EL DÍA QUE MENEM CONOCIÓ A LA REINA: POCO PROTOCOLO, UN PONCHO DE VICUÑA Y LA CHARLA QUE PUDO EMPAÑAR EL VIAJE
A Carlos Menem, Londres lo recibió el 27 de octubre de 1998 con frío, nubes y el saludo, en el aeropuerto de Heathrow, de Lord Saint John of Bletsoe en nombre de la reina Isabel II. No era el primer presidente argentino que visitaba a Su Majestad, pero sí el primero que lo hacía después de la guerra de Malvinas. El riojano había restablecido las relaciones diplomáticas en 1990, cuando Domingo Cavallo era canciller, y se había reunido con el premier John Major en el marco del 50 aniversario de las Naciones Unidas en 1995, dos hechos que asfaltaron el camino hacia el viaje que iniciaba.
Alberto Pierri, presidente de la Cámara de Diputados durante 11 períodos legislativos fue parte de la comitiva y de una anécdota muy recordada durante el almuerzo con la reina Isabel II. Pero además, según le cuenta a Infobae, protagonizó un viaje anterior para -dice- “hacer rosca política”. Pierri recuerda que lo hizo junto a “Eduardo Menem, su esposa, el senador Julio Amoedo y mi mujer, Olga Gargiulo. En Londres nos alojamos en la que era la residencia de la embajada argentina, que todavía manejaba Brasil y tenía su bandera en la entrada. Menem no quería que Cancillería actuara en esa primera parte de la preparación de su visita, así que nos entrevistamos con todo el arco político y concertamos los acuerdos para el viaje del 98″.
A Pierri todavía le dura el asombro de la llegada a Londres junto a Menem: “La gente acá no terminó de conocer todo lo que sucedió, no fluía tanto la información. Me quedé sorprendido, porque desde el aeropuerto hasta el centro de Londres, la gente salía de las casas y los negocios a la calle y aplaudía a la caravana. Yo viajé a muchos países y nunca viví algo así”. Entre otros, fueron de la partida el canciller Guido Di Tella, el ministro del Interior Carlos Corach, el de defensa Jorge Domínguez, el senador Eduardo Menem, el secretario general de la Presidencia Alberto Kohan y el general Martín Balza, jefe del Ejército. A todos los recibió el embajador Rogelio Pfirter.
Y relata tres hechos poco conocidos. El primero, dice, fue clave para el éxito de la misión. Y tiene que ver con la presencia de la UCR, el principal partido opositor, en la antesala del viaje de 1998. “El radicalismo, que empezó siendo muy opositor a la política de Menem sobre Malvinas, hacia el final del mandato la comenzó a aceptar. Por lo menos, así lo hizo el sector que más se identificaba con Raúl Alfonsin. A tal punto que, un año antes de morir, (el canciller Dante) Caputo lo escribió formalmente en el diario La Nación, diciendo que Di Tella había tenido razón. Con ese espíritu de cooperación, raro en Argentina, invitamos a la UCR a que designara a una persona para que nos acompañe a (el canciller Guido) Di Tella y a mi, unos meses antes, pero también en el 98, para arreglar la visita como un símbolo de superación de la guerra. Los radicales estuvieron muy cooperativos, igual que cuando firmamos el acuerdo de límites con Chile. Por ellos viajó Raúl Alconada Sempé. Eso fue muy bien visto en Gran Bretaña”.
El tercer recuerdo remite directamente al viaje en sí. Y refiere a cómo se destrabó, según él, el tema más urticante que debía surfear la comitiva: las Malvinas. El pedido de Gran Bretaña era que no hubiera mención al asunto, pero por supuesto, no hablar absolutamente nada del reclamo de soberanía que Argentina venía sosteniendo desde 1833 habría sido inexplicable frente a la opinión pública de nuestro país. A esta situación, cuenta Cisneros, la manejó con destreza el canciller Di Tella. Una vez en Londres, en una de las reuniones bilaterales, se adelantó y le habló de Malvinas al canciller británico Robin Cook. Éste, sorprendido, le preguntó:
-¿Por qué insisten tanto en que les devolvamos las Malvinas?
Cisneros dice que la respuesta de Di Tella descongeló la charla: “Lo miró y le dijo ‘to please us’, es decir, ‘para dejarnos contentos’, como diciendo que eso es lo que hacen los amigos. Todos se rieron y así se sorteó una situación que podía tensar los encuentros bilaterales”.
La Reina y su esposo Felipe, el Duque de Edimburgo, aguardaron a Menem y Zulemita, parados detrás de un vidrio, durante 20 minutos. Menem, de traje oscuro y corbata amarilla, bajó de la limusina Cadillac que los trasladó desde el hotel Claridge, donde se alojaron. Entonces, la monarca, vestida de rojo y con zapatos negros, se adelantó. El primer saludo el expresidente fue con la reina. Hizo una leve inclinación antes de darle la mano, algo que el protocolo no preveía. Luego, el príncipe Felipe llevó a Menem a pasar revista a los fusileros formados en el patio de piedras.
Zulemita Menem sintetiza el encuentro: “Era la primera vez que un mandatario argentino pisaba suelo inglés después de la guerra con Malvinas en el 82. Fue muy emotiva la visita. Llegamos y papá se fue a pasar lista de la Guardia Real con el Duque de Edimburgo. Y mientras tanto, la reina y yo esperábamos en las escalinatas a que terminen. Cuando volvieron se entonó el Himno Nacional Argentino, fue muy emotivo. La verdad que como hija sentí un gran orgullo de papá, porque esa visita fue un gran logro suyo. Papá tenía una forma de ser que era muy de él, una naturalidad, una manera especial de comunicarse con todas las personalidades. Su carisma era enorme, como todos saben. Todo ese viaje fue un gran logro de su política de seducción. Fue un gran paso para la Argentina esas relaciones con el Reino Unido.
Luego de la presentación ingresaron al Salón 1884, que se llama así porque fue utilizado para una ceremonia por el zar Nicolás II, primo hermano del rey Jorge V de Inglaterra. El almuerzo consistió en una entrada de croquetas de langosta con salsa Newburg; el plato principal fue bife con zanahorias y papas Dauphine y, de postre, naranjas en almíbar. Para beber pudieron escoger entre vinos franceses, como un pinot noire Morey-St.-Denis de 1988 o un chardonnay Chassagne-Montrachet de 1995.
El protocolo indicaba que debían hablar, durante el transcurso de cada plato con quien tenían a su derecha, y luego con la persona que tenían a su izquierda, sucesivamente. Se sabe que, en las comidas que brinda la realeza británica, el ritmo lo imprime la soberana: cuando ella termina una etapa del menú, todos deben finalizar. Por su parte, Menem y la reina -que tenía del otro lado a Eduardo Menem- hablaron principalmente de un tema que apasionaba a Isabel: los caballos. Pero la monarca se hizo tiempo para endulzar los oídos del riojano con una frase: “Cada vez que me hablan de la Argentina mencionan lo bien que conduce usted la economía”.
Pierri concede que “seguramente fue cierto” lo que se dijo luego, que el canciller Di Tella, desesperado y pálido, se acercó y le señaló -demasiado tarde- “espero que no hayas hablado del tema Malvinas”. El canciller, por su parte, al conversar con Isabel, le confió que tenía “una nuera inglesa”. El humor británico de la monarca salió a relucir: “Todos deberían tener una nuera inglesa”, le respondió.
A esa altura, con todos más distendidos, muchos se animaron a charlar casi despreocupadamente con Isabel. Carlos Menem le contó que regresaría varias veces más a Inglaterra porque iba a “vivir mucho”, ya que sus padres eran longevos y habían llegado “hasta los 100 años”; la reina respondió que ella también: “mi mamá tiene 98 años”. Eduardo Menem, entonces, bromeó sobre su edad: “Mire que soy ocho años más joven que mi hermano”. Y el presidente aprovechó el momento para invitar a la Reina a nuestro país luego de decir “yo entiendo el pasado, pero miro al futuro”. Isabel no vino, pero al año siguiente envió al príncipe Carlos, hoy rey.
Antes de terminar el encuentro, Menem fue condecorado como Caballero de la Gran Cruz de la Orden de San Miguel y San Jorge e intercambiaron regalos. En principio, Menem había llevado una caja de plata repujada y un cuadro con caballos -obra de Eleonor Von Endelberg- para la Reina, y un poncho de vicuña para el Duque de Edimburgo. Pero sucedió que Isabel le hizo una pregunta sobre el poncho, y el riojano no dudó: rompiendo el protocolo, se lo colocó en los hombros. Zulemita se acuerda bien: “No es que mi papá fue y se lo puso así de sopetón, sino que ella le le preguntó a mi papá cómo se usaba, entonces él le dijo que estaba hecho con lana de un animal en extinción y que era el único abrigo que usaba”. Por parte de la soberana, el regalo fue un retrato de la pareja real, que Menem prometió colocar en un lugar importante de su casa, así tenían una excusa para viajar a la Argentina y comprobar que había cumplido.
Poco antes de las tres de la tarde, la comitiva argentina regresó al hotel Claridge. Estaban eufóricos.
Genio y figura, Menem no podía regresar a la Argentina sin ejercitar una de sus pasiones, el golf. Y lo hizo a lo grande, en la cuna de ese deporte, los links de Saint Andrew’s en Escocia. (Fuente: Infobae).
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