EL DÍA QUE QUISIERON MATAR A ALFONSÍN: LA FALLA EN EL REVÓLVER QUE SALVÓ LA VIDA DEL EXPRESIDENTE
Por Eduardo Anguita y Daniel Cecchini (Infobae)
Hacía mucho calor en San Nicolás la noche del sábado 23 de febrero de 1991, pero eso no le hizo perder los reflejos al oficial de la Policía Federal Daniel Tardivo, custodio de Raúl Alfonsín, que acompañaba al expresidente que le hablaba a la multitud desde el palco montado para el acto de campaña.
Cuando escuchó el disparo se le fue encima, lo tiró al piso y lo cubrió con su cuerpo. El entrenamiento de tantos años funcionó como un relojito, mientras abajo otro custodio, Ricardo Raúl Róvere, se le iba encima al autor del disparo, que fue rápidamente reducido.
Pasado el momento de confusión –y a pesar de la conmoción que había causado el atentado– Raúl Alfonsín se acomodó las ropas, tomó el micrófono y siguió hablándole al público que lo vitoreaba.
Un acto de campaña
Raúl Alfonsín sabía que la Unión Cívica Radical tenía que recuperar terreno después de la entrega anticipada del poder tras las elecciones del 14 de mayo de 1989.
La inflación minorista de ese mes había llegado al 70%. El 13 de junio, tras puebladas y asaltos a supermercados, con 62 años y cinco años y medio en la Casa Rosada, el líder de Renovación y Cambio anunciaba la entrega anticipada del mando.
Días después, el 8 de julio, Carlos Saúl Menem asumió el Poder Ejecutivo.
Pasados algo más de 20 meses, y con las elecciones legislativas en la mira, Alfonsín salió de campaña. Una vez más a recorrer pueblos, como lo hacía desde hacía tres décadas.
El viernes 22 de febrero fue el turno de San Pedro, a menos de 200 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Hacía calor y la voz del ex presidente seguía despertando el fuego de los corazones de sus seguidores.
Al día siguiente, acompañado por una numerosa comitiva, Alfonsín recorrió los menos de 100 kilómetros que separan San Pedro de San Nicolás. Aunque el sábado 23 parecía distendido para el acto planeado en la esquina de Mitre y Urquiza, la noche sería mucho más complicada de lo esperado.
Desocupación y desequilibrio
Ismael Darío Abdalá había comprado un revolver 32 largo un par de meses antes sin saber siquiera que Alfonsín iría a su pueblo en febrero. Tenía 29 años, había revistado un tiempo en Gendarmería Nacional y luego ingresó a la empresa estatal Somisa, la fábrica de acero más importante de la Argentina, la que hasta hacía poco tiempo atrás había dado empleo a 15.000 personas y que era blanco de las críticas de los sectores que planteaban que era deficitaria y que debía pasar a manos privadas.
Menem, a poco de asumir, instruyó para que se redujera la planta de empleados. En pocos meses más de cinco mil trabajadores fueron despedidos y muchos talleres proveedores de Somisa también comenzaron a sufrir las consecuencias del achicamiento.
-Yo estoy a cargo de la logística.
Acostumbrados quizás a cruzarse con personas que se autoasignan funciones, solo mereció una sonrisa para quienes sí debían preparar el sonido y seguir con los autos que, con altoparlantes, invitaban para la calurosa nochecita de aquel sábado.
La plaza estaba colmada. Los organizadores cifraron en unos cinco mil los asistentes en una ciudad que por entonces tendría unos cien mil habitantes.
Atentados y un custodio alerta
Abdalá logró acercarse al palco.
-Debía estar a unos cuatro o cinco metros -recordó el periodista Javier Tisera, que cubría el acto para el diario nicoleño El Norte.
Como Alfonsín ya había empezado a hablar, casi todas las miradas se dirigían al ex presidente. No era el caso del custodio Daniel Tardivo, que tenía los ojos puestos en la multitud, como indicaba su entrenamiento.
Tardivo había recibido una formación especial. Cuidar un presidente que había sido perseguido por la dictadura militar tenía sus bemoles. Y esos bemoles no sólo se expresaban en las permanentes amenazas y operaciones de agentes y ex agentes de Inteligencia, sino también en un par de atentados concretos sufridos por Alfonsín, uno mientras era presidente y otro poco después de haber abandonado la Casa Rosada.
Esa mañana, Alfonsín tenía prevista una visita protocolar al Comando del Tercer Cuerpo de Ejército, en Córdoba. A las 10.30, poco antes de la llegada del presidente, dos policías descubrieron un cable negro que asomaba de una alcantarilla, a pocos metros de donde Alfonsín dispararía un cañón como parte de la ceremonia.
El cable llevaba a una bala de mortero calibre 120 mm, semienterrada, con 2,5 kilos de dinamita adosados a dos panes de trotyl de 450 gramos cada uno. El artefacto fue desactivado.
El segundo se había registrado a principios de octubre de 1989, cuando Alfonsín ya le había traspasado la banda presidencial a Carlos Menem. Una bomba de gran poder estalló en el edificio de Ayacucho al 100 en el que vivía provisoriamente y destruyó varios ambientes. De pura casualidad, no había nadie en el lugar. Nunca se identificó a los responsables.
Un disparo en San Nicolás
Abdalá sacó su revólver, disparó, y la detonación tapó la voz de Alfonsín. Con el índice de su mano derecha, el muchacho apretó el gatillo, el percutor accionó sobre la munición y, sin embargo, el tambor no giró. La bala, esa noche, se quedó sin ir al blanco.
Pese a que los revólveres suelen ser más seguros que las pistolas a la hora de disparar, la bala no salió. Abdalá se quedó perplejo con su arma en la mano al tiempo que Daniel Tardivo, en un acto reflejo, puso a Alfonsín en el suelo del improvisado palco y lo cubrió con su cuerpo. La primera misión del guardaespaldas es evitar que las balas le lleguen a quien debe proteger.
En medio de la confusión se creyó que Gómez –con su arma en alto– no intentaba impedir que Abdalá disparara otra vez sino que era su cómplice en el atentado. Fue acusado de intento de homicidio pero al poco tiempo el juez lo liberó de culpa y cargo.
La mirada de un periodista
-El Turquito (Abdalá) tenía mi misma edad, 29 años. En San Nicolás uno conoce a casi todos. Era un muchacho con trastornos severos. Lo tuvieron como cinco minutos en el piso hasta que los policías se lo llevaron -recordó el periodista Javier Tisera.
Tisera, por entonces, habló con la madre de Abdalá, quien le dijo que ella sabía de la compra del revólver y que la preocupaba la posibilidad de que su hijo la usara contra sí mismo.
-La ciudad estaba caldeada, el clima que se vivía con Somisa angustiaba a mucha gente. Abdalá no diferenciaba a quiénes estaban involucrados en la privatización y quiénes no.
Cuánto pudo influir el malestar social nicoleño en Abdalá es difícil de ponderar. Era un muchacho con trastornos psíquicos importantes. A la par que compraba el revólver, escribió cartas a George Bush y a Mijail Gorbachov. Estaba en medio de una profunda depresión y, ese sábado 23 de febrero, se puso el revólver en la cintura, tomó su bicicleta y se acercó a la zona del acto.
Una llamada a la hija de Alfonsín
Abdalá fue detenido y juzgado, declarado inocente por insanía mental e internado en un hospital psiquiátrico. Tiempo después fue dado de alta y volvió a la calle. Se pensaba que no era un peligro para sí mismo ni para los demás.
Sin embargo, un episodio hizo que volvieran a detenerlo.
Un dirigente radical muy cercano a Raúl Alfonsín le relató a Infobae que poco después de recuperar la libertad, Abdalá llamó por teléfono a Marcela, hija del expresidente, y le dijo que quería verla para pedirle disculpas, por que lo que había ocurrido con la privatización de Somisa y los despidos de trabajadores no había sido culpa de Alfonsín sino de George Bush.
Preocupada, Marcela Alfonsín hizo una denuncia y lo volvieron a internar en el hospital psiquiátrico. De allí saldría por última vez en 1994 y ya no volvería.
Se suicidó pocos días después de retornar a su casa.
“No me acuerdo todos los días”
El periodista nicoleño Javier Tisera volvió a encontrar a Alfonsín en 1993.
-Raúl fue a un encuentro en el Club Atlético Social Buenos Aires. Lo entrevisté y le pregunté qué recuerdo tenía de aquel episodio: “No me lo acuerdo todos los días… pero tampoco me olvido”, me contestó.
-Lo quiero mucho, está conmigo desde la campaña, antes de haber llegado a la Presidencia.
Raúl Alfonsín murió el 31 de marzo de 2009. Hacía tiempo le habían detectado un cáncer de pulmón que no le impedía mantener su buen humor y sus actividades. Fue velado en el Salón Azul del Congreso Nacional. Asistieron dirigentes de todos los colores políticos y todos los expresidentes con vida, así como la mandataria de entonces, Cristina Fernández de Kirchner, cuyo padre había sido radical.
Daniel Tardivo, el custodio que lo acompañó durante tantos años, estuvo todo el tiempo al lado del féretro.
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