Cacho Fontana, el amigo, el compañero, el mejor locutor de las transmisiones deportivas



El conductor que partió esta semana revolucionó las tandas publicitarias en los relatos deportivos y recorrió el mundo junto a los campeones argentinos. El autor recuerda esos viajes, los años compartidos y su íntima amistad con Lectoure

Por Cherquis Bialo (Infobae) 


Esos instantes en los cuales el pasado ataca a la memoria lo traían hacia a mí cada vez con mayor frecuencia. Y al evocarlo se mezclaban los dos Cachos con quien compartí momentos imborrables de la vida.

Siempre aparecía primero el Cacho triunfador, sonriente, incansable, creativo, popular, perfeccionista, elegante. Muy pocas veces se lo vio conducir su show matutino sin saco y corbata. Entre gran parte de los 60 y los 80 fue un número uno de la radio y la televisión, probablemente el comunicador más popular de la Argentina.

Pero ese Cacho que lo tenía todo: éxito, dinero, asistentes, secretaria, chofer, vestuarista, era el mismo que a comienzos de los noventa se tapaba el rostro con una bufanda, se cubría la cabeza hasta la mitad de la frente con una gorra y se ubicaba en la última mesa de Pippo o de Pepito –restaurantes de precios accesibles- para que nadie lo reconociera y le recordara aquel esplendor que fue el pasado.


Las marcas de productos se peleaban por tener su imagen o su voz en los avisos publicitarios. Tenía registro de barítono y subrayaba el valor de los silencios intermedios. Solo él pudo lograr que se popularice la respuesta correcta de un concursante del programa “Odol Pregunta” al concluir con un “Sí,… con seguridad”. Frase que entró en la gente como latiguillo callejero. No aceptaba ser la voz de un producto sin probada calidad; mucho menos la imagen. Una vez le propusieron una campaña para publicitar a un cognac argentino y Cacho contrató a un somellier para que lo probara y le diera su calificación luego de compararlo con un francés y un español.

Recuerdo muchas anécdotas de viajes compartidos. Era el Cacho que terminaba su Fontana Show el Viernes, se tomaba un avión esa misma noche, llegaba a la mañana siguiente a cualquier ciudad del mundo donde hubiese un evento y tenía todo organizado para trabajar: cámara, movilidad, líneas telefónicas –en aquellos años había que transmitir por línea y pedirla con anticipación- traductores – si hicieran falta -, y la mejor habitación del hotel donde estuviera alojado el protagonista; boxeador, plantel de fútbol, artista etc. No se fijaba en gastos para darle calidad a los contenidos de sus programas y era generoso a la hora de tener en cuenta a sus compañeros. Además, en aquellos tiempos de la preglobalización su prioridad era siempre comprar en Nueva York, Roma, Paris o Londres los los hits musicales antes de que fueran furor en nuestro país.

En diciembre del 68 viajamos a Tokio para transmitir la pelea entre Nicolino Locche y Paul Takeshi Fujii. Un acontecimiento deportivo extraordinario que solo podía llegar por radio pues aún no existía satélite que permitiera su televisación en vivo. Se diría que esa fue la última joya de la radio como medio exclusivo pues al año siguiente, tras la llegada del hombre a la luna hubo satélite y por lo tanto televisión en vivo.

El hotel donde nos alojábamos se llamaba Akasaka Prince y como todo gran hotel tenía una dársena para que pudieran ingresar los vehículos facilitando de tal manera el ascenso o descenso de los pasajeros. En la puerta había un portero que lucía traje negro, camisa blanca, moñito y una levita como la de los novios, adornada con cordones militares y tal atuendo terminaba en un sombrero de copa. Nunca supimos porque había un micrófono de pie que el portero utilizaba para llamar a los taxis libres que hacían fila. Por cierto que cada vez que salíamos Cacho se paraba frente al micrófono y ante la atónita mirada del portero y de los transeúntes se le podía escuchar: “Sí, con seguridad” o " Presenta este pedido de taxi Peñaflor en el Deporte” o cualquiera de las frases publicitarias que él había popularizado”. Jamás un portero se opuso a liberarle el micrófono que Cacho acomodaba a su altura como en la primera época cuando a los 17 en el Chantecler –famoso cabaret de Paraná 440- arrancaba su carrera reemplazando al locutor oficial Jorge Loguarro- nada menos que Carlos Carella al convertirse luego en actor- y presentaba al maestro Juan D’Arienzo, el “Rey del compás”.

Qué lindo que era ese Cacho del Fontana Show – un clásico radial de las mañanas- quien también acompañó tantos años al Gordo Muñoz en el “Fútbol, pasión de multitudes” de Rivadavia, leyendo los avisos de los 12 anunciantes con la única condición agregada de que siempre – aún en los mundiales- hubiese un lugar para su padre, Don Antonio Palese. El hombre que le trasmitió su amor por River, por el tango y por Barracas, el barrio nunca olvidado. En ese viaje maravilloso fortaleció su relación con Tito Lectoure, el empresario del Luna Park con quien comenzó a tutearse 20 años después, cuando el eclipse crepuscular de la vida nos devolvía un hombre triste y evasivo.

Qué lindo ese Cacho del Fontana Show. Era el mismo que había trasmitido en el 70 la entrega del Nobel de Química al doctor Luis Federico Leloir y la presentación de Sandro en el Madison Square Garden; el comunicador a quien Perón le concedió 3 horas de dialogo en Madrid, si, por cierto, el de los 16 Martín Fierro, más el de Oro…

Nunca necesité preguntárselo pero sus amigos sabíamos sobre los tres hechos que lo avergonzaban hasta el martirio. Fontana junto a Pinky – las máximas estrellas de la comunicación- aceptaron conducir el acto popular y maratónico en apoyo de nuestros soldados en plena guerra de Malvinas al cual la multitud acudió donando algo de su peculio. Cacho, con el tiempo, creyó que ese acto más la aceptación como interventor de Canal 11 (hoy Telefé) en tiempos de la dictadura, lo dejaban indeleblemente vinculado a los militares. No era así, ni él ni Pinky tuvieron nada que ver con el destino espurio de aquellos fondos, pero él creía que el mundo solo miraba y pensaba en él. Había cuidado tanto la credibilidad de su imagen… Tal vez por ello el episodio vivido años después con Marcela Tiraboschi –notas, denuncias, escándalo – le resultó tan vergonzoso que nunca se lo perdonó.


Tito Lectoure fue su amigo incondicional. Lo ayudó desde que Cacho decidió “desaparecer” en 1990 hasta su muerte en el 2002. Fue generoso con él y con sus requerimientos que también incluyeron a los de la internación de su madre Doña Nieves, quien vivió casi hasta los 100 años. Qué amigo que era Tito… Una vez, en una de sus últimas internaciones me contó que por unos cuantos días Cacho no lo llamaba por teléfono, cosa que hacia todos los días. Fue a buscarlo a su departamento de la calle Florida al 900 y no lo halló. Nadie sabía dónde estaba Cacho y entonces Tito tocó a contactos del ministerio del Interior y de la Policía Federal para que por favor dieran con su paradero. En pocas horas Lectoure supo que Cacho estaba en el sur, creo que en el hotel Llao Llao de Bariloche, entre cuyos dueños de entonces se encontraba un habitúe del Luna Park. Este hombre, como tantos otros subió un sábado hasta la última fila del Pullman del Luna donde estaba la cabina en la cual Fontana locutaba en las transmisiones de boxeo que hacíamos con Osvaldo Caffarelli. Era solo para pedirle un autógrafo y manifestarle su admiración. Lo mismo ocurría en las canchas: había gente que se esforzaba por llegar hasta la cabina para ver a Cacho y a Muñoz juntos ya sea con Néstor Ibarra, Enrique Macaya Márquez o con Julio Ricardo, entre tantos notables comentaristas.

Una vez que Tito supo donde se hallaba clandestinamente Cacho, tomó el primer vuelo y lo fue a buscar. Se encontró con un hombre tirado en una cama, deprimido y con la intención de llamar a la muerte. Por cierto que se lo trajo para Buenos Aires y tanto él como el doctor Roberto Paladino y otros buenos amigos, le dedicamos un tiempo extra para que borre esa cruel idea de su cabeza. Fontana que ya padecía de algunos males de salud pero tenía la dignidad intacta, un día apareció por el Luna Park con la escritura de su único bien patrimonial: el departamento de la calle Florida; y le dijo a Lectoure: “Tito, cuando me muera vendelo, es tuyo y no sé si esto pagará todo lo que te debo…”.


Los años de esplendor se habían alejado de él. Era como si además los duendes inalterables de las risas contagiosas y hogareñas de Beba Vignola y Rina Moran nunca hubiesen existido. El Fontana Show fue un éxito radial incomparable, un programa de época que tenía todo. Información (Faustino García, un grande), los mejores humoristas, corresponsales en el país y en el exterior y en sus móviles a quienes serían celebridades de la prensa como Magdalena Ruiz Guiñazú o Enrique Llamas de Madariaga, entre otros.

Sí, los 16 Martín Fierro, los incomparables éxitos de Video Show, la Campana de Cristal, Odol Pregunta, las trasmisiones deportivas con Muñoz , los récord de audiencias de todo cuanto realizaba habían sido sepultados por la maratón pro ayuda a los combatientes de Malvinas y la foto con la Tiraboschi, convertidas en causas judiciales y escandalosas notas periodísticas. Los cuatro años del juicio que terminó absolviéndolo de todo, fueron un calvario.

No fue fácil convencerlo de que volviese en 1996 a radio Rivadavia para ser el locutor del fútbol como en los viejos tiempos. Acompañaría a Walter Saavedra y a Julio Ricardo, nuestro entrañable amigo, con un equipo de jóvenes brillantes que hoy son estrellas en diferentes medios. No hubo caso; había perdido el entusiasmo y la voluntad de volver a ser pues no le perdonaba el pasado al Cacho glamoroso. A aquel de los tantos errores que ciertas pastillas prolongaban en placenteras ausencias. Exactamente todo lo contrario al Fontana incansable que había sido, el de las 24 horas pensando en nuevas ideas. Era como que él quería conservar en un espacio abstracto al Fontana de ayer y que ningún Fontana de hoy habría de lograrlo. En ese ayer estaban los éxitos, la popularidad, el confort y los amores breves de Dorita Palma, su primera esposa, la madre de Nieves, su hija mayor, Beba Bidart, quien fue la que lo lanzó a las grandes ligas con sus contactos e influencias. Cuánto lo quiso Beba a Cacho. Una noche, en algún lugar, la orquesta hizo sonar el tango “Toda mi vida” de Jose María Contursi y Pichuco Troilo. Y mientras lo bailábamos Beba lo cantaba bajito, solo yo se lo escuchaba:

" No sé porque te perdí / Tampoco sé cuándo fue / Pero a tu lado dejé / Toda mi vida / Y hoy que estás lejos de mí / Y has conseguido olvidar / Soy un pasaje de tu vida, nada más…”. Al terminar, con los ojos húmedos, me dijo: “Esta letra dice lo que yo le digo a Cacho todos los días de mi vida…”

Tras el fallecimiento de Lectoure en el 2002 -tenía 66 años– Cacho pudo sobreponerse a su depresión gracias al amor de Lumila y Antonella, sus hijas gemelas . Más aún, alguna vez viajó a España para visitar a Antonella quien vive allí junto a su familia. Y Lumila fue aquí , en Buenos Aires, un baluarte fundamental pues Cacho atravesó delicados momentos de salud, especialmente cardíacos.


Pudo llegar dignamente al final de su vida porque Dios puso en su camino a un mecenas, a un señor que lo admiraba y justamente había construido un lugar confortable, amplio, distinguido, con atención médica a cargo de calificados especialistas y asistencia terapéutica personal durante las 24 horas. Un lugar único que se llama Inter Plaza y queda en la calle Cabrera. El dueño era Salvador Lijtenberg, un alma caritativa, un ángel que era fanático de Fontana y lo internó en esa moderna casa de salud adonde solo pueden ir quienes disponen de mucho dinero pues debe ser la más costosa de Buenos Aires. Y obviamente que Cacho debió cumplir con exigencias como poder salir solo un ratito y no todos los días, regresar no después de las 22, reportar siempre el lugar donde se hallaba y nunca salir solo; siempre debía hacerlo con un familiar o un amigo autorizado. A Cacho lo emocionaba ver a Julito Lagos y a otros dos infaltables: Julio Ricardo, un amigo insustituible que siempre estuvo y Rolo Villar, ese talentoso artista del humor quien amó a Cacho como oyente desde sus épocas de trabajador de la tierra en su pueblo de Los Pinos, partido de Balcarce. Fue escuchando el” Fontana Show” que Rolo abrazó la esperanza de llegar alguna vez a “hacer algo” en la radio. Y hoy que es una estrella, el mejor de todos, no olvidó a su paradigma; Rolo nunca dejó de visitarlo llevándole los diarios, su amistad y su diálogo hasta que alguien dijera “se acabaron las visitas”. Qué bello es tener amigos de esa talla. Y también Don Salvador, quien al morir hace un par de años, les ordenó a sus hijos que Cacho se quedaría allí gratis hasta el último día de su vida. Hecho que tristemente ocurrió.

Me quedaré con una imagen final: ocurrió en Copenhague en agosto de 1972. Monzón defendería su título frente al danés Tom Bogs. En el hotel Sheraton, Liliana y Cacho caminaban atravesando una distinguida galería comercial. Eran más de las 10 de la noche y al regresar al lobby, Roberto “Cara de Vaca” Aguilar -uno de los sparrings de Monzón - un medio pesado santafecino, de enormes manos y hosco por fuera se acercó respetuosamente hasta donde Liliana, bella y sonriente, tomaba de la mano a Cacho. Luego, pidiéndole permiso a éste le entregó una flor, una rosa roja y fresca. Fontana se puso de pie y emocionado le dijo: “Gracias pibe; usted ha tenido un gesto que jamás olvidaré porque esta mujer es la mujer de mi vida, es la mujer que me acompañará hasta la muerte….”.

Un día después del fallecimiento de Liliana, murió Cacho. Era cierto…

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