| Rio Vltava: El perfil inconfundible de los edificios antiguos que reciben los últimos rayos de luz |
La misión indicaba una primera
visita a Europa central, una faceta absolutamente imprescindible para armar el
rompecabezas del continente. Viajaba con un gran amigo, también curioso y bien
dispuesto a explorar. Primero pasamos una semana en Berlín oriental, donde
conocimos gente que sufrió el abominable Muro hasta verlo caer. Y luego decidimos
profundizar en el singular fenómeno conocido como “la Cortina de Hierro”, que
graficaba la frontera a veces física (como el mismísimo Muro) pero sobre todo
ideológica que separaba los países de la Europa de posguerra en dos bloques
bien opuestos: aquellos beneficiados por el Plan Marshall de EEUU vs. los “alineados”
con Unión Soviética.
Una mañana gris de verano partimos
desde Hauptbahnhof, la estación más grande del continente y una joya de la
ingeniería alemana: una enorme estructura de acero con altísimos techos de
vidrio blindado con acústica perfecta y atmósfera futurista, espacios amplios,
pulcros y bien señalizados. En uno de los cuatro niveles de andenes abordamos
un moderno tren de la DB (Deutsche Bahn) que se deslizó por las verdes y
sinuosas colinas para terminar en la capital checa poco más de cuatro horas después.
| Metro: un túnel minimalista que contrasta con el esplendor arquitectónico de la superficie. |
Amo viajar en tren. Si el avión es algunas veces imprescindible, el tren es otras imbatible: nada mejor que “navegar” cómodamente desde el centro de una ciudad al de otra evitando la tediosa dinámica de los aeropuertos: hacer cola-esperar-hacer cola-esperar y mientras tanto gastar plata. Lo mejor del tren son los asientos enfrentados con la mesita al centro, porque permiten disponer del propio metro cuadrado como ningún otro transporte: un discreto pic-nic, un interesante libro de bolsillo, una entrada en la bitácora o una deliciosa sesión de música con el gradual cambio de paisaje como fondo son posibilidades que sólo un lindo tren ofrece. Hay que saber que todo termina al llegar a destino: esa burbuja aséptica se pincha al entrar en contacto con la flora y la fauna propia de una estación y sus alrededores. Porque el arte de viajar también abraza los contrastes: se viaja para ver pero sobretodo para hacer otras cosas.
Al bajar en la estación Hlavni
Nadrazi todo había cambiado: techos bajos de metal rojo, pisos a rayas blancas
y negras, distribución de negocios “compacta”, un confuso sistema de carteles
de distintos colores, tamaños y tipografías, una casa de cambio con personal
que no demostraba interés en atendernos y una clara oportunidad de limpieza y
mantenimiento general. Habíamos cruzado la Cortina de Hierro.
Pienso que así como los espacios
verdes de una ciudad dicen mucho sobre la gestión de turno y el estilo de vida
de los habitantes, los edificios emblemáticos ilustran sobre la historia
reciente. La estación principal de Praga es un perfecto ejemplar del Art
Nouveau de principios de Siglo XX, “intervenido” arquitectónicamente con el
charme soviético de posguerra: paneles de hormigón incrustados allí
donde exista algo de belleza occidental. El proceso de modernización iniciado a
mediados de los años ’90 sigue luchando por revertir décadas de deterioro, y
está dando buenos resultados.
El contraste era tan fuerte que
decidimos hacer una pausa de bitácora en el parque frente a la estación antes
de internarnos en el Metro que nos llevaría a destino. Necesitábamos asimilar
el nuevo contexto y darle lugar para aproximarnos a la ciudad sin prejuicios ni
expectativas. Porque si uno se cierra o lo rechaza, se pierde aquello que fue a
buscar: ni más ni menos que ver y hacer cosas diversas.
Abordamos el Metro hasta la estación
Karlovo Námēstí, en pleno centro. Apenas la escalera mecánica nos depositó en
la superficie, se nos reveló un perfil elegante y sobre
todo, muy interesante. Otra vez el siempre bienvenido contraste. Continuará…
Licenciado en Turismo.
Fundador
de i-Selector Travel
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