DEJÓ DOS CARTAS, HIZO UN LLAMADO Y SE SUICIDÓ: LA SONRISA DE UN ADOLESCENTE Y EL PELIGRO QUE NADIE VIO
Por Gisele Sousa Dias (Infobae)
Era verano y hacía pocos meses que a María del Carmen le habían detectado una enfermedad. En ese entonces era una joven contadora, 48 años tenía, y le habían recomendado no manejar así que durante el tratamiento su marido y Facundo, su hijo del medio, habían empezado a turnarse para llevarla y traerla al trabajo, de Villa Adelina a Belgrano, de Belgrano a Villa Adelina.
“Viste que por lo general los adolescentes se encierran en sus piezas con el celular o la compu y chau, estamos todos en la misma casa, sí, pero cada uno en lo suyo...”, introduce María Del Carmen Schwindt mientras conversa con Infobae. “Bueno, ahora pienso que gracias a mi enfermedad pasé muchas tardes con Facundo de ese último verano, de ese último mes de su vida en realidad”.
“Viste que por lo general los adolescentes se encierran en sus piezas con el celular o la compu y chau, estamos todos en la misma casa, sí, pero cada uno en lo suyo...”, introduce María Del Carmen Schwindt mientras conversa con Infobae. “Bueno, ahora pienso que gracias a mi enfermedad pasé muchas tardes con Facundo de ese último verano, de ese último mes de su vida en realidad”.
“Paramos en un semáforo. Hacía calor, él iba con la ventanilla totalmente abierta, y se acercó un muchacho vendiendo flores. Yo le dije ‘Facu, cerrá, te pueden manotear’. Él ya había agarrado la billetera y me contestó: ‘Mami, ¿por qué pensás que todos los pobres son chorros?’”.
La madre no supo qué responder y el hijo volvió a decir: “Lo que pasa es que vos estás acostumbrada a ir siempre para adelante, nunca te parás a mirar hacia los costados”.
“Yo lo oí -recuerda ella ahora- pero creo que no lo escuché”.
Una familia
María del Carmen (51) y Francisco (53), su marido, se pusieron de novios en la adolescencia y están juntos desde entonces. Ella fue siempre contadora, él trabaja desde hace 30 años en una empresa de pintura.
“Nos casamos, tuvimos tres hermosos hijos varones, una familia común y corriente”, describe. “Con mucho esfuerzo” entonces, mandaron a los tres a un colegio privado alemán de Villa Adelina.
La habían operado en enero, había empezado quimioterapia y ese lunes 18 de febrero ella y su marido, dispuestos a pelearle a la enfermedad con lo que fuera, habían partido rumbo a Entre Ríos para visitar a una curandera.
Fue una conversación más, al menos en apariencia. Él, que le preguntó a su mamá si podían traerle de Entre Ríos un regalo para su mejor amiga, que cumplía años; su mamá, que le contestó ‘¿qué le vamos a traer, Facu, un queso, un chorizo? Andá a Unicenter, hijo’”.
“Cortamos. Una hora y cinco minutos después llamó mi hijo menor, que en ese momento tenía 14 años, para decirnos lo que había pasado”, cuenta María del Carmen y hace, primero silencio, y después “no” con la cabeza. No hace falta que diga más nada porque su cuerpo dice el resto: “¿Cómo?”, “no”, “¿qué?”.
También sabe que es un error resumir la causa en un solo factor -por ejemplo “se mató por una pena de amor”- porque, aunque pueda haber un detonante, las causas del suicidio son más complejas.
Algunas, advierte el informe de UNICEF llamado “El suicidio en la adolescencia, la situación en Argentina”, son la ausencia de personas o instituciones significativas capaces de contener, las dificultades para cumplir con los estándares sociales aceptados (tal orientación sexual o tal tipo de cuerpo), un padecimiento mental no atendido, un abuso sexual.
La Policía les pidió que se fijaran si había dejado alguna carta. “Y había dejado dos”, sigue, y sólo elige revelar los detalles que hacen a la cuestión. En la primera Facundo pedía perdón por lo que iba a hacer y les pedía que donaran sus órganos, algo que la situación no permitió.
Después
Hay algo cultural en lo que dice María del Carmen asociado a esto de que “los varones no hablan”, “los varones son fuertes”, “los varones no lloran”. Lo sostiene ella y lo avala el informe de UNICEF.
El suicidio, dice el relevamiento de 2019, es la segunda causa de muerte en chicas y chicos de entre 10 y 19 años (entre los 15 y los 19 la mortalidad es todavía más elevada). La mayor cantidad de muertes, efectivamente, se producen en los varones: es tres veces mayor a la tasa de muerte de las chicas.
En el grupo de padres de Empesares, una ONG que ofrece apoyo para personas que sufrieron el suicidio de alguien amado, María del Carmen lo ve con lupa: “El 90% son madres y padres de varones. Salvo algún caso puntual, ninguno vio señales de alarma”.
Hubo, por supuesto, un quiebre, no sólo para ella: “Después de lo de Facu muchas madres me dijeron ‘tuvo que pasarle a ustedes para que el resto de los papás abriéramos los ojos. Ustedes son una familia común y corriente, nos dimos cuenta de que puede pasarle a cualquiera’”, cuenta.
¿Por ejemplo? Enseñarles a los varones a que sus emociones son válidas, que los varones sí lloran.
¿Por ejemplo? La nueva línea telefónica para urgencias en Salud Mental que anunció el viernes el Ministerio de Salud de la Nación, algo que venía pidiendo, entre muchas otras, la mamá de Chano Charpentier.
Cuatro meses después de la muerte de Facundo, a María del Carmen le hicieron el trasplante de médula ósea que habían tenido que suspender antes. “En ese momento yo quería abandonar todo. No aguantaba el dolor, llegué a pensar que me quería ir con mi hijo. El principio es así”.
Con el correr de los meses, María del Carmen volvió a mirar atrás, escena por escena, tal vez buscando respuestas. Y fue en ese viaje al pasado que se agarró de un hilo.
Pensó en la sonrisa de Facundo y recordó las veces que su hijo había viajado con el colegio a llevar donaciones para chicos de Santiago del Estero y de Catamarca.
“Mami, ¿por qué pensás que todos los pobres son chorros?” y “vos estás acostumbrada a ir siempre para adelante, nunca te parás a mirar hacia los costados”.
Fue así, tratando de ir tras los pasos de su hijo, que viajaron en familia a conocer las dos escuelas en las que Facundo había estado, primero a Catamarca, después a Santiago del Estero. De paso, les llevaron a los chicos cajas navideñas que habían armado con los padres y amigos del colegio de Facundo: la forma más real que María del Carmen encontró de aprender a mirar hacia los costados.
“Es lo que él quería hacer, no pudo, por eso lo estamos haciendo nosotros en su nombre”, se despide su mamá. Fueron años duros, muy duros, pero de transformación, porque María del Carmen empezó a dejar de lado su profesión de contadora -“en donde lo único que le daba a los demás eran cosas para pagar”- para estudiar coaching y empezar a darle a los demás otra cosa.
¿Qué? Ir a los colegios, contar la historia de su familia, sacar el suicidio adolescente del tabú, hablar de Salud Mental, salir a pedir políticas públicas para prevenirlo. Dar espacio, dejar de hacer cosas y sentarse a hablar con los adolescentes, ver dónde hay falta de esperanza, tratar de que no le pase a otro, tratar de seguir.