Por Manuela Chiesa de Mammana (*)
Había venido de Crucecitas, departamento Nogoyá. Se fajaba la cintura para parecer más delgada y usaba un canino de perro como amuleto.
Un día que Filomena Ledesma, la mucama, no estaba, le tocó ordenar el ropero de la señora y allí conoció las enaguas. Quedó sorprendida por la suavidad de la seda y por las puntillas. Quería ser costurera pero se quedó de niñera por eso de la faja y de los amuletos.
Un día el gringo puso un ayudante para escardar la lana en la vereda. Se llamaba Gregorio Benitez, era descendiente de españoles y por lo tanto con más discurso que la Chola. Cualquier parlamento sonaba como el quinto tratado de Don Quijote de La Mancha para los oídos de la muchacha de Crucecitas. Ella lo veía cada vez que salía y cada vez salía más seguido.
El día que Gregorio le dijo que se moría por retratarse con ella en la importante casa de fotografía de la calle Mitre, la Chola sólo pensó en el atuendo que usaría. El salón tenía hermosos ventanales y escalones de mármol para entrar. Cuando puso un pie en ellos pensó que había hecho muy bien en ponerse sobre la pollera la enagua de la patrona para la foto.
(*) Basado en un hecho real. Villaguay década del 40.
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