A LOS 77 Y CASI DESPUÉS DE 30 AÑOS DE ENAMORARSE PERDIDAMENTE DE ELLA, SE CASÓ CON EL AMOR DE SU VIDA, 22 AÑOS MENOR


Con su primera mujer, arquitecta como él y madre de sus cinco hijos, sintió que la quería, pero no era amor, amor. A los 50 años, conoció a Miriam, en ese entonces con 28. Se enamoraron pero ella estaba casada y él se había quedado “divorciado y en banda”. Volvió darle el sí a otra mujer que era celosa y le molestaban sus hijos. Hasta que un día, tuvo la libertad de apostar a su amor verdadero

Por Carolina Balbiani (Infobae)


El dueño de esta historia, a quien llamaré Esteban, tiene 77 años y hace exactamente 5 meses y 18 días que volvió a apostar al amor y dijo “Sí, quiero”.

Fue él mismo, adicto a nuestra sección Amores Reales en Infobae, quien ofreció contarla. Pidió hacerlo sin nombres ni fotos: no quiere ser reconocido ni herir a nadie. Busca, por el contrario, dar un mensaje positivo a quienes puedan estar pensando en dar un paso semejante… sin importar la edad.

Ahora, el micrófono es de Esteban.



Un primer casamiento


“Nací en el ´45, en Buenos Aires, unos meses antes de que cayera la bomba atómica en el planeta. Fui el menor de cuatro varones. Cuando tenía unos 7 años, en el ́ 52, nos tuvimos que ir del país. El motivo fue la persecución a mi padre por internas políticas. Él temía que lo metieran preso porque ni él ni mi madre, que eran profesores, aceptaron afiliarse al partido peronista y se habían negado a hacer el luto obligatorio por Evita. Nos fuimos en un barco de carga y terminamos en Nicaragua. Nos pasamos ahí unos años en medio del campo, cuidando cinco vacas y vendiendo agua. Volvimos después de la Revolución Libertadora en el ‘55. Retomamos nuestra vida y a los 18 entré a la facultad. Como siempre me gustó el diseño pensé en seguir arquitectura y me anoté. Ya entonces era un romántico que soñaba con terminar el hambre del mundo”, resume sobre su infancia y adolescencia.

El amor llegó en 1966, a los 21 años.

“Yo era medio nabo, me pasaba todo el día estudiando y con las maquetas. No salía, ni iba a bailes, ni nada. En la facultad de arquitectura conocí a Lili, una compañera tan estudiosa y aplicada como yo que era de Neuquén. Enseguida nos pusimos de novios e hicimos toda la carrera juntos. Nos recibimos y apenas tuvimos trabajo, en 1972, nos casamos por civil y por iglesia. Nos empezó a ir muy bien, el progreso fue inmediato. Teníamos un matrimonio normal y feliz en el que tuvimos cinco hijos”, relata.


Cuando interrumpo y le pregunto si se casó enamorado, Esteban duda. Da vueltas y reconoce que se querían, pero que amor, amor, amor… en ese momento no tenía idea de lo que era.

Fue en 1988 que sucedió algo que cambió la tranquilidad de la pareja. Un cliente del estudio de arquitectura que tenían montado en su propia casa, empezó a coquetear con Lili. A Esteban le llevó un tiempo darse cuenta que ella le correspondía.

No se animó a confrontarla. Empezó a seguirla para intentar descubrir qué pasaba, con tanta suerte que los vio juntos conversando a unas cuadras de su casa. Tampoco esta vez se atrevió a decirle nada. Después de todo, no había visto más que dos personas hablando. Pero Esteban tenía olfato y olía algo.

“Este tipo llamaba a horas en que yo no estaba y empezó a caer a mi casa sin avisar”, reconoce.


Fue entonces que Esteban, sin decir ni pío, sintió que estaba deprimido. Una noche intentó hablar con Lili, pero ella negó cualquier problema. Esteban empezó a pensar que quería morirse. No era amor lo que sentía, era apego a la vida que había creado con ella, a sus hijos, a su casa… ¿qué sería si todo terminaba y se divorciaban? Mejor le parecía terminar con su vida.


De querer morir a conocer el amor


Había empezado un peligroso descalabro mental. Esteban tenía ideas horribles. Pensaba en ir a una estación de subte para tirarse debajo de los vagones. O tomar suficientes pastillas y dormir para siempre. O agarrar el auto y apretar el acelerador a 150 kilómetros por hora para estamparse contra un poste de luz. Un día algo hizo clic en su cabeza y se asustó de sí mismo. Se preguntó: “¿Y los chicos qué van a hacer cuando me vean muerto? ¿Tengo derecho a hacer algo así?”. No podía hacerlos sufrir de esa manera. Reflexionó y decidió empezar terapia con un psicólogo. A su terapia personal siguió una larga terapia de pareja y culminaron con terapia de familia.

“La verdad es que yo no estaba enamorado, pero había apostado todo a la familia y había hecho mucho esfuerzo. Teníamos salud y éxito económico. Pero sentía que todo se iba al demonio igual. Lili nunca me reconoció haber tenido un romance, pero yo tampoco se lo pregunté directamente. No escarbé, creo que tenía miedo de escuchar. Pasamos así varios años más…”, prosigue su relato.

En ese mientras tanto, Esteban, un día sintió que estaba recuperado. Con la autoestima alta, aunque todavía casado, se enamoró perdidamente de una joven ayudante del estudio de arquitectura donde ya eran varios socios. Era el año 1995. Esteban tenía 50 y Miriam 28. Le llevaba 22 años, pero eso no lo desanimó.

“Ahí supe lo que era el amor. El verdadero amor. Me perdió… Ella estaba casada, pero se llevaba muy mal con su marido. Nos hicimos, primero, muy amigos. Luego, vino el amor platónico, no resuelto. Yo estaba muerto por ella. Finalmente, fuimos amantes. Le pagué terapia para ver si Miriam podía resolver su situación y separarse. Pero decía que no podía, que el marido la amenazaba con suicidarse o hacerle algo a ella o a mí… Yo por mi parte sí avancé y le conté a mi mujer que me estaba enamorando de otra persona. Sufrió, pero bueno como pasa con todo, cuando ves que vas a perder lo que tenías, lo empezás a valorar. En 1998, finalmente, me divorcié”.


Esteban dejó la casa familiar y se fue a vivir con su padre que había quedado viudo: “Alquilé un departamento para que Miriam pudiese dar el paso, como había hecho yo, pero no pudo hacerlo. Tenía a su hijo y al esposo… con el que seguía teniendo una pésima relación. En 1999 Miriam puso fin a nuestra relación. Quedé tristísimo, divorciado y en banda. La única certeza que tenía es que ella era el amor de mi vida”.


El ballotage


Esteban empezó unos cursos de pintura como terapia. Quería distraerse. Fue durante el año 2000 que en uno de esos talleres se cruzó con la bella Ciara, una mujer de 38 años. Era profesora de dibujo, había vivido en Italia cinco años y estaba soltera.

La soledad es mala compañera y peor consejera… Ciara enseguida se mostró muy interesada por él y Esteban cayó con facilidad en la red del noviazgo formal. Después de cuatro años de novios, de haberse presentado las respectivas familias y de haber disfrutado de algunos viajes, se casaron legalmente y celebraron con una fiesta para cien invitados.

Ella no tenía hijos ni quería tenerlos. Pero el problema era que tampoco se bancaba los de él.

Comenzó una convivencia un poco tortuosa.

“La verdad es que si miro hacia atrás veo que Ciara era insoportable. Egocéntrica, maniática, nunca pensaba en el otro. ¡Por algo no había querido tener hijos! Yo, que soy super tranquilo, me la fumaba. Pero veía cómo era con mis hijos y me dolía”, admite Esteban.

En esos años Lili, su primera mujer, murió de un infarto. Por suerte habían podido previamente hablar y perdonarse muchas cosas. Esa parte de su vida estaba en paz. Pero Esteban extrañaba en silencio a Miriam, el amor de su vida.

“Ciara era celosa hasta morir. No podía tolerar compartirme ni con mis hijos, ni con mis primeros nietos, ni con mis amigos. Los celos fueron creciendo año a año. Yo jamás le metí los cuernos. Las pocas veces que hablé con Miriam fue por algún amigo en común o porque me la crucé en la calle. Pero, un día del año 2015, Ciara encontró una vieja agenda mía. ¡Era del año 2000! La leyó y vió todo lo que yo había escrito de mi amor por Miriam. Le dio un ataque y sin que yo supiera se las ingenió para conseguir el teléfono y la dirección de ella… Empezó a acosarla con mensajes desatinados”, recuerda. “Ciara estaba tan loca por los celos que le propuse que hiciera terapia. De hecho, yo mismo la empecé a llevar”.

Cuando terminaba con sus ataques, Ciara se arrepentía y le contaba a Esteban todas las locuras que había hecho por celos. En esas confesiones le dio hasta el teléfono y la dirección de Miriam y le contó, incluso, que ella se había divorciado. Error. Todo esto no hizo más que incentivar la curiosidad de Esteban y acicatear su amor dormido por Miriam.


Mientras tanto, Ciara deambuló por siete psicólogos y tres psiquiatras: “Nadie pudo con ella, estaba convencida de que yo tenía una doble vida. Me seguía, revisaba el google maps de mi teléfono… Fue horrible. Un día estaba tan loca persiguiéndome con su auto que me pasó en la ruta. Yo la vi pasar y la llamé. Le dije que que frenara, que conversáramos. Era extremadamente posesiva. Con todo esto, estaba desbordado. A un amigo que tenía en común con Miriam lo llamé para preguntarle por ella y por su divorcio. Me enteré que la estaba pasando muy mal económicamente. Conseguí su número de cuenta y empecé a depositarle algo de plata. Un día la encontré por el barrio y ella me hizo saber que no quería que hiciera eso más, que no correspondía, etcétera. Yo no le hice caso. Se había divorciado mal, vivía con su hijo y no tenía un peso. No podía soportarlo, quería ayudarla”.


Buscar la tercera vuelta


Fue un día de febrero de 2019 que Esteban llegó a su casa y encontró a Ciara desencajada: “Estamos enfermándonos, nos hacemos mucho mal. Es mejor que nos separemos”. Ni lento ni perezoso Esteban escribió en un papel: “Me divorcio por propia voluntad” y le dijo: “Firmalo”. Ciara lo hizo.

“Como no tenía adonde irme le pedí que me diera un mes y medio para resolverlo. Mi pequeño estudio donde trabajaba en ese momento tenía 34 metros. Metí albañiles y la oficina terminó siendo mi depto monoambiente. Mientras, seguí durmiendo con ella con un poco de temor, pero todo marchó bien”, resume.

“Le dejé la casa y me fui. Me mudé a ese mini departamento del barrio de Belgrano el 18 de junio del 2019. Desde ese mismo día de divorciado empecé a llamar a Miriam al celular que me había pasado la misma Ciara. Pero ni ese día ni los siguientes Miriam respondió. Preocupado, llamé a nuestro amigo común. Me dijo que me olvidara de soñar con salir con Miriam, que ella estaba retirada, que no quería ninguna relación, que se la veía medio depre… En resumen, que ella había bajado la cortina y que solo quería cuidar de su hijo. Pero yo no pensaba dejarme vencer. Tenía 74 años y era libre para vivir el amor de mi vida. Había que ver qué pensaba ella. Lo bueno era que no había ningún candidato a la vista. Ella, con 52 años, también estaba libre”.


Apostar a vivir

Esteban pensó una estrategia. Sabía por tanta terapia y todo lo que había leído que lo que ella podía estar experimentando era filofobia, miedo a amar. Se propuso demostrarle que él iba a estar ahí, que podía confiar. Miriam trabajaba en el área de recursos humanos de una empresa y entraba muy temprano. Esteban empezó a ir a su casa para esperar que saliera a tomar el colectivo a las ocho de la mañana. Los primeros tres días ella se negó una y otra vez a ir con él. Le decía que estaba apurada y seguía viaje hacia la parada. Esteban no se ofendió. Siguió yendo.

“Soy perseverante. Cada día avanzaba algo. Un día me bajé y le dije te acompaño a la parada, solo quiero que charlemos. Al otro día lo mismo, pero le avisé que había dejado el auto en marcha con la llave puesta y que me lo podían robar. Era una mentira piadosa, pero ella finalmente accedió y se subió al auto. Así empezó otra etapa que duró una semana más. Yo la llevaba a su trabajo muy despacio para que el tiempo me durara. Ella me decía que me quería mucho, pero que ya había sufrido demasiado, que el marido la había engañado y que no quería nada más”.


Fue en el día 44, los tiene contados, que Miriam aflojó y, al despedirse, le dio un abrazo. Esteban se emocionó, había logrado quebrar la coraza.

“Dice el doctor Daniel Lopez Rosetti algo así como que el corazón decide y la razón justifica. Agregaría que el corazón no se equivoca… ¡Yo estaba feliz porque le había salido abrazarme! Al día siguiente, la invité a almorzar en casa. Ella dudó, pero finalmente vino. Estaba nerviosa, temía que yo la avanzara sexualmente. Pero fui prudente y le dije que no iba a hacer nada que ella no quisiera. No hubo ni un beso. Almorzamos lo que yo había cocinado, un lomo al champignon y después la llevé a su casa. A los pocos días la invité a un restaurante a cenar… Esa noche sí hubo pasión y comenzó el noviazgo. Cuando se decretó la pandemia, ella siguió trabajando en forma presencial. La seguí llevando y trayendo. Nada de vivir juntos porque ella vive con su hija de 28 años que se acaba de recibir de abogada. Finalmente, un día me animé y le propuse casarnos por civil. Lo hicimos hace poco más de cinco meses. Festejamos con familiares y amigos, unos 30. Nos tiraron arroz y nos fuimos de luna de miel a México.


Miriam sigue viviendo hoy en su casa con su hija y yo solo en la mía, pero somos muy felices. Y, por supuesto, la sigo llevando a su trabajo. Si la hija un día se va a vivir sola, veremos cómo seguimos. Esta es una alternativa distinta, pero donde la rutina no interfiere con nada. Tenemos una gran diferencia de edad, pero eso no quiere decir nada. Miriam es una bellísima persona, tolerante y compañera. Sigo enamorado de ella como me sucedió hace 27 años. Me considero un afortunado por haber podido concretar mi gran amor. Creo que nuestra historia tiene un muy lindo mensaje y un final feliz. El agua estancada se pudre, siempre hay que apostar a la vida y pensar que lo que viene puede ser mejor. Para terminar, me gustaría dejar como consejo una frase que leí alguna vez y uso de cabecera: Hay que morir viviendo, no vivir muriendo”.

* Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad. Las fotos son ilustrativas.

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