INNOVACIÓN, PROSPERIDAD Y FELICIDAD. Por Ciudadanía en Movimiento



Sin dudas los niveles de vida alcanzados, en relación al de generaciones anteriores, no muy lejanas, son muy superiores. Hoy día se disfruta de los traslados en auto que acortan distancias y tiempos, hogares, sitios de esparcimiento y laborales climatizados, significativos avances de la medicina en la prevención de enfermedades, el acceso a información de todo tipo resulta menos costosa y compleja.

Sin embargo, sorprende como a la vez que aumenta el nivel de vida también lo hace la infelicidad globalmente. Han llegado a magnitudes récords de emociones negativas como enojo, cólera, tristeza, estrés, preocupación, dolores físicos.

La encuesta mundial de Gallup, realizada anualmente y sobre la base de personas encuestadas en 137 países registra año a año aumentos en el promedio mundial de personas que manifiestan sentirse insatisfechas.

Esto no es el producto de la pandemia covid-19, ni tampoco de situaciones económicas difíciles por las que atraviesan muchos países; esa ola de insatisfacción se ha visto profundizada por el triunfo, sobre todo en América Latina de gobiernos populistas, de ahí que en la actualidad se demanden cambios drásticos, teniendo presente que el crecimiento económico es vital pero no suficiente para lograr la felicidad.

Contribuyen al aumento de la infelicidad la perdida de una brújula moral, la ausencia de comunidad y también un sentido de propósito. Sin estos elementos las frustraciones crecen y son profundizadas por la revolución tecnológica y amplificadas por el fenómeno de las redes sociales.

Esta ola de infelicidad se expande en escuelas en las que cada vez mas se registran niños y adolescentes deprimidos, ámbitos personales en el que la ansiedad y la soledad aqueja a los adultos, empresas donde se ve marcadamente la perdida de talentos dado que los jóvenes rehúsan someterse al estrés corporativos, migrando hacia trabajos freelance en la red.

Urge que el gobierno, en todos los niveles tome en cuenta esta realidad para enfocar sus políticas ya no solo en el crecimiento económico, sino también la satisfacción de la vida de los ciudadanos.

Las políticas asistenciales deben estar orientadas a sectores de la sociedad que experimentan significativos índices de infelicidad que no siempre son los sectores más pobres.

Deben los gobiernos comenzar a pensar en el bienestar del pueblo y en su felicidad teniendo presente que ningún país puede ser feliz si no es prospero económicamente.

Ello implica entre otras cosas que quienes gobiernan devuelvan a los jóvenes el sueño de ser creadores de la innovación que hace falta en tiempos de la economía del conocimiento y se aparten de ideologías populistas que han creado jóvenes administradores de pobreza en muchos casos con importantes desfalcos a las arcas del Estado.

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