TRES RELATOS DE CARLOS CROSA. Hoy presenta su libro "Recuerdos de remates" en el Centro de Convenciones


Hoy jueves 27 de abril a partir de las 20:15, el reconocido vecino villaguayense Carlos Crosa presentará su libro "Recuerdos de remates" en el Centro de Convenciones de la ciudad. La obra fue publicada por Ediciones del Clé y forma parte de la colección "Los nuestros en la historia", impulsada por la municipalidad de Villaguay.

Según se indica en la contratapa, los relatos que integran el libro dan cuenta de la profesión de rematador de hacienda durante la segunda mitad siglo del XX desde la visión de "un actor, no un comentarista" de esa tarea.

En más de 100 páginas, el autor recuerda historias sobre "los criollos de a caballo y en la pista, la visión de un lobizón, la fresca denuncia de los picaros foráneos, la celebración de mujeres gauchas, el humor afectuoso ante la pronunciación de los inmigrantes judíos, los tratos con gitanos de ley y los constantes barquinazos económicos reales de un país o no tan reales de algunas empresas".

También aborda "realidades fantásticas que nos instalan no sólo en un centro de provincia sino también en la confluencia de una encrucijada de lenguas, historias, leyendas, personajes y caminos".

Varios de los relatos fueron publicados durante años en EL PUEBLO y ahora finalmente se reúnen y editan en forma de libro.

Carlos Crosa nació el 4 de junio de 1939 en Villaguay. Hijo de Andrés Crosa y de Antonia Gussalli, comenzó sus estudios primarios en la Escuela Nº14 de Laguna Larga, distrito Lucas Sud Segunda, y los culminó en la Escuela Mitre, en Villaguay. Luego realizó su formación secundaria en el Colegio Martiniano Leguizamón, bajo la insistencia materna y los amparos el Profesor Prudskin y Elisa Debeheres de García.

Después ejerció su profesión de consignatario y martillero de haciendas en la firma fundada por su padre y Carlos Van Haezevelde, hoy continuada por su hijo Andrés. En 1973 fue cofundador del Centro de Consignatarios de Hacienda de Entre Ríos. En 1973 fue concejal en representación de un frente electoral multipartidario, durante la intendencia de Isidoro Redruello.

. . . 

Confiados y porfiados

La gente de campo cuando necesitaba dinero, concurría a nuestras oficinas, y sin rodeos te decían: necesito tantos pesos y te mandaré haciendas para tal fecha. Pero también ocurría a la inversa: cuando vendían, la plata quedaba en nuestra oficina y de allí la iban retirando a medida que precisaban. Nunca, en general, la gente de campo se confió en los bancos. El tiempo les fue dando la razón.

Una vez, un viejo estanciero, Don Santiago Secchi envía una nota por avión, épocas de lluvias y sin caminos y en ella le dice a mi socio: "Carlitos, te mando un cheque por $1.200 para que pagues donde te indico y si sobra me lo acreditás en cuenta".

Como los aviones de entonces prestaban un servicio público y salían casi a diario y hasta dos o tres veces por día, mi socio le envía una nota: "Don Santiago, le devuelvo el cheque. Ud. se olvida que aquí tiene más de $30.000, a su favor (épocas en que un ternero valía $200)".

Al regreso del vuelo, el piloto, Sr. Koelbl, le trae otra nota a mi socio y decía: "Muchacho de m..., sé lo qué hago". Firmaba Santiago... y agregaba el cheque nuevamente.

. . .


Aquellos arrieros

Allá por los años ‘50 al ‘70 épocas en que los camiones
eran escasos y chicos, el traslado de haciendas se hacía por arreo, siempre desplazándose del norte al sur, muchos viajando desde Corrientes. Los grandes capataces, aquellos y su peonada, eran gente corajuda y honesta, fieles a sus patrones y entre éstos, recuerdo a Don Perico Zandalazini, a Pepe Galicchio, a Beltrán Pérez, entre otros.

Los arreos demoraban entre 15, 20 y hasta 30 días, según la distancia y la cantidad de cabezas; marchaban unos 25 kilómetros por día y transportaban 200, 500 o más de mil vacunos.

Entre los grandes capataces recuerdo al correntino Romero, que según cuenta su historia, era nativo de acá pero ante una desgracia, muy jovencito se fue a Corrientes, y a otro, Filomeno Barreto, siempre lo recuerdo, solo en su rancho pobre, con una carrada de gurises, seis o siete,
creo, todos muy educados, así se hicieron grandes, fueron empleados serios, uno o dos de ellos policías y Marcos, mi amigo camionero; hace poco ya dejó este mundo.

Otros capataces, “Chandengo” Velázquez, “Salvacho” Salvareza, aunque sus papeles dicen que indicaban Teodoro Rotela; otro Germán Arévalo y Sebastián Allende, fallecido a los 96 años. Mi reconocimiento y gratitud a todos ellos.

. . .

Lobizón

Viajando, hace muchos años, por Mojones Norte, con destino a la estancia “El Guayabo” de Don José López Aldao, alias Pigraño y a la altura de la estancia “Santa Teresa” de la Sra. Teresa López Valerdi de Martínez Fontes, me ensarté en el barro y no podía salir.

Bajé de la camioneta, observé a los alrededores y comencé a caminar en busca de auxilio. De pronto, a unos 30 metros delante de mí, se aparece en el camino una especie de perro raro, mediano-grande, pero extraño.

Era de patas largas, lomo oscuro y abajo amarro nado, pelo lacio. Se plantó en el camino con mirada desafiante y luego de observarme siguió con su trote al monte.

Muy pronto escuché ruidos de motor y era la máquina de Vialidad y la piloteaba uno de los más grandes maquinistas de aquella época, Don Amadeo Duarte. Le comento el caso y me dice: “Acá hay bastantes; es un zorro aguará y no son muy confiables”.

Así conocí esta especie autóctona y recién por segunda y última vez vi otro en Lucas Sud 2da, hace unos 25 años, en­tre la estancia “Santa Lucía” y “La Orientala”, sobre el arroyo Aguará”, precisamente. Y ello significa, por el nombre, que en esa zona también existían.

La última noticia de estos zorros fue comentada en “El Pueblo”, hace unos años por uno que habían matado en los palmares de Raíces Oeste.

Más leídas de la semana

Más leídas del mes

Más leídas del año

Más leídas históricas