omnívoro y amigo de Ortiz en sus últimos años”:
“Juanele vivió aquí, 'de patitas en la tierra', la más grande conmoción civilizatoria del país del sauce. El salto de Andrade, Leguizamón, Panizza, etc. está mediado por las colonias suizo–francesas de Urquiza (es decir, el francés no era una cosa afectada de burguesías locales, sino parte de las hablas rurales) y las colonias judías de más de dos leguas cada cual y ese halo de tierra prometida: aquí hubo judíos felices… era antes del Holocausto… todo era visto como por vez primera y había que celebrarlo. Juanele evita ese entusiasmo, pero lo cuenta. En Villaguay vive entre los belgas; son los contextos reales que ayudan a desmitificar los textos y la figura.
Cuando Hugo Gola no se explica cómo pudo surgir de Entre Ríos Juanele, solo pone en evidencia que le falta algo para entenderlo. Juan L. no es un precipitado de la frutita del Tala, un desprendimiento de los arcángeles músicos del imperio jesuítico que llegaba hasta Mojones Norte. Pensemos que Berisso traducía a Poe y a Albert Samain en Gualeguay, cuando cruzando el río no lo hacían… Pensemos que Juan es contemporáneo de Pedroni… siempre hay detrás otras cosas. De aquí salieron Alberto Gerchunoff, Blackie Efron, o Josepf Kessel, el primer académico argentino de la academia francesa, amigo de Saint Exúpery. En fin, pienso que todo esto ha sido mitificado. Ni Entre Ríos ni Juanele son casualidades.
Creo que esa mirada de estar viéndolo todo como por vez primera, y la celebración de la provincia con una palabra nueva y una mirada sagrada desde donde se la mire, proviene de aquella impronta judía… ¡Todo un exceso, claro! Pero ¿qué otra 'academia' o referencia existía para hacerse cargo de eso? La literatura entrerriana en los 20 del XX, era aún los ecos de una panfletaria versificadora de la derrota de los federales, orientales incluidos y otras cosas de lanzas, caballos y guitarras… Al joven Ortiz —esos versos, no esas cosas— le parecían momias embaladas con las cintas de la historia".
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“El acta de quinto grado, donde entre casi 40 compañeros aparece también José —el hermano anterior a Juan L.— está firmada por Amelia Podestá, la «señorita Amelia» que aparece en el poema «Villaguay», rescatada del olvido por su voz y sus gestos, por leerles «al menos» a Roldán, a Chateubriand, a Mármol, y sobre todo, por dispensarlo las vísperas de la celebración del 25 de Mayo de cualquier otra tarea que no fuese dibujar en el pizarrón a Moreno, Rivadavia, San Martín y Belgrano: ‘el cuarteto de la Revolución’”.
Compuesto como una especie de álbum de familia, el libro incluye entero el poema "La casa de los pájaros", se completa con una detallada cronología y material documental inédito que incluye fotos desconocidas, documentos personales de Juan L. Ortiz y la primera reconstrucción parcial de su árbol genealógico.
El artículo anticipa algunos fragmentos de la obra. A continuación, algunos párrafos de la reseña:
Villaguay
“De madrugada, casi de noche aún, el niño Ortiz camina por las calles del pueblo que empieza a despertar. Se ve a lo lejos el frente de la escuela Mitre iluminada por las lámparas a kerosene. En ese establecimiento hará los primeros grados, será reconocido por los compañeros por su elocuencia y su facilidad para el dibujo, también por su resistencia física para correr. Estas instancias lo ayudan a sobreponerse a cierta timidez, la sensación de no encajar del todo, de las prontas heridas de algunos ‘amiguitos inocentes’.
Cuando el tren Gualeguay–Central partió de Puerto Ruiz aquella madrugada, llevando al matrimonio Ortiz y a sus hijos a Villaguay, ciudad situada unos 200 kilómetros al noreste, otra historia empezaba. José Antonio, el padre, había conseguido un puesto de administrador en una estancia del general Racedo en Mojones Norte, en plena selva de Montiel. Seguramente su función allí sería cuidar la hacienda y, sobre todo, atender al bandidaje habitual en esa zona de monte y animales, librada un poco a la ley del más fuerte. Juan L., que al llegar a ese campo tenía apenas tres años, repite muchas veces lo decisivo de ese tiempo en contacto directo con la naturaleza semisalvaje, territorio de leyendas y prodigios, imbricado a sus primeros ‘asombros cósmicos’, la apertura a un misterio que a la vez lo atemoriza y fascina.
Allí vivirá su primera niñez, irá a caballo a la escuela, y una vez que la familia se instale en la ciudad, iniciará el camino de una sociabilidad singularísima, que aprovecha quizás con la sed del solitario. Presenciará las charlas de su padre con Emiliano Carullas, Daniel Elías y el Dr. Larcho, de la colonia judía; hurgando la Biblioteca Municipal hará sus primeras lecturas; escuchará de primera mano el testimonio de los sobrevivientes de Caseros, de la Guerra del Paraguay, y hasta de unos vecinos parientes de Urquiza cuyas esclavas negras le contaban "cosas terribles del general".
Villaguay es la infancia, las marcas indelebles de la civilidad primera y, sobre todo, ese primer asomo ante lo abierto, extraviarse en el monte inaudito y profundo, en la intemperie ir a buscar la vaca.
"Yo era el candidato para todas las tareas: me mandaban a pastorear las vacas. Mis padres tenían una lechería entonces, a la que iban los intelectuales del pueblo a tomar la leche. Debía ir a buscarlas a la tardecita, pero de repente me tomaba la noche. Eso es bravo. ¿Usted se ha encontrado en la selva de noche? Le aseguro que es bravo, impresionante. Las estrellas apenas ahí, es un resplandor nomás. No se sienten palpitar, como dice la gente. Las estrellas colaboran o se complican en una atmósfera de misterio. Es curioso, yo tenía un poco lo que puede llamarse miedo, pero me interesaba tanto sentir ciertos ruiditos, la presencia de ciertas plantas, que me demoraba allí lo más posible. Yo sabía que tenía que llegar antes de cenar, cuando venían los poetas del pueblo a tomar su vaso de leche, a la nochecita. Pero ocurría esto.
No se ha estudiado lo suficiente hasta qué punto el ambiente que Ortiz vivió desde niño hasta casi adolescente en Villaguay influenció su percepción del mundo. La zona era todavía, a principios del siglo XX, parte del escenario de la llegada y superposición de los judíos del centro de Europa: jasídicos, talmúdicos, heterodoxos, ricos en saberes y tradiciones, y también en dineros en sus patrias. Estas eran las colonias del Barón Hirsch; belgas, judíos, italianos y españoles se mezclaban con los criollos de esta pequeña ciudad.
También, junto con eso, el espíritu tolstoiano de personajes como el Dr. Larcho, la utopía social de la una vida pacífica y comunitaria, una hermandad de iguales, todo esto conviviendo con los últimos y viejos soldados de López Jordán, que antes habían sido los soldados de Urquiza, en pleno Centenario y la Generación del ’80”.
Federik, el “lector omnívoro”
La obra incluye una cita de Miguel Ángel Federik, a quien presenta como “poeta y ensayista de Villaguay, lector omnívoro y amigo de Ortiz en sus últimos años”:
“Juanele vivió aquí, 'de patitas en la tierra', la más grande conmoción civilizatoria del país del sauce. El salto de Andrade, Leguizamón, Panizza, etc. está mediado por las colonias suizo–francesas de Urquiza (es decir, el francés no era una cosa afectada de burguesías locales, sino parte de las hablas rurales) y las colonias judías de más de dos leguas cada cual y ese halo de tierra prometida: aquí hubo judíos felices… era antes del Holocausto… todo era visto como por vez primera y había que celebrarlo. Juanele evita ese entusiasmo, pero lo cuenta. En Villaguay vive entre los belgas; son los contextos reales que ayudan a desmitificar los textos y la figura.
Cuando Hugo Gola no se explica cómo pudo surgir de Entre Ríos Juanele, solo pone en evidencia que le falta algo para entenderlo. Juan L. no es un precipitado de la frutita del Tala, un desprendimiento de los arcángeles músicos del imperio jesuítico que llegaba hasta Mojones Norte. Pensemos que Berisso traducía a Poe y a Albert Samain en Gualeguay, cuando cruzando el río no lo hacían… Pensemos que Juan es contemporáneo de Pedroni… siempre hay detrás otras cosas. De aquí salieron Alberto Gerchunoff, Blackie Efron, o Josepf Kessel, el primer académico argentino de la academia francesa, amigo de Saint Exúpery. En fin, pienso que todo esto ha sido mitificado. Ni Entre Ríos ni Juanele son casualidades.
Creo que esa mirada de estar viéndolo todo como por vez primera, y la celebración de la provincia con una palabra nueva y una mirada sagrada desde donde se la mire, proviene de aquella impronta judía… ¡Todo un exceso, claro! Pero ¿qué otra 'academia' o referencia existía para hacerse cargo de eso? La literatura entrerriana en los 20 del XX, era aún los ecos de una panfletaria versificadora de la derrota de los federales, orientales incluidos y otras cosas de lanzas, caballos y guitarras… Al joven Ortiz —esos versos, no esas cosas— le parecían momias embaladas con las cintas de la historia".
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El boletín de Ortiz
“De entre los documentos que fui recolectando aquel que más aprecio son las actas de la escuela Bartolomé Mitre de Villaguay, en la que entre 1905 y 1910 Ortiz hizo la escuela elemental”, expresa el autor del libro.“El acta de quinto grado, donde entre casi 40 compañeros aparece también José —el hermano anterior a Juan L.— está firmada por Amelia Podestá, la «señorita Amelia» que aparece en el poema «Villaguay», rescatada del olvido por su voz y sus gestos, por leerles «al menos» a Roldán, a Chateubriand, a Mármol, y sobre todo, por dispensarlo las vísperas de la celebración del 25 de Mayo de cualquier otra tarea que no fuese dibujar en el pizarrón a Moreno, Rivadavia, San Martín y Belgrano: ‘el cuarteto de la Revolución’”.