Feminista en falta: ¿por qué importar el drama americano de la libre portación?

Investigadores observan la escena de un tiroteo masivo nocturno en un centro comercial en Willowbrook, Illinois, el domingo 18 de junio de 2023 (AP Foto/Matt Marton) (Matt Marton/)

Las estadísticas son crueles: en los Estados Unidos la principal causa de muerte de chicos de menos de 18 años desde 2020 es por armas de fuego. La base de datos del Washington Post dice que en 2022 hubo un pico de tiroteos en escuelas que no se superaba hace dos décadas. A eso se le suman los ataques con armas en los barrios, las peleas cada vez más violentas en los alrededores de las escuelas y las amenazas constantes en redes sociales que ponen a muchos adolescentes en situaciones límite que la tenencia de armas sólo agrava. Los docentes tuvieron que acostumbrarse a cambiar su rol de instructores por uno mucho más básico: mantener a sus alumnos con vida.

Se sabe: en los Estados Unidos el derecho a portar armas está consagrado en la segunda enmienda constitucional y para muchos ciudadanos de ese país es un pilar sacrosanto asociado a la libertad. La organización suiza Small Arms Survey (SAS) consignó recientemente que hay 120 armas de fuego por cada 100 estadounidenses; ninguna otra nación tiene más armas civiles que personas. Ni siquiera en México y Guatemala -los únicos otros dos países del mundo en donde el derecho a armarse está amparado por la Constitución- se alcanzan cifras similares: la posesión es apenas una décima parte de la de los norteamericanos.

En Richmond, Virginia, la violencia con armas de fuego entre adolescentes es epidémica. Sólo en 2022 hubo 22 menores heridos y cinco muertos; en los últimos tres años las víctimas fatales fueron 30, una tasa que multiplica por tres el promedio nacional. Hace unos meses, una encuesta de la CBS arrojó que el 77% de los padres viven preocupados por la posibilidad de un tiroteo en la escuela de sus hijos y que el 61% de los chicos en edad escolar se angustia pensando en lo mismo.

En el Post investigaron durante un año y desde adentro las consecuencias sobre una comunidad educativa de 1500 alumnos donde dos murieron por heridas de bala, uno fue herido y un tercero fue acusado de dispararle a su propia hermana. Las conclusiones son claras: la proliferación del uso de armas entre niños y adolescentes está cambiando cada aspecto de la educación en los Estados Unidos, dicen. El manejo del trauma se volvió un asunto cotidiano y prioritario.Agentes de policía hacen guardia tras el tiroteo registrado en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas de la ciudad de Parkland, en el sureste de Florida (EFE/Cristóbal Herrera)
(CRISTÓBAL HERRERA/)

Convertidos en acompañantes terapéuticos, los maestros hacen charlas grupales y escuchan a los alumnos contar aterrados que temen salir a la calle. Se duplicó la inversión en salud mental y se incluyó en los equipos formativos a profesionales especializados en interrupción del círculo de violencia y nuevos enfoques disciplinarios. Los colegios se transformaron en fortalezas con cámaras y detectores de metales en los ingresos. Pero la tragedia no cesa y se agravó incluso más en la post-pandemia.

La angustia es tangible, una reacción ante un problema real y cotidiano: el 54% de los chicos perdió algún vínculo cercano en un hecho armado. Es lógico que esos padres y sus hijos teman no volver a verse cuando se despiden cada mañana igual que lo es en el conurbano bonaerense, donde aunque hoy no haya libre portación de armas, los delincuentes matan a los chicos en la puerta de las escuelas para robarles un celular de la mochila. No quiero ni me da el estómago para imaginar lo que sería ese mismo combo agrandado.

Pero sería por lo menos ingenuo no tenerlo presente cuando los afiches de campaña reivindican la libre portación y el tema se coló en la discusión pública y en las propagandas -por sí o por no- en medio de una crisis de (in)seguridad que nos golpea a todos. La Argentina tiene planes de desarme que han sido premiados en el mundo, un consenso al que parecíamos haber llegado muchos: las armas de fuego no son una fuente de seguridad, sino un factor que la pone todavía más en riesgo.

¿Estamos dispuestos a acostumbrarnos a que los tiroteos sean moneda corriente en los colegios y a que los chicos vivan con ese miedo extra de que los mate un compañero? ¿Queremos abrir también esa puerta? ¿Estamos preparados para convertir a las escuelas en centros de asistencia post traumática? Son algunas de las preguntas que deberíamos hacernos antes del domingo. Sobre todo quienes aún alberguen alguna esperanza en el futuro. Importar el drama americano de las armas al alcance de cualquiera -y en especial de los menores- no parece la mejor de las soluciones frente a los dramas que ya acarreamos.


http://dlvr.it/SyxYnJ

Más leídas de la semana

Más leídas del mes

Más leídas del año

Más leídas históricas