UN MILLONARIO EJECUTADO, SU ESPOSA Y EL AMANTE EN LA MIRA Y UN TRIPLE CRIMEN SUMERGIDO EN EL MISTERIO


En la isla Mallorca, donde veranea el jet set europeo y la realeza española, hace casi 25 años el glamour se mezcló con la sangre y el horror. El “rey de la cerveza”, Manfred Meisel, su hijo de 8 años y una empleada fueron masacrados en su mansión mallorquí. Teorías falsas, infidelidades cruzadas, el sospechoso perfecto que no pudo ser acusado, una fortuna en juego y la serie que se inspiró en los tres asesinatos impunes
Los prejuicios pueden jugarnos malas pasadas. Por ejemplo, pueden hacernos creer que en los lugares llenos de turistas, dorados al calor del glamour y la diversión, nada grave puede ocurrir. Error.

En la paradisíaca isla de Mallorca, donde veranea desde siempre la monarquía española y lo más selecto del jet set europeo, en 1997, un triple crimen empañó esa falsa idea de seguridad y, entre noches de juerga, risas y bailes, se instaló el misterio.


Manfred Meisel (49 años, empresario alemán millonario y exitoso), a quien llamaban el Rey de la Cerveza, era el dueño del bar que encabezaba el ranking de los lugares top de la isla para los visitantes del mundo: Bierkönig.

La noche del 11 de noviembre de 1997, seis precisos balazos cortaron de cuajo con la fantasía del mar azul, las calas perfectas y los brindis interminables. El empresario cervecero, su hijo de 8 años y una empleada, encargada de cuidar aves exóticas en la exclusiva finca, perdieron sus vidas en manos, hasta el día de hoy, desconocidas. Los sueños del destronado Rey de la Cerveza fueron guillotinados en pocos minutos. Pero ¿qué fue lo que ocurrió realmente esa última noche?


Dos balas para morir


La emblemática cervecería Bierkönig, sobre la playa del Arenal de Palma, era un éxito ininterrumpido. Infringiendo las normas permanecía abierta las 24 horas. Sus principales clientes eran alemanes sedientos de jolgorio y buenas pintas de cerveza.

Manfred Meisel tenía, además, otro emprendimiento: la cría y exhibición de aves exóticas provenientes de todas partes del mundo. En una extensa propiedad, ubicada en la zona de s’Aranjassa, muy cerca del aeropuerto de Palma, sobre la calle Camí de Ses Barraques, estaba ubicada la construcción donde Manfred albergaba a sus pájaros carísimos y donde tenía dispuestas valiosas incubadoras con empleados a cargo. Pegado a esa finca se erigía su impresionante casona de tres pisos. Allí vivía con su mujer embarazada, Daiana Ritter, y el hijo mayor de la pareja, Patrick de solamente 8 años.


Manfred veía televisión en el salón de la planta baja mientras su hijo dormía en un cuarto del primer piso. En la finca contigua, en el edificio que cobijaba sus estrafalarios pájaros, la joven Claudia Leisten (30) iniciaba su guardia laboral en la que debía controlar las incubadoras. A las 23.30 anotó en el libro lo que había hecho y siguió su ronda. Paradojas de la vida, ese turno no era el que le correspondía, lo había intercambiado con el de su compañera un par de días antes.

A eso de las doce de la noche irrumpieron en el lugar los asesinos. Entraron por el edificio de las aves y al toparse con la empleada la amordazaron y ataron. Siguieron su camino y se introdujeron en la casa rompiendo una de las ventanas de la cocina. Curiosamente, los perros de Manfred no ladraron. De hecho, sus vecinos no escucharon nada.

Los intrusos pasaron al living donde Manfred Meisel miraba televisión. Es probable que los homicidas y víctima hablaran, quien sabe, porque no quedaron rastros de pelea alguna o enfrentamiento. Se cree que fue, entonces, que uno de los sicarios subió al primer piso y encontró a Patrick durmiendo en el lado izquierdo de la cama. Se habría dirigido al costado derecho para desenchufar el cable de teléfono y, esto es solo una teoría, el ruido habría despertado a Patrick quien al ver al sujeto se habría asustado. El hecho concreto es que el criminal no dudó: sostuvo un almohadón contra su cabeza para disminuir el sonido, y le descerrajó dos tiros en la sien. Una de las balas le destrozó la cara.


El homicida volvió a la planta baja con el almohadón manchado entre sus manos. Le sería útil con los adultos. No se sabe si Manfred escuchó algo o era consciente de que podrían haber asesinado a su hijo, pero da la impresión que no se percató del horror porque, sin mediar violencia, fue conducido hasta la sala de las incubadoras donde estaba su empleada maniatada.

Acto seguido, los obligaron a tirarse en el suelo boca abajo. Con el almohadón como silenciador, el tirador mató a uno primero y al otro después. Dos tiros en la nuca para cada víctima. Aterrador. ¿Quién habrá sido el último en ser ejecutado? No se pudo establecer.


Misterio e hipótesis fallidas


Los cuerpos recién fueron hallados a la mañana siguiente por otra empleada dedicada al cuidado de la granja, Ilse Kaiser, quien arribó al lugar a las 7.45. Al ver la escena y sabiendo que Patrick estaba solo corrió hasta la casa temblando. Subió las escaleras de dos en dos. Abrió la puerta del dormitorio y horrorizada descubrió que el niño también había sido asesinado. Llamó a la policía. Relató lo que ya sabemos, que había entrado a hacer su guardia para reemplazar a Claudia y que en la sala de las incubadoras había hallado los dos cadáveres de los adultos en medio de un gran charco de sangre en el suelo. Los detectives encontraron allí el almohadón lleno de agujeros que habían utilizado los criminales. Patrick estaba muerto en su cama y tenía pérdida de masa encefálica. Los agentes de homicidios dedujeron, por la sangre de Patrick en el almohadón, que el menor había sido la primera víctima.


Los tres habían muerto de igual manera: asesinados por dos balas en la cabeza que salieron de la misma pistola calibre .22. La peculiaridad de este bajo calibre es que, al entrar al cuerpo, la munición se desvía con facilidad ante la menor resistencia produciendo gran daño. Los peritos calcularon que los crímenes habían ocurrido cerca de la medianoche anterior. Estaban muy cerca del aeropuerto y del puerto… Por lo tanto, para esa hora en la que la policía comenzó a indagar en el asunto, ya los asesinos podrían haber escapado en barco o por avión.

Una de las primeras hipótesis que manejaron fue que el móvil había sido la fortuna del millonario. Pero esa teoría no se sostuvo con nada. El dinero de la caja fuerte, más de 300.000 euros actuales, estaba intacto. En los bolsillos del empresario había el equivalente a 1200 euros, en la mesa de luz del dormitorio encontraron 2400 euros más y en un cajón de fácil acceso, en prolijos fajos envueltos, había otros 24.000. Además, estaban las joyas que descansaban, a simple vista, en los roperos. Si no era por dinero… ¿qué había pasado?, ¿una venganza?, ¿problemas de drogas?

Más de trescientas personas fueron interrogadas en los días que siguieron, pero Manfred Meisel no parecía tener enemigos. Y si bien un conocido suyo alegó que Manfred le había relatado que había recibido amenazas recientemente, lo cierto es que el empresario no le había dado importancia. La prueba de que no tenía temor es que no había contratado ninguna seguridad y que seguía con su vida lo más tranquilo. Por otro lado, robarle podría haber sido una tarea muy sencilla, el dinero estaba ahí al alcance de cualquiera. Llamaba mucho la atención semejante violencia contra su hijo y la joven empleada.

Los detectives encontraron, aquella mañana, a los cinco perros de Manfred Meisel encerrados. ¿Quién los había guardado? ¿Por qué no habían ladrado? Las incógnitas se sumaban.

La investigación no dejó de lado el tema de la cría de aves exóticas. Este comercio podría tener relación con importaciones ilegales y mundos turbios. Manfred Meisel poseía especies de alto valor (algunas superaban ampliamente los 30.000 dólares) y soñaba con crear un parque temático. ¿Podrían los asesinatos tener que ver con el tráfico de animales? La respuesta fue no. Porque cuando el equipo de la Guardia Civil dedicado al tema analizó sus adquisiciones descubrieron que todas eran legales.

Los peritos también revisaron la compra de muchas propiedades de Meisel de los últimos años, pero en ninguna hallaron deudas o problemas.

No tenían muchos hilos de los que tirar.


Mala prensa para un paraíso

La policía tenía prisa por resolver el caso. Un lugar de vacaciones no podía tener mala prensa. Los medios alemanes habían comenzado a hablar de inseguridad en la isla y de mafias internacionales que operaban allí.

¿Y si hubiese sido un crimen por encargo? El dueño de Bierkönig no era un ciudadano cualquiera. Era muy conocido en la isla y fuera de ella. Los rumores hablaban de extorsión de gánsters alemanes. Pero no hallaron nada concreto qué investigar.

Los análisis forenses determinaron que habían sido dos los asesinos debido a que, como consecuencia de la tierra mojada por la tormenta del día anterior, se encontraron dos huellas de pisadas diferentes dentro de la casa. También dedujeron que, quizá, no habían tenido intención de matar a todos, pero que algo desvió el camino. Eran solo suposiciones sin pruebas.


Los análisis demostraron que en el cuerpo de Manfred no había huellas de violencia antes de ser ejecutado. Solo su empleada había sufrido porque había sido fuertemente atada.

Por otro lado, los homicidas aparentaban ser expertos sicarios: se habían llevado los casquillos de las balas con las que mataron a los adultos. Lo extraño era que no habían recogido los de los balazos a Patrick: se encontró uno en la pared y otro quedó en la cabecera de la cama.

Un dato, curioso al menos, fue que una de las personas que debían declarar durante la investigación del triple crimen murió antes de hacerlo. Andrea Budach, tenía 30 años, vivía en Palmanova y trabajaba como bailarina en un local situado a 50 metros de la cervecería de Meisel. Como había sido testigo de una pelea de Manfred Meisel con un boxeador, que terminó con el cervecero con traumatismo de cráneo grave, la citaron a declarar en enero de 1998. Nunca compareció. Para la fecha ya estaba desaparecida. La verdad recién se supo en mayo de 2004: su pareja confesó que la había matado de un golpe y la había descuartizado para luego arrojar sus partes en la Bahía de Palma.

Las noches en el paraíso resultaban cada vez más tremendas.


La teoría más aterradora

Manfred Meisel había estado casado y había tenido dos hijas con una mujer de la que se había separado varios años antes de los crímenes. Con ella el divorcio había sido civilizado y no habían tenido jamás ningún problema. Para el momento de los homicidios llevaba trece años casado con su segunda mujer, Daiana Ritter, quien había sido antes empleada en su bar. Con ella habían tenido a Patrick y estaban esperando un segundo hijo.

Justo el día de los homicidios Daiana estaba en Fráncfort, Alemania, porque había ido a una consulta con su ginecólogo. Lo oportuno de su ausencia llamó la atención de los detectives. También se sumó que habían descubierto que la relación entre ellos tenía algunas aristas peculiares: ambos eran infieles. Manfred tenía relaciones casuales con una empleada del local; Daiana, quien había sido una persona muy ligada al áspero y permeable mundo de la noche, tenía como amante al hombre de confianza de su marido, Sven Holder Massinger.


El bebé nació en abril de 1998 y Daiana lo llamó Florian. Por lo pronto, lo primero que hicieron las autoridades, fue someter al recién nacido a una prueba de ADN para asegurarse la paternidad. El padre de Florian era, efectivamente, la víctima: Manfred Meisel. Si bien estaban casados bajo el régimen de separación de bienes, al morir Manfred, ella y su nuevo hijo, heredarían todo el negocio.

Por esto, ella y su amante, quedaron en la mira. Ambos tenían coartadas. Y, aunque sus teléfonos fueron intervenidos, nada surgió de sus conversaciones. Si habían sido ellos, ninguno cometió un error.

No pudieron encontrar ninguna prueba incriminatoria concluyente. ¿Serían los amantes los responsables del horror para poder quedarse con todo el dinero de Meisel? ¿Podría una madre ser capaz de encargar el crimen de su propio hijo?

Lo más loco del caso fue que Daiana y su amante no ocultaron su relación sentimental. De hecho, la mantuvieron durante varios años después del crimen y tuvieron una hija a la que llamaron Lara.


El marido de Claudia, Klaus Leisten, se mostró molesto con la mala investigación policial. Siempre estuvo convencido de que los asesinos provenían del círculo íntimo de Manfred Meisel. Claramente señalaba a su ex y su amante.

En 1999 el caso terminó siendo archivado.

La pareja sospechada siguió adelante regenteando un bar y estuvieron juntos hasta el año 2001.

En un momento de ese período, Daiana volvió a vivir a Alemania, pero el clima gris y frío la deprimió y retornó a Mallorca. Fue, entonces, que empezó a intentar vender la propiedad donde ocurrieron los crímenes.

En 2004 dijo al medio Última Hora estar impresionada por el parecido que Florian tenía con Patrick y aseguró que no había un solo día que no pensara en su hijo y en su marido asesinados.


Dos décadas y media más tarde

La única detención por el triple crimen ocurrió diez años después, en junio de 2007. Sven Holder, ya ex de Daiana, fue arrestado luego de que un socio suyo le contara a la policía alemana que una noche borracho Sven se había adjudicado los homicidios. Las autoridades alemanas se comunicaron con las españolas quienes lo arrestaron. Pero, otra vez, el juez carecía de pruebas para acusarlo y mandarlo preso definitivamente. Además, una mujer dio testimonio y dijo que esa noche había estado con ella. Eso alcanzó para demoler la acusación.

Tras el homicidio, la cervecería fue manejada durante un año por Juan Gea quien a su vez era quien le proveía la cerveza a otro empresario de la noche mallorquí: Miguel Pascual Bibiloni. Propietario de otros negocios de la isla Bibiloni había intentado comprar la cervecería varias veces, pero Manfred Meisel siempre se había negado a vender. ¿Podría tener algo que ver? Bibiloni fue investigado judicialmente por otros casos de corrupción e, incluso, por abusos sexuales. La noche de la isla estaba cruzada por delitos varios y poderes oscuros: prostitución, drogas, redes de extorsión sexual. Pero Pascual Bibiloni era poderoso y los llamados a declarar se asustaron y desistieron. Terminó siendo absuelto de todas esas acusaciones y nunca fue imputado por los crímenes de este caso.

En 2001 Daiana Ritter, ya separada de Sven Holder, abrió en Maioris, el restaurante Capitán Cook que continúa abierto hasta el día de hoy. En 2009, inauguró Capitán Cook II, en la rambla Llucmajor. En un reportaje que otorgó al Mallorca Magazin ese mismo año en el que Patrick hubiese cumplido 20 años, reconoció que ella no creía que el caso pudiera ser resuelto nunca.


Las sangrientas muertes inspiraron a la televisión alemana y, en 2021, filmaron en la isla la serie El Rey de Palma. Mafia, drogas, la teoría sobre la culpabilidad de su ex y 2500 extras contratados para la grabación, son parte de los seis episodios que el canal RTL TVNow estrenó a principios de este año.

No hubo testigos, ni móvil aparente, ni huellas concluyentes, ni homicidas presos… Se están por cumplir 25 años de los tres crímenes y todo está como era entonces: en la niebla del misterio.

El final de esta historia no ha sido escrito todavía. Quizá no se escriba nunca.

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